27 diciembre 2007

Me parecía que ya había visto antes el antiguo atardecer del sendero; los prados, las rocas y las amapolas de pronto me hacían revivir la estruendosa corriente con el tronco que servía de puente y el verdor del fondo, y había algo de indescriptible en mi corazón que me hacía pensar que había vivido antes y que en esa vida ya había recorrido el sendero en circunstancias semejantes acompañado por otro bodhisattva, aunque quizá se tratara e un viaje más importante, y tenía ganas de tenderme a la orilla del sendero y recordar todo eso. Los bosques producen eso, siempre parecen familiares, perdidos hace tiempo, como el rostro de un pariente muerto hace mucho, como un viejo sueño, como un fragmento de una canción olvidada que se desliza por encima del agua y más que nada como la dorada eternidad de la infancia pasada o de la madurez pasada con todo el vivir y el morir y la tristeza de hace un millón de años, y las nubes que pasan por arriba parecen testificar (con su solitaria familiaridad) este sentimiento, casi un éxtasis, con destellos de recuerdos súbitos, y sintiéndome sudoroso y soñoliento