He descubierto que la mayor parte de las bellezas del viaje
nacen de las extrañas horas que guardamos para verlas.
William Carlos Williams, January Morning
Las extrañas horas que guarda el viajero
Los mercados nunca descansan,
siempre guardan un punto de agitación.
Tripas de cerdo, titanio, trigo de invierno.
Éter electromagnético sazonado de fotones.
Tesoros escupidos por computadores Unisys A-15J
a través del firmamento,
quedamente entre cúmulos tormentosos
y aviones de pasajeros
mientras éstos viajan a través de la noche
sobre océanos y estepas.
Nebulosas, la rana desova información incandescente
que tiembla en la pinza de Escorpio
por un instante y se dispara
como enorme humo de estorninos
o estrellas nuevas.
Las barcazas de escombros se deslizan lentas estuario abajo.
Las luces del aeropuerto pulsan en la oscuridad de la mañana.
Camiones de comida, propano, corazones torturados.
La epistemóloga, reticente, aparca,
se baja, mira el bordillo, aparca de nuevo.
Trueno de reactores,
peristalsis de grandes capitales.
Qué guapa con su bufanda a cuadros
y fruncido el ceño.
La Ambigüedad y la Razón
encerradas en un tango calmo y feroz,
y si no, por qué no.
August Kleinzahler (Jersey City, EEUU, 1949), The strange hours travelers keep, del libro del mismo nombre (2004).
[Mi traducción, para Adb]