29 noviembre 2009

Un personaje de Cortázar cuenta los pespuntes y las suturas de las historias

«Uno se va contando despacito las cosas, imaginándolas al principio a base de Flora o una puerta que se abre o un chico que grita, después esa necesidad barroca de la inteligencia que la lleva a rellenar cualquier hueco hasta completar su perfecta telaraña y pasar a algo nuevo. Pero cómo no decirse que a lo mejor, alguna que otra vez, la telaraña mental se ajusta hilo por hilo a la de la vida, aunque decirlo venga de un puro miedo, porque si no se creyera un poco en eso ya no se podría seguir haciendo frente a las telarañas de afuera. Flora entonces, todo lo que me fue contando de a poco cuando nos juntamos, por supuesto ya no trabajaba en la casa de la señora Matilde (siempre la llamó así aunque ahora no tenía por qué seguirle dando esa señal de respeto, de sirvienta para todo servicio) y a mí me gustaba que me contara recuerdos de su pasado de chinita riojana bajando a la capital con grandes ojos ajustados y unos pechitos que al fin y al cabo le iban a valer más en la vida que tanto plumero y buena conducta. A mí me gusta escribir para mí, tengo cuadernos y cuadernos, versos y hasta una novela, pero lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entren, un cuaderno detrás de otro; yo trabajo en una clínica, no me interesa que lean lo que escribo, ni Flora ni nadie; me gusta cuando se me acaba un cuaderno porque es como si hubiera publicado todo eso, pero no se me ocurre publicarlo, algo golpea en la ventana y así vamos de nuevo, lo mismo una ambulancia que un nuevo cuaderno. Por eso Flora me contó tantas cosas de su vida sin imaginarse que después yo las revisaba despacio entre dos sueños y algunas las pasaba a un cuaderno, Emilio y Matilde pasaron al cuaderno porque eso no podía quedarse solamente en un llanto de Flora y pedazos de recuerdos, nunca me habló de Emilio y de Matilde sin llorar al final, yo la dejaba tranquila unos días, la alentaba otros recuerdos y en una de esas le sacaba de nuevo aquello y Flora se precipitaba como si ya se hubiera olvidado de todo lo que me llevaba dicho, empezaba de nuevo y yo la dejaba porque más de una vez la memoria le iba trayendo cosas todavía no dichas, pedacitos ajustables a los otros pedacitos, y por mi parte yo iba viendo nacer los puntos de sutura, la unión de tanta cosa suelta o presumida, rompecabezas del insomnio o de la hora del mate delante del cuaderno, llegó el día en que me hubiera sido imposible distinguir entre lo que me contaba Flora y lo que ella y yo mismo habíamos ido agregando porque los dos, cada uno a su manera, necesitábamos como todo el mundo que aquello se completara, que el último agujero recibiera al fin la pieza, el color, el final de una línea viniendo de una pierna o de una palabra o de una escalera.

Como soy muy convencional, prefiero agarrar desde el principio, y además cuando escribo veo lo que estoy escribiendo, lo veo realmente, lo estoy viendo a Emilio Díaz la mañana en que llegó a Ezeiza desde México y bajó a un hotel de la calle Cangallo,»

Principio de Tango de vuelta, en Los relatos, 1, RITOS, Alianza Editorial, Julio Cortázar

19 noviembre 2009

En la diligencia

..
La imaginación me llevó a emprender este viaje.
Sobre el techo de la diligencia se mojan paquetes y cajas.
Dentro, apretujamiento, ruido, sofoco.
Van una criada gorda y sudorosa,
un cazador entre el humo de su pipa y con una liebre muerta,
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el abate roncando y abrazado a una garrafa de vino,
una niñera con un bebé rojo de tanto gritar,
un comerciante borracho con un hipo pertinaz,
una dama irritada por todo lo aquí mencionado,
y además un chiquillo con una trompeta,
un perro grande y pulgoso
y un loro en una jaula.
..
Y además alguien por quien precisamente me subí,
apenas visible entre fardos ajenos,
pero ahí está -y se llama Juliusz Słowacki.
..
No parece muy dispuesto a conversar.
Lee una carta que sacó de un sobre arrugado,
una carta seguramente ya leída muchas veces,
porque las hojas se quiebran un poco en las orillas.
Cuando de entre las hojas cae una violeta seca,
ay, suspiramos los dos y la atrapamos al vuelo.
..
Éste es quizá un buen momento para decirle
algo que desde hace mucho ordeno en mis pensamientos.
Disculpe Señor, pero se trata de algo urgente e importante.
..
Vengo del futuro y sé qué pasa allí.
Para sus poemas siempre admiración y cariño,
y para Usted un alojamiento digno de un rey en Wawel.
..
Desafortunadamente la imaginación no tiene tanta fuerza
como para que él pueda escucharme o por lo menos verme.
..
Ni siquiera siente que tiro de Su manga.
Tranquilamente mete la violeta entre las hojas
y las hojas en el sobre y luego en un pequeño cofre,
mira un momento a través de la llorosa ventanilla,
finalmente se levanta, se abotona el abrigo, se abre paso hacia la
[puerta----
y qué hacer -se baja en la estación más cercana.
..
Todavía durante un par de minutos no Lo pierdo de vista.
..
Va así de minúsculo con ese pequeño cofre suyo,
todo recto, con la cabeza gacha,
como alguien que sabe
que nadie lo está esperando.
..
Ahora en el campo de visión ya sólo quedan figurantes.
Una familia numerosa bajo unas sombrillas,
un cabo con un silbato y tras él unos reclutas exhaustos,
un carro lleno de lechones
y dos caballos de tiro de refresco.
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Wisława Szymborska, Aquí, Bartleby Editores, Madrid, 2009. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano, edición bilingüe.
..

