Es un día claro y frío de diciembre. Nevó durante toda la noche. Esta mañana, mi hija de diez años y yo nos levantamos temprano; estamos en su cuarto mirando la nieve por la ventana y conversando tranquilamente. Ella aún tiene puesto su pijama de franela; abraza a nuestro gato de angora y se inclina en el alféizar de la ventana. Yo sostengo una taza de café. "¿Crees que existan seres vivientes en otros planetas?", me pregunta. "Probablemente", respondo.
Del otro lado de la ventana el aire brilla gracias a dos luces: una viene del sol que está en lo alto, y la otra del sol aquí abajo, reflejado en la nieve. Mucho más arriba, el aire adquiere lentamente una tonalidad azul brillante, que se eleva cada vez más hasta donde alcanza la vista. Estamos en una competencia de quién ve más.
"El espacio es extraño", dice mi hija. "Es absolutamente imposible imaginar algo que continúa siempre. Y si no continúa siempre, ¿qué hay fuera de él?". Yo inclino la cabeza en señal de aprobación, y bajamos las escaleras en puntillas para tomar nuestro desayuno y prepararnos para el día que comienza.
Del otro lado de la ventana el aire brilla gracias a dos luces: una viene del sol que está en lo alto, y la otra del sol aquí abajo, reflejado en la nieve. Mucho más arriba, el aire adquiere lentamente una tonalidad azul brillante, que se eleva cada vez más hasta donde alcanza la vista. Estamos en una competencia de quién ve más.
"El espacio es extraño", dice mi hija. "Es absolutamente imposible imaginar algo que continúa siempre. Y si no continúa siempre, ¿qué hay fuera de él?". Yo inclino la cabeza en señal de aprobación, y bajamos las escaleras en puntillas para tomar nuestro desayuno y prepararnos para el día que comienza.
Alan Lightman (Memphis, 1948), Luz antigua. Nuestra cambiante visión del universo, Harvard University Press, 1991.
6 comentarios:
Justo me he encontrado con esto y he dicho "coño, otra niña de 10 años"...
qué bonito despertar
por qué he tardado tanto en leer esto
la franela, la ventana, la taza de café... esas pequelas puntadas de la calidez cotidiana
sí, qué bonito
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es que nadie está leyendo cosas estupendas?
¡Qué bonito verlo así! Yo cuando tuve por primera vez conciencia de lo que podía llegar a ser la eternidad, me atraganté repitiendo "algo que no termina nunca, y nunca, y nunca y nunca". Seguí repitiéndolo en voz baja hasta que me asustaé. Tendría diez añillos, o por ahí, y estaba en la habitación de la chimenea de mi casa de Almería (sí, así somos: no tenemos calefacción en las casas por ahí abajo, pero sí chimenea). Mucho mejor caer en la cuenta de algo así mirando al cielo azul, con tu padre o tu madre tomando café y abrazado a una gata de angora.
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