Un hombre, que no podía casar a una hija muy fea, visitó al rabino Shimmel de Cracovia.
-Tengo una gran pena en el corazón -le dijo al Rev- porque Dios me ha dado una hija fea.
-¿Cuán fea? -preguntó el rabino.
-Si la tumbara en un plato al lado de un arenque, usted no podría distiguir quién es quién.
El rabino de Cracovia pensó un largo rato y por último preguntó:
-¿Qué clase de arenque?
El hombre, sorprendido por la pregunta, pensó rápidamente y contestó:
-Eh... un arenque de Bismark.
-¡Qué lástima! -exclamó el rabino-. Si fuera del Báltico tendría más posibilidades.
He aquí un cuento que ilustra la tragedia de las cualidades transitorias de la belleza. ¿Se parece realmente esta muchacha a un arenque? ¿Por qué no? ¿Habéis visto algunas de esas cosas que caminan por ahí estos días, sobre todo en lugares de veraneo? Y aun cuando así sea, ¿acaso todas las criaturas no son hermosas a los ojos de Dios? Quizá, pero, si una muchacha parece estar más a sus anchas en un frasco con salsa de vinagre que en un traje de noche, entonces sí tiene graves problemas. Por una extraña casualidad, se decía que la mujer del rabino se parecía a un calamar, pero sólo de frente, aunque su tos carrasposa suplía con creces este defecto -algo que no alcanzaré jamás a comprender.
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (1966), de Woody Allen (Nueva York, 1935).
19 noviembre 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
11 comentarios:
Afuera el día está algo más que triste. En nuestras playas siempre podemos agarrarnos a una página que te haga sonreír.
(Para seguir sonriendo, os remito al capítulo de la obra citada: Para acabar con la tradición judaica, Leyendas hasídicas según la interpretación de un distinguido erudito.)
Hoy es lunes y sigue estando así de gris plomo.
Prefiero el color de ayer.
Recapacitaré sobre los arenques.
Siempre preferí los boquerones.
Las anchoas tampoco están mal. Sobre todo en la pizza, o dentro de las aceitunas, hechas un tapaditas. Lo mejor de todo es que ambas son el mismo bicho: Engraulis encrasicholus. El arenque, como va a su bola, se declara independiente: Clupea harengus. Todas pertenecen a la misma familia que la sardina.
La sardiiina. Mmm. A la plancha, al lado de una paila de migas, unos rábanos fresquitos y unos pimientos asados... Y el vino, tinto (siempre tinto).
¡De repente huelo a mar!
Jo, quería decir, huele. Porque si yo huelo a mar...
Si tú hueles a mar es que has pasado muchísimo frío esta mañana cayéndote al Atlántico.
A mí ahora me ha dado por el blanco.
¿Las malas influencias montillanas?
Siguiendo la propuesta de Nan en la siguiente entrada... es cierto que se cuelga lo que se cuelga por alguna razón. La mía para este texto no es nada loable, pero os la cuento.
Fue hace un par de días o menos que me tocó ir a hacer la compra y casi no lo supero. Una loca, harto conocida en el barrio aunque no por mí, se me apareció nada más entrar en el supermercado. No es que yo sea un radical defensor del canon de belleza griego ni nada por el estilo, pero cuando se te planta enfrente una gorda vestida con malla rosa marcando lorzas, a lo heroína de marvel, y con unos labios pintados de tal forma que el carmín hace directa frontera, al norte, con dos cuevas peludas y, al sur, con una barbilla mal afeitada, conato penoso de payaso purulento..., uno queda irremediablemente marcado para toda la vida.
Al momento se me vino a la cabeza el cuentecillo de Woody Allen. Imaginé a la freak tumbada en un plato junto al famoso arenque... y a éste levantándose para salir corriendo (reptando, supongo) con el obligado levantamiento de polvo del camino estilo correcaminos. Pobre arenque.
Al llegar a casa busqué el libro que andaba pegado a otros, cuentos y guiones, del mismo autor y busqué el cuento que aquí respira de nuevo.
Poco loable aunque sí traumatizante (al menos para mí).
Publicar un comentario