15 febrero 2007
"Cuando la inteligencia es ágil, fina, sagaz, escurridiza, y puesto al lado opuesto, el corazón yace pesado, gordo, cegato, obtuso; digo, cuando la inteligencia sabe medio atisbar las cumbres y medio hurgar las sendas por donde se va a las cumbres, y el corazón no ayuda, no responde, ama sólo su lecho, sus golosinas y su comodidad, se genera un desvalor, un hambre oculta, un amargor guardado. He aquí el origen del desvanecimiento, la altivez, la soberbia. Y sólo porque en ilusión e imaginando, se sabe discernir, llega a tomarse el infecundo y fraccionario pensar el bien, en lugar del sustancioso e integral vivir el bien, o sea el sutil ingenio, por la iluminada, auténtica, profunda, verdadera inteligencia.
Pues esto es, poco más o menos, lo que ha venido a acontecerme a mí; quiero decir, es justo que se sepa que yo estoy, que yo he estado casi siempre, ya más, ya menos, dentro de este caso.
Muy engreído anduve de mí mismo durante mucho tiempo, no entendía ser santón de gabinete, recto de escaparate, moralista de feria. Era aconsejador, en todo me ponía de ejemplo a todos; muchos que vinieron y me examinaron quedaron muy dichosos, se encantaron de las soluciones con que supe ir despejando las incógnitas de esa intrincadísima materia que se dice el bien y el mal; pero cuando los menos inconsistentes queriendo ir más adelante, pretendieron que además de con palabras los ilustrara con obras, no supe qué enseñarles; me mortifiqué, me encarnicé y multipliqué mis argumentos. No sé si me valieron, si conseguí dejarlos sinceramente convencidos, o si tan sólo por triste cortesía, o considerándome irreductible, necio y sin remedio, acabaron por darme por mi lado. No lo sé; tal vez también a éstos conseguí engañarlos. Sí, es posible, tal vez lo conseguí, pero, ¿con qué provecho? Entonces me querellé contra mi corazón; pero él ya estaba hecho a las facilidades, siempre se quedaba atrás, y no hallé otro refugio que las borrosas nieblas del ensueño, el desvanecimiento, el desconocimiento, la represión y el olvido de lo que no me cumplía.
Y yo creo que de aquí nacen mi -no por inostensibles menos ciertos- irreductible altivez, mi aislacionismo, mi inadaptabilidad.
...En verdad que ninguno lo sabía. Por fuera, no se vio jamás, en mucho tiempo, nada mejor que yo: mansito como un asno trabajado, cumplido como un péndulo, exacto como un fiel de precisión, sonriente como el alba, dócil como la cera, sensitivo como una sensitiva; pero por dentro, música, muy música.
...Y lo más triste -qué tarde lo comprendo- era que yo entonces pensaba bien de mí. ¡Oh, torpeza! Me conocía harto pícaro y harto mosca muerta y mátalas callando, y precisamente en esas malas propiedades basaba mi satisfacción, y en estas dotes, en rigor negativas, ponía toda mi complacencia.
...¿Quién engalanó el candil del comedor, colgándolo de sapos, lagartijas, cucarachas, grillos, ratones y mayates?
En todos se pensaba, a todos se llamaba, se interrogaba a todos; a todos; pero, a Catito: "Déjenlo en paz, él está preparándose para el examen: ¡Ah, Catito! Habían de aprender de Catito. ¡Si todos fueran como Catito!"
¿Que quién cambió cambió las respectivas posiciones de las imágenes de San Miguel y el diablo, postrando a San Miguel por tierra y exaltando al demonio a que quedase con las rodillas sobre el vientre del arcángel, y lo acomodó de forma tal que parece que le estrangula el cuello, en tanto que por sus malditos belfos exhala una tirita de papel en que está escrito: "¡Dígame tío!?"
En fin, muchas palizas más se dieron a los otros por mi culpa; que yo era un artista en eso de enfocar las cuestiones de manera que mis culpas se achacaran a los otros. Mientras tanto, para mí sólo quedaban los elogios y las complacencias, y la paz, y las caricias, y los bocaditos.
...Caras vemos; corazones no sabemos.
Abajo hablan los hechos."
- Algunos fragmentos del capítulo 1, "Preámbulo y Premisas", de la novela "La Paloma, el Sótano y la Torre" del mexicano Efrén Hernández (1904-1958), de quien el poeta Alí Chumacero escribió: "Desde las cuatro paredes de su cuarto, atisbando por los rincones, encendiendo con la palabra objeto tras objeto, evocando sucedidos sin mayor relieve, creó un universo oscilante que va de la mera malicia al esplendor franco de lo poético." Hace un par de meses se lo mandé a Nán con nuestra estimada Cristina, quien vino a México.
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14 comentarios:
Y tendré que hacer una operación ilegal y adelantarlo del montón de los "UI" (urgentes inaplazables) para leerlo este fin de semana, porque esta entrada tuya tiene un sentido general de amor a todos, por lo que da a conocer, pero de tirón de orejas a mí (por los dos meses que llevo sin darme a conocer).
Y ahora que vuelvo a ser colega de playa... ¡¿Cómo no hacerlo?!
(además, los dos párrafos atraen, atraen).
Abrazos a mi hermano mezcaliniano.
¡Me encarreré y puse unos párrafos más!
Y una foto de mi sexto año de primaria.
Un abrazote,
¡Y poca madre que estés de vuelta oficialmente en Las Playas!!!!
G
¡Qué maravilla de planteamiento!
Gracias Gerardo por descubrirme este autor. Lo buscaré para leerlo con detenimiento.
(bienhallado, hijo prodigonán)
¡Así que has vuelto...!
¿Hay mejor sitio?
Siempre se vuelve a la casa de origen.
