Y de vez en cuando me lo sacaba del bolsillo y lo contemplaba, con una mirada de asombro y no diré de afecto, porque de eso yo no soy capaz. Pero durante algún tiempo me inspiró, creo, una especie de veneración, ya que tenía por cierto que no era un talismán, sino que tenía una función muy específica que me sería siempre velada. De modo que podía interrogarle sin fin y sin peligro. Porque no saber nada no es nada, no querer saber nada tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada, éste es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor.
Molloy, Samuel Beckett (Foxrock, Irlanda, 1906-1989)
Traducción de Pere Gimferrer.
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6 comentarios:
"no diré de afecto, porque de eso no soy capaz". Es certero. La incapacidad, en mi caso, es precisamente Beckett. Mira que lo he intentado con sus prosas (Malone muere), pero me agota. La primera ¿escena? de Malone, por ejemplo. Sensaciones -obvio- ideas... Pero me ocurre como con Pinter, por ejemplo, y sus Enanos, o con Elfriefe Jelinek. De cada página compondría un relato, dos versos. Pero una detrás de otra... En esos casos me acuerdo de Kundera, tan capaz de fabricar una hermosa madeja de hilos de colores a partir de cualquiera de las imágenes que Beckett, Jelinek o Pinter pudieran imaginar. Repito: incapacidad. Mía, claro.
no para expresarte provocando emoción, joven jinete de las jolas (cómo me justa ese sonido cortante de la seda, jjjjjjjjjjjj)
Explicaste bien, y claro que tengo que decir que a mí no me entra como un vaso de agua en día de resaca, precisamente, pero me apuro, lo intento, estoy ahí con el lápiz siempre a punto, porque sé que después de digresiones y mareos (qué le gusta marear, aunque yo intuyo que él se mareaba más aún mientras vomitaba), después de turbios rodeos, llegará esa frase que me abrirá los labios hasta el punto más alargado del asombro.
Yo lo veo como cuando tengo que coger el talgo a Almería. 7 horas de paz impuesta, de guerra incruenta contra el tiempo. Saber, como Molloy (o el primo de Molloy o quien sea que hable) que no se puede hacer nada más que cabecear. Dormitar. Embabarse en el paisaje de minutos, de horas (el frío en la frente, el vaho en los ojos, la luz y los llanos amarillos que te persiguen; con un poco de suerte el cuerpo del monstruo lento en que viajas si das con curvas que se cierran sobre tu lado. ya llegando a Almería el desierto grisáceo que se desviste de negro para tus ojos, a poquito). Leer tanto y tan bien. Emborracharse en un bar que se mueve, escribir en la barra de un bar que se mueve. Tomar café. Conocer gente. Y todo impuesto. 7 horas larguísimas que nunca se hacen largas. Vacaciones porque sí.
Pues si no hay más remedio, recupero el nombre oficial y reconozco pública, púbica y púdicamente que cómo me vuelven loco (y no lo digo en el sentido de que me encanten) esos libros de Becket.
Vale. Bien. Tocado (casi hundido). En uno de esos libros (son tres, ¿verdad?) está el tipo metido en un tonel, del que saca la cabeza y habla. Mi modelo virtual de los blogs. Salvo que Miguel y Lara me saquen a tomar algo (¡Ye te he conocido, Lara!) y nos veamos fuera del tonel.
Joder. Vale. Bien. Tocado.
(anda que saber que no se pueda saber nada).
Hundido, glub, glub.
Acabo de llegar de un rebote de los cielos. Aquí y allí husmeando atrasos. Creo que la madre del cordero de Kundera fué Beckett.
Kundera colorea a Beckett. Pero que quereis¿? ¿Colorear los 7 samurais?
Me parece bien que no se entre, que uno decida que para otras horas, para otras circunstancias pero, Pablo, decir que de una "a" de Beckett, Kundera saca "ases" es un atrevimiento que ninguna insoportable levedad de ningún ser debería osar. O sí... vaya usted a saber. En cualquier caso, en mi lista, Beckett gana por muchos silencios a ciertos ruidos kunderianos (con todos los respetos)
Siempre E.
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