17 noviembre 2009

El aprendiz de espumas








Yo conduje a mi niño hasta la orilla,
y él me condujo a mí,
                              más niño suyo.
Lo conducente, al fin, lo conducido.

Hasta entonces,
  anduvo ensimismado
en tormentas de arena,
en castillos de almenas imposibles.
Con su pala y su cubo, en ramblas breves.

La media tarde se alumbraba oblicua
con dócil resplandor. El mundo en torno
brindaba a aquel volumen mansedumbre,
sin la laceración del mediodía.

El mar y el niño se observaron tensos,
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
  recelosos,
en una esgrima tácita.

Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.

Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.

Así fue cómo el aprendiz de espumas
se hizo doctor en olas, erudito
en los cantos rodados, en los nácares,
en los azules yodos intangibles.

Yo me atuve a mi asombro,
  pobre adulto.
¿Por qué,
  si fuimos dueños, no lo somos?
¿Por qué,
             si lo supimos, no sabemos?

¿Adónde fue a parar el paraíso?



Carlos Marzal (Valencia, 1961) leyó este poema en el el ciclo Poesía en Palacio celebrado en el hotel Hospes Palacio de los Patos de Granada, el 12 de marzo de este año.

13 noviembre 2009

1964: Calle Cerdeña 548

A aquel tiempo, tan nuestro, volvería.
Cuando la tarde alcanza a ser más pura
y más leve es el blanco de la luna,
leeríamos en nuestra galería.
Sigue las líneas de mi mano, busca
sobre el mosaico la melancolía:
dirías algo que nos llevaría
al cine y a cenar. Son un preludio
las temblorosas sombras de las hojas
en las aceras del Paseo de Gracia.
El autobús nos deja en la parada:
aires de tilos y de aristocracia
hacen temblar las blusas y camisas
de una cálida noche no olvidada.

Joan Margarit
(Sanaüja, 1938)

de Poesía amorosa completa (1980-2000)

10 noviembre 2009

Muñoz Molina sobre el escritor

-- En un momento de la novela dices que la música es una pasión fría y absoluta, también lo es la literatura?

-- Claro, tiene esa doble vertiente, es una pasión fría porque tiene que estar llena de técnica, tiene que estar llena de sabiduría. Pero es una pasión absoluta porque no se puede compartir con nada. No te quiero decir que uno viva sólo para la literatura, sino que la literatura no admite ese dilentantismo de las personas que dicen: «ahora voy a pintar un cuadro», «ahora voy a escribir un libro», «me gusta la profesión que tengo pero por las tardes me dedico a escribir». Yo creo que un escritor, si lo es de verdad, tiene que tener perfectamente claro que su única pasión es la literatura y que si no vive con ella, aunque no de ella, no tiene sentido su vida. Yo he querido ser muchas cosas de pequeño, pero lo único que he querido ser de manera incesante desde que tengo uso de razón es ser escritor.

Entrevista de J.F. Martín Gil a Antonio Muñoz Molina en el número 83 de Quimera, 1989.

06 noviembre 2009

El Joraique

Tus soldados rey Felipe
no querrán poblar la tierra
mientras ande con su gente
el Joraique por la sierra

Cada noche los cristianos
con los ojos muy abiertos
velan por no despertar
en el reino de los muertos

Nadie alcanza a descansar
de su carga al fin del día
porque está suelto el Joraique
por los montes de Almería

Dicen que Alonso el Joraique
con las sombras tiene un trato
que se cierran cuando salen
los soldados a arrebato

Dicen que la medialuna
le prestó su blanca espada
y antes de llegar el alba
él se la volvió encarnada

Y el Joraique prometía
yo daré fin a la guerra
si me dais la llave que abre
la cancela de mi tierra

El Monfí robó una barca
a la mar echó su pena
dejo nueve pescadores
peces muertos en la arena

Y el Joraique allá en Tetuán
armó su negra goleta
ya llegó al cabo de Gata
ya no duerme un alma quieta

No soñaron nunca más
las mujeres de Almería
que se les llevo el Joraique
el ensueño a berbería.



El Joraique, tema de Juan Perro incluido en su disco Mr. Hambre (2000)


*Alonso de Aguilar, el Joraique, fue un bandolero morisco del siglo XVI que durante años tuvo amedrentadas a las tropas de Felipe II.

01 noviembre 2009

cibercafé

En la mesa de al lado dos chicas se acarician con una pluma. En las plantaciones de té del valle de Mekong amanecieron muertas las mariposas. Pero la vida tiene esta mañana el aroma de las flores que resucitan. No sé si aman, el deseo es una novela contada por teléfono. Son como un violín en su estuche. Acarician sus corazones de oca, se convidan a brevajes de luna. Entrarán en la noche como tinta albina que fluye de las estilográficas. Ninguna tempestad podría alejarlas de la preferida bahía. Vuelan a su colisión generosa de música, rozan sus codos de oro en las orillas que fecunda el poleo. Me roza la belleza de uva de sus ojos mojados por el dios generoso. En la mesa de al lado dos chicas se acarician con una pluma. Ahora son las dos, las tres, las miro. El amanecer desabrocha los deltas de sus ríos violetas. Voy a escribirte un e-mail contándote para qué sirven los picos de las palomas.
Juan Carlos Mestre, La casa roja
Calambur Poesía. Madrid, 2008