Desde los motivos apremiantes y vitales del artista, no es extraño que el formalismo tecnificado de algunas estéticas actuales parezca hoy un servidor de los esquemas comercializados que todo lo dominan y que ya no tenga otra finalidad que la de fijar la “cotización” de las obras según algunos “signos externos”. ¿Qué es lo que le da valor a una obra de arte? Los partidarios de la “cotización” responden dándonos las típicas listas de ingredientes o leyes formales que, según ellos, ha de tener la “Belleza”, y en cambios nos dicen poco o nada de su función. Ingredientes y leyes que, por otra parte, no son más que generalizaciones de los hallazgos de los artistas del pasado, que, si bien fueron revolucionarios en su momento, ya no son ninguna garantía de calidad. A causa de ellas, la estética se convierte en esteticismo y el arte vivo en academicismo.
El artista tampoco siente ninguna devoción especial por las teorías, ya denunciadas por los dadaístas, que se contentan con el deseo de operar aún más “científicamente”, con catalogar las propiedades retinianas que, según dicen, tienen en sí mismos ciertos colores, líneas, formas o estructuras. Sabe que, en nuestras emociones estéticas, intervienen, tanto o más que estos elementos, factores conceptuales o simbólicos, que aparecen por contraste o por asociación de ideas en los registros de la memoria o del inconsciente, y que nunca serán, pues, codificables del todo porque están en constante transformación en cada momento circunstancial e histórico vivido por los autores y por los contempladores. El artista no entenderá nunca la enseñanza de unas formas fijadas “científicamente”, como si se tratara de aprender el código de la circulación o las fórmulas para bailar por correspondencia. Esto le parecerá siempre una manera deshumanizada de ver el arte, afectada por una falta de confianza y por una frialdad terribles; y en definitiva no tiene nada que ver con la forma de actuar del artista y del auténtico contemplador.
Antoni Tapies, La práctica del arte; Ariel, 1970
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2 comentarios:
Había hecho en una entrada anterior de mi blog una alusión al "manierismo", que quedó descolgada. La otra mañana, leyendo en el metro al ir al trabajo este librito de Tapies, me pareció que, dando el salto pertinente en el campo y en el tiempo, conectaba con aquello que dije (o quise decir).
También puede estar relacionado con el tema, aunque en este caso con final feliz, lo que había leído en Babelia sobre las novelas de Fred Vargas y el rechazo editorial francés durante años después de un primer libro con 1.500 ejemplares de ventas (en España, habría sido un éxito, pero en una sociedad lectora como la francesa representaba un fracaso estrepitoso). Los "nuevos modos" de Vargas fueron castigados no solo por la sociedad lectora, que probablemente no supo de su existencia, sino por la "barrera proefesional" defensora de lo que ya se ha demostrado que gusta.
Yo creo que la comercialización masiva de toda creación hecha con el fin de convertirse en un best-seller, paga siempre el alto precio del empobrecimiento de sus materiales, al optar por una vía muy concreta, como es la del mercado.
Por otra parte, y cambiando de tema, qué duda cabe de que sin tradición no podría irse más allá... La tradición es el sustento del arte mismo, su alimento. No me creo que nadie pueda innovar nada si no parte del canon, de cuanto le precede y el tiempo ha filtrado como digno de recuerdo e imitación (también pienso que para lograr una voz propia, primero hay que haber asimilado debidamente infinidad de voces ajenas y extraodinarias).
Sin duda, los medios y materiales del artista son, en general, limitados, como los mismos temas. Lo de captar el espíritu del tiempo que nos habita a partir de esos mismos medios, materiales y temas conocidos, sería ya otro cantar. El verdadero logro (a mi juicio).
Abrazos varios
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