28 noviembre 2007

En el camino comprendí mi error: el pibe no era retrasado sino rolinga, que es una tribu urbana de Buenos Aires. De ahí la extraña forma de caminar y el aspecto de mogólico. Había llegado a Madrid hacía cuatro meses, pero tenía muy difícil el asunto de los papeles: padre desconocido y ascendencia italiana por parte de abuela materna, todo mal. Vivió sus primeros veinticuatro años en San Martín, y hace poco le robó la moto a su hermano, la vendió y se compró un pasaje.

Me llevó encañonado hasta el ServiCaixa de la calle Arenal y me hizo sacar quinientos euros con la tarjeta, que es el máximo permitido. Como me faltaba media hora para entrar a trabajar, nos fuimos a un bar de Sol a tomarnos unas cervezas que quiso pagar él (es un decir). Yo estaba en el posparto del terror, un estado idílico en donde cualquier cosa, menos la muerte, es una buena noticia.

Hablamos de fútbol, de música y de cocaína. Él tenía problemas muy graves con la cocaína, porque acá es malísima y no le pegaba. Me dijo que en San Martín tenía una banda y una novia, y que a veces le parecía que haberse venido para acá había sido un error. El tema de no tener papeles, en las dos acepciones, lo volvía loco. Y como no conseguía trabajo, me dijo, algunas noches salía a robar por la calle.

Yo estaba eufórico, y no me costó mucho emborracharme escuchando sus historias del Gran Buenos Aires. Cuando vivís en otra parte el tono nacional te transporta, redescubrís palabras olvidadas y casi cualquier discurso suena ingenioso y seductor. Además el rolinga me decía ‘vieja’, y eso, después de un tiempo largo de 'tío' y 'chavalote', es impagable.

Cuando nos apagaron las luces del bar, salimos a la calle los dos un poco estúpidos, abrazados para no tropezarnos. Yo tenía que entrar a la oficina (ya llevaba una hora de retraso) y me daba vueltas la cabeza. Él dijo que se iba a dormir.

—¿Querés que te deje diez mangos para desayunar? —me preguntó.

—No, todo bien. Un robo es un robo.

—Si hubiera sabido que eras argento no te choreaba —se disculpó por quinta vez en la noche—. Pero de verdad: portás cara de gallego.

—Me vas a hacer calentar.

—Posta, fiera: tenés los ojos juntos —y me puso otra vez la pistola en el entrecejo, pero esta vez sin maldad, con afán señalador.

Ahora el metal helado me resultaba amistoso, y me espanté el caño de la cara con la mano abierta, como si fuera una mosca de verano. Él guardó el arma y nos despedimos con un abrazo.

—¿Sabés el chiste de los dos argentinos que quieren entrar a un boliche en España? —le dije desde lejos.

Negó con la cabeza.

—Hay un guardia en la puerta. Un argentino le dice al otro: “¿Y si le avisamos que somos argentinos?”. Y el otro contesta: “No, dejá, que se joda”.

—¡Malísimo! —me gritó el rolinga con una sonrisa en la boca, y se metió en un taxi que le pagué yo. De onda.



Hernán Casciari, (Buenos Aires 1972), Primer asalto.

24 noviembre 2007

El Ministerio de la Verdad era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Se decía que el Ministerio de la Verdad tenía tres mil habitaciones sobre el nivel del suelo y las correspondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres sólo había otros tres edificios del mismo aspecto y tamaño. Éstos aplastaban de tal manera la arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria se podían distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro Ministerios entre los cuales se dividía todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a la noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden, y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondían los asuntos económicos. Sus nombres en neolengua: Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia.
El Ministerio del Amor era terrorífico. No tenía ventanas en absoluto. Winston nunca había estado en Minimor, ni siquiera se había acercado a medio kilómetro de él...
Fragmento de 1984, escrito en 1948 por Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell (1903-1950)

17 noviembre 2007

El artista es creador de belleza.

Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.

El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza. La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.

Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto. Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.

Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.

No existen libros morales o inmorales.

Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.

La aversión del siglo por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.

La aversión del siglo por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.

El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.

Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son, para el artista, instrumentos de su arte.

El vicio y la virtud son materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo arte es a la vez superficie y símbolo.

Quienes van más alla de la superficie, se exponen a las consecuencias.

Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.

Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.

A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.

Todo arte es completamente inútil.

[...]

"No existe aquello llamado buena influencia, señor Gray", sostuvo Lord Henry Wotton. "Todas las influencias son inmorales: inmorales desde el punto de vista científico".

"¿Por qué?", preguntó Dorian Gray.

"Porque influenciar a una persona es darle nuestra propia alma. Ésta no tendrá sus propios pensamientos, ni se incendiará con sus propias pasiones. Sus virtudes no serán reales, sus pecados, si existen los pecados, serán prestados. Se convierte en el eco de la música de otro, el actor de un papel que no ha sido escrito para él. El objetivo de la vida es el desarrollo de su propio yo. Encontrar una naturaleza apropiada, esto es por lo que cada uno de nosotros está aquí. El mundo tiene miedo de sí mismo, se han olvidado de la mayor de todas las obligaciones, la propia. Claro que son caritativos, alimentan al hambriento y visten a los mendigos. Pero su propio ser está famélico y desnudo. La valentía huyó de nuestra raza. Tal vez nunca la tuvimos. El terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión, estas son las dos cosas que nos gobiernan. Y sin embargo, creo que si un hombre viviera su vida completamente y hasta el límite, si le diera forma a cada sentimiento, expresión a cada pensamiento, realidad a cada sueño, el mundo alcanzaría un impulso tan fresco de alegría que olvidaríamos lo malo de la mediocridad, y regresaríamos a la época helénica ideal, a algo más dulce, más rico que el ideal helénico. Pero hasta el hombre más valiente tiene miedo de sí mismo. Se ha dicho que los mayores acontecimientos del mundo suceden en nuestra mente. Es en la mente, y sólo ahí, donde los grandes pecados del mundo suceden. Usted, señor Gray, usted mismo, con su sonrosada juventud y blanca adolescencia, ha tenido pasiones que le asustaron, pensamientos que le llenaron de terror, sueños estando despierto y dormido cuyos recuerdos podrían manchar sus mejillas de vergüenza."

Oscar Wilde (Dublín 1854 - París 1900), El retrato de Dorian Gray (1891)

13 noviembre 2007

No quiero esto o aquello de la vida, lo quiero todo, pero de manera perfecta y definitiva. Estoy resuelto a negarme a lo que ustedes, los adultos, aceptan y hasta desean. Yo soy de otra raza. Yo no quiero volver a empezar, nunca, ni esto ni aquello. Una cosa y otra, por turno, porque el turno es forzoso. Pero una sola vez cada cosa y para siempre. Sin la cobardía de tener las espaldas cubiertas, sin la sórdida, escondida seguridad de que son posibles nuevos ensayos, de que los juicios pueden modificarse. Me llamo Jorge Malabia. No sucedió nada antes del día de mi nacimiento; y, si yo fuera mortal, nada podría suceder después de mí.

Para una tumba sin nombre, 1959
Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-Madrid,1994)

05 noviembre 2007


Se acordó de cuando estuvo solo en Constantinopla, tras reñir con ella en París y marcharse. Había ido de putas sin parar, y cuando acabó, y vio que no conseguía matar la soledad, sino empeorarla, le escribió a ella, a la primera, a la que le dejó, una carta en la que le decía que nunca había sido capaz de matar la soledad... Que una vez creyó haberla visto delante del Regence y le vino un mareo y una náusea, y que cuando iba por el bulevar y veía a una mujer que se le parecía un poco se ponía a seguirla, temiendo descubrir que no era ella.


Ernest Hemingway, Las nieves del Kilimanjaro, Cuentos, Lumen, 2007. Traducción de Damián Alou.