¿"Ágil, fina, sagaz, escurridiza" (...) "pesado, gordo, cegato, obtuso"? Me queréis mal, ahora que estaba viniéndome arriba.
Mi cuate, ¿cuál de esos exquisitos cortes de pelo tiene debajo a su persona?
Y ya puestos en plan morbo, ¿cuál de las jóvenas de arriba le traía loco? (la verdad es que cualquiera de ellas podía correr a gorrazos a cualquiera de los de abajo).
O sea, ¿cuál fue o pudo ser la pareja del año en la escuela?
Yo apuesto por el quinto desde la izquierda, en la segunda fila.
Quiero más de Efrén (¿Puede ser?)
Saludos.
Tengo la novela en mi casa (un ejemplar regalado por Gerardo). Voy a leerla este fin de semana. Ya te la paso yo.
El cuarto por la derecha, segunda fila. Me juego la pitillera de plata.
Y de las mujeres, yo diría que lo traían loco todas, toditas, todas (menos la señora gorda de la derecha).
¡Saludos y salud!
Jajaja casi le atina Robert, soy el cuarto de izquierda a derecha en la segunda fila, con camiseta amarilla y el pelo muy alborotado (hubo mucho viento ese día al parecer, o perdí mi peine).
La chica más linda era Bettina, la cuarta de izquierda a derecha de la tercera (casi detrás de mí). Nunca pude nada, y acabamos estudiando preparatoria juntos y siendo buenos amigos. Se volvió psicóloga.
Durante otra época me gustó Pamela, la quinta de derecha a izquierda de la fila de más arriba, la que melancólicamente (o por tener el sol enfrente) cierra los ojos. Era nieta del pediatra que me atendía de niño. Este doctor era muy amigo de mi abuelo Hidalgo, que es (fue) dentista.
Finalmente, no hay que dejar de mencionar a Karla y Tatiana, las primeras de la izquierda de la cuarta y tercera filas, respectivamente. Muy anheladas por todos.
Y para nuestro amable auditorio, aquí tenemos al narrador y progatonista (Catito) describiendo a su primo mayor Fulán:
"Ya sabía en donde hallarlo, allá en el cuarto de las cosas viejas, que por estar situado en la azotea y ser muy reducido, se llamaba el altito. Dicho y hecho, a su umbral, lo encontré. Se hallaba sin zapatos, se los había quitado a fin de remendarlos y recoser las descosidas suelas. Ya había arreglado uno, trabajaba en el otro, y mientras martilleaba, silbaba aquella canción tan de entonces, llamada La Valentina.
Valentina, Valentina,
yo te quisiera decir;
una pasión me domina
y es la que me ha hecho venir.
La melodía de esta canción es medio irónica, muy acomodada al carácter zumbón de sus letras. Finge ser dulce, pero su dulce sabe un poco a burla:
Si porque me ves borracho,
mañana ya no me ves,
pues si ahora tomo tequila
mañana tomo jerez.
Muy bien, no tiene caso. Hay gentes cantadoras; aunque no canten bien, se entretienen cantando.
A Fulán le quedaron perfectamente sus zapatos. Parecía que los hubiera compuesto un zapatero. Verdaderamente, Fulán sabía de todo. En rigor, era un sin oficio, un medio vago, trabajaba sólo en ocasiones; aquí enmendaba una descompostura de la instalación eléctrica, allá lo llamaban a que reajustara una mesa, más allá le encomendaban el arreglo de un despertador, en otra parte aderezaba una piñata, y no faltaba donde una señora le rogaba que llevase unos papeles al exprés. Carecía de taller y poseía muy insuficiente herramienta. Sólo algunas limas viejas, una garlopa, varios martillos, ciertas pinzas, un cacho de serrote, un herbiquí y algunos cuchillitos diferentes; pero él se acomodaba. También escribía versos, y tenía muy buena letra y sabía dibujar. Él propio hacía sus trajes, le quedaban muy raros; pero siempre era un mérito. Una vez se puso a tejer una corbata y no lo quedó tan mal. Así, él vivía y se sostenía en un nivel intermedio entre la clase media y los sirvientes. Y como no tenía ambición era uno de esos que cantan mucho. Así hay que ser; sino que ahora la lucha es más difícil. Cada uno lo quiere todo para sí. No importa que no quede nada a los demás. No crea que ahora pueda nadie vivir de tal manera, y sobre ello, cantar.
Era ya el mediodía. El sol y no otro alguno, solito y sin concurso, asociación ni ayudantía, desempeñaba a conciencia su misión de iluminar y calentar el mundo. Todo aquel calor y toda aquella deslumbradora luz, que impregnaban el éter y transían el aire, procedían en total del sol, que en la punta del cielo, de cara hacia la tierra, se hallaba colocado, justamente colocado en el centro de los ejes de la bóveda celeste, por puntos tan exactos, que si se le entregara un hilo de plomada al sol a que lo tuviera entre sus dientes, éste, descendiendo, vendría a posarse con sorprendente precisión, precisamente encima de nuestras coronillas. Reverberaban las bardas y las azoteas; dondequiera que giraban los ojos, detrás de las cortinas de aire desigualmente calentadas, sólo hallaban objetos en temblor."
¡Qué bueno, Gerardo!
Está claro que cualquiera de las jovencitas se os podía comer vivos a cualquiera de los chavitos. Vamos, que a vosotros os llevaban a tomar chocolate y a ellas refrescos en el dancing. Es lo que tiene la educación mixta, que no respeta la jerarquía de edades.
La historia del primo Fulán me pone firme, sabiendo que ahora en cuanto cierre el trasto este me la voy a leer.
"Por no mecionar a Karla y a Tatiana", claro. Me la voy a quedar como frase de combate y que cada uno entienda lo que quiera.
Un abrazo.
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