21 junio 2009

Versos y prosas

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EL HUECO Y EL IMPULSO

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Uno se tumba a consolar su hueco
tirando piedrecitas, contando los segundos,
el eco que allá al fondo retumba nos sacude,
pero eso es lo que hay, también la ausencia
nos hierve en las entrañas, nos respira,
y hay que quererla como a un hijo descarriado,
un brazo en cabestrillo, una legaña, cosas
que vienen a romper todas las previsiones,
tan torpes como ingratas pero sin maldad,
tampoco el hueco es responsable del vacío,
de su desértica aridez, su inclinación
a provocar una sed inexpugnable, labios como grietas
que ni agua ni vino ni amor han de calmar,
nadie escoge su herida, nos toca por destino,
tampoco pudo el hueco elegir rebosar en plenitud,
qué más quisiera él que darnos vida,
regarnos las palabras, colmarnos de promesas,
pero tan sólo sabe sembrarnos su oquedad,
avivarnos el hambre de infinito,
si nos agua la fiesta no es su culpa,
él sólo quiere y quiere sin medida,
lo malo es que no existe lo que quiere,
por eso si su llanto nos despierta,
más vale abandonar cuentas y planes,
dejarlo todo a medias, correr hacia su orilla
a cantarle muy quedo, en vilo el corazón,
ya pasó, ya pasó, duerme mi niño,
y acunarle después susurrándole historias
de océanos que esperan,
islas que no figuran en los mapas,
cumbres donde el deseo nunca duerme,
valles donde las fieras retozan con los pájaros,
regiones que muy pronto
incendiarán nuestra mirada
si nos ponemos en camino a toda prisa
y aplazamos la sed y el desaliento
y abrazamos la dicha de los viajes.
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---Yo creo que en la infancia, dijo Leandro, nos marcamos los retos inconfesables de nuestra vida y que la respuesta a la felicidad consiste en la culminación más o menos cercana o más o menos lejana de ese reto infantil, puede que no del todo articulado ni claro, pero evidente para uno mismo. Aunque ahora me escuches como si lo que yo digo no fuera más que un oscuro recuerdo, sé que tienes clarísimo cómo era y cómo pensaba el niño que eras tú. Ante la sonrisa de Joaquín, como si aquello le pareciera un juego psicoanalítico demasiado complicado para el lugar y la hora, Leandro prosiguió sin pasión. No creas, yo soy igual, a veces me sorprendo a mí mismo sintiéndome mirado por el joven que fui.
---¿Y? ¿Tú te reconoces fiel a lo que deseabas?, ¿crees que alguien lo logra?, preguntó Joaquín mientras clavaba los ojos sobre los ojos hundidos de Leandro.
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El poema procede de La vida nueva, de Eduardo García, Colección Visor de Poesía, Madrid, 2008.
El texto, de Saber perder, de David Trueba, Anagrama, Barcelona, 2008.
Las cursivas son mías (GP).
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16 comentarios:

NáN dijo...

Lo primero, Mega, es que esta contraposición de los dos textos es compleja y enriquecedora. Cada vez que se leen juntos salen nuevas cosas. Si fuera más retórico, diría que me vence más el poema que la prosa; pero como no lo soy, no lo digo.

Lo segundo, que me parece genial, es que nos hayas regalado tus subrayados. Te sales de innovaciones y con eso nos regalas, además, un tercer texto.

Lo tercero es que no estoy de acuerdo con Leandro. No sé si la felicidad (palabras mayores), pero sé que la vida puede ser un tiempo añadido (a partir de los siete u ocho años) que se nos concede para deshacer lo que decidimos en la infancia.

Gemma dijo...

Ando leyendo ambos libros (la novela de Trueba desde algo antes) y lo cierto es que cuando me topé con este poema de Eduardo García acababa de leer el fragmento de novela que reproduzco. Aun cuando quede recortado y fuera de contexto, supongo que los relacioné de inmediato por un ejercicio de asociación de ideas, o sea, sin pensarlo demasiado.

