17 noviembre 2009

El aprendiz de espumas








Yo conduje a mi niño hasta la orilla,
y él me condujo a mí,
                              más niño suyo.
Lo conducente, al fin, lo conducido.

Hasta entonces,
  anduvo ensimismado
en tormentas de arena,
en castillos de almenas imposibles.
Con su pala y su cubo, en ramblas breves.

La media tarde se alumbraba oblicua
con dócil resplandor. El mundo en torno
brindaba a aquel volumen mansedumbre,
sin la laceración del mediodía.

El mar y el niño se observaron tensos,
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
  recelosos,
en una esgrima tácita.

Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.

Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.

Así fue cómo el aprendiz de espumas
se hizo doctor en olas, erudito
en los cantos rodados, en los nácares,
en los azules yodos intangibles.

Yo me atuve a mi asombro,
  pobre adulto.
¿Por qué,
  si fuimos dueños, no lo somos?
¿Por qué,
             si lo supimos, no sabemos?

¿Adónde fue a parar el paraíso?



Carlos Marzal (Valencia, 1961) leyó este poema en el el ciclo Poesía en Palacio celebrado en el hotel Hospes Palacio de los Patos de Granada, el 12 de marzo de este año.

7 comentarios:

Miguel Marqués dijo...

Para suerte mía, decidió también leerlo en el II Festival de Poesía y Música de Almería, hace pocos días, el cual, por cierto, está funcionando muy bien :)

NáN dijo...

Dan ganas de echarse a llorar, ¿no? Después de la certeza del niño dios, esas preguntas...

Gemma dijo...

Maravilla de poema recién creado gracias al poderoso mirar de ambos niños...
Saludos

Miguel Marqués dijo...

No creo que sean una pregunta ni una certeza ramplonas (si es que hay alguna certeza que no lo sea, por otra parte). Echarse a llorar sí lo es.

Yo lloré, algunas veces, claro. Luego llegaron los gritos, y después Leopoldo Mª Panero apoyado en una barra de bar aseverando que la infancia se vive y el resto se sobrevive.

Marzal decía comentando este poema (y creo que citaba a alguien) que el hijo es el padre del hombre. Se me hace gran verdad, sin saber. Un tres en uno prodigioso, real como el cuero y la madera, antinomio total de la tríada católica: el hombre enfrentado al santo espíritu. Que le digan al Bakunin de hace unos días.

En realidad el poema viene, según contó Marzal en Almería, de una anécdota bastante más mundana: el poeta tuvo una primera hija a la que dedicó un poema. Al segundo no le escribió ninguno, y la abuela (su suegra) le prohibió entrar en su casa para la paella de los domingos si no traía consigo un poema para su nieto bajo el brazo.

Quizá por ser de encargo?

Mmm... A mí me gusta.

Gemma dijo...

"El niño es un ser divino hasta que no se disfraza con los colores de camaleón del adulto."
Hölderlin

Vengo de leer la bitácora de Javier Quiñones Pozuelo, "De ahora en adelante", y me encuentro con esta cita...
Saludos

NáN dijo...

Jó, pues para ser de "encargo" le ha salido genial. Claro que lo que estaba en juego era la paella de los domingos.

Es "tan" oportuna la cita de Gemma, porque evidentemente lo que lloro en ese poema es esa pérdida de la divinidad, que tan punzante aparece en el poema, con el niño creando el mar y el horizonte con el dedo.

kika... dijo...

me ha encantado, y escucharlo también...

y quiero ir a ese festival (ya será al del año que viene, por lo que calculo, pero bueno...)

besos
K