La única duda que tuve a la hora de copiarlos para vosotros fue si poner primero el poema o el texto. Al final he optado por reproducir fielmente el orden de lectura. También creo que ese orden es relevante: pues la causa (el poema) me llevó a una posible consecuencia (el texto). Celebro que te agrade, Nano.

En cuanto a lo que comentas, a mí me parece que hasta cierto punto es verdad lo que Trueba dice. De pequeños (aunque en mi caso fuera sobre todo a partir de la adolescencia) llegamos a vislumbrar ciertas verdades que, si no inmutables (hasta los deseos mutan, como bien apuntas), nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas, definiéndonos como pocas cosas. Servidora, por ejemplo, empezó a escribir a los 9 años unos cuentecillos con el único fin de poder regalárselos a mi abuela... Después de ese amago, no volví a escribir ficción con la misma continuidad de ahora hasta que hube cumplido los 30 y tantos. ¿Y por qué?, te preguntarás. Creo que por fin he descubierto que es el mejor modo de rellenar vacíos (y ausencias).

(Luego, el dios Internet, compasivo, nos ha permitido la confidencia y hasta una amistad más estrecha de lo que nos creímos al principio). Beso

Gemma dijo...

Acabo de corregir ¡¡¡tres erratas!!! en el poema...

(v.3) el eco que allá al fondo retumba noS sacude,
(v. 9) tan torpes como ingratas pero siN maldad,
(v. 15) tampoco pudo el hueco eleGir rebosar en plenitud,

NáN dijo...

pues la segunda y tercera se veían como erratas.. ¡pero en mi caso la primera había colado!

Gemma dijo...

Me lo temí, por eso mismo entoné un mea culpa... ;-P

Portarosa dijo...

Hola.

Como podéis leer en mi casa, hablaba yo de esto con mi amigo Taliesín (psicoanalista jungiano -ahí es nada-, él). Y, decía, yo tengo esa sensación; la descubrí, o la identifiqué, precisamente, psicoanalizándome. Y creo que es cierta.

Pero creo también, como trataba de explicar en mi blog, que ese recuerdo, el de nuestra infancia y nuestros sentimientos/propósitos/anhelos de entonces, es en gran parte fruto de nuestro posterior devenir (carallo); vamos, que aunque haya un germen inicial real, vamos recubriéndolo, modificándolo, en función de nuestra vida (en ocasiones, creo que directamente para compensar ésta).

Pero eso no le quita valor, sino tal vez todo lo contrario; porque en lugar de ser una referencia estática, está viva: es una especie de faro, o de alerta, que nos dice qué tal lo vamos haciendo, qué tal nos sentimos con cómo nos va.

¿Os parece?
Besos.

Microalgo dijo...

Hola!

Acabo de recibir invitación de entrar aquí.

Creo que la voy a aprovechar. Gracias!!

Portarosa dijo...

(Pues yo todavía no. ¿Pasará algo?)

NáN dijo...

Tenéis que haber recibido una invitación del administrador, en la que tenéis que hacer clic en algo o devolvérsela.

Con respecto al tema, he releído una frase de mi relato del libro:

«La infancia...Es un territorio del que apenas podemos sacar algo más que una extrañeza, aunque fue ahí donde marcamos quiénes íbamos a ser.»

Claro que eso lo dice un personaje del relato. No tengo por qué compartirla.

Gemma dijo...

Portorosa, yo también creo como tú que la infancia (junto con sus deseos y anhelos) es una referencia no-estática, en continuo movimiento, y ello aun cuando la recordemos como si de una fotografía -más que no de una película- se tratara; a fin de cuentas, su transcurrir es la etapa más cambiante que vivimos. Tanto es así que las primeras renuncias las realizamos, de hecho, durante la misma infancia, determinando con ello nuestro futuro... (hoy, en parte, también presente...) Saludos cordiales

Microalgo, aprovecha pues... Yo aquí soy medio-intrusa de hecho...

Nano, ¿y a ti no te parece que esas extrañezas nos persiguen también en la edad adulta?... A eso me refería también...

NáN dijo...

Claro, Mega, en realidad estoy poniendo pegas para mantener vivo el debate.

Mi objeción real es a la palabra "felicidad". No creo que la infancia sea feliz (sí es nuestra, fuerte, afirmativa). Por tanto, le felicidad no puede estar en "la culminación lejana" de lo que es infeliz.

Es más, creo, y lo he experimentado recientemente, que la "felicidad" se acerca más a "rehacer" de un modo feliz lo que no lo fue: perdonar y ser perdonado. Falsear. Abrazar lo que ese ego que se abre camino fieramente no quiso abrazar. Y aceptar el abrazo.

Por eso creo que Leandro (no me atrevo a decir que Trueba), se equivoca gravemente.

NáN dijo...

Veo que Portorosa ya está como siberiano, aunque no su blog.

Y Mega, tú, de medioprestado, nada de nada. De pleno derecho y hecho. Ganado a pulso. Así que no presumas de marginal.

Gemma dijo...

Jajaja, bueeeno, vaaaale, estaba remoloneando...

Totalmente de acuerdo contigo. De hecho, creo que el ejercicio de ir, desde el presente, en busca de nuestra felicidad en la infancia es un anacronismo, sólo posible si admitimos que la felicidad (con todas las comillas que queráis) es siempre una edificación adulta, aun cuando la hayamos hecho a base de retazos nostágicos de nuestra infancia...

Portarosa dijo...

Infancia feliz.

Feliz en su recuerdo (en mi caso y en el de los que hayan tenido una parecida, supongo): lleno de cariño y (y aquí entro en mi gran tema, terrible) con todas las posibilidades intactas (y esto hay que entenderlo del modo más subjetivo, e incluso afectivo, posible).
Pero, ojo, tengo claro que ésa es la imagen actual; el recuerdo.

El papel de ese recuerdo recreado es, en mi opinión, importante si sabemos usarlo: como alerta, como faro, referencia, síntoma...

Un abrazo.

Alvy Singer dijo...

me encantan ambos textos; aunque resultan demasiado dolorosos, quizás porque resulta sencillo identificarse.

Dejo mi granito de arroz con otro extracto:
"Las palabras que no comprendía se las repetía una vez y otra vez, hasta que se las aprendía de memoria, y a través de ellas le llegaban vislumbres del mundo que les rodeaba. La hora en que él había de participar también en la vida de aquel mundo parecía que se le iba acercando y comenzó a prepararse en secreto para el gran papel que le estaba reservando, pero que sólo confusamente entreveía.
Las horas de prima noche le pertenecía; y se desojaba sobre una desgualdramillada traducción del El Conde de Montecristo. La figura del siniestro vengador le representaba en su imaginación todo cuanto había oído o adivinado en su infancia de extraño y terrible.
Por la noche construía sobre la mesa de la sala un simulacro de la isla maravillosa formado de pedazos de transferencias, flores de papel, papel de seda de colores y tiras del papel de oro o plata que venían envolviendo el chocolate. Y cuando desmoronaba todo este tinglado, hastiado de su falsedad, se representaba la clara visión de Marsella y las soleadas celosías, y veía con la imaginación a Mercedes.
Fuera de Blackrock, en el camino que conducía a las montañas, había una casita enjalbegada en cuyo jardín crecían muchos rosales. Lo mismo al ir que al volver a casa, aquella casita le servía de mojón para medir la distancia. Y vivía con la imaginación una larga cadena de aventuras tan maravillosas como las del libro, hacia el final de las cuales se le representaba una imagen de sí mismo, ya más viejo y más triste, de pie en un jardín, a la luz de la luna, con aquella Mercedes que tantos años antes había rehusado su amor y a la que tristemente, con un gesto de orgullosa repulsa, decía:
-Señora, yo no acostumbro a comer uvas moscateles."

(Retrato del Artista Adolescente
James Joyce, traducción de Dámaso Alonso)

Alvy Singer dijo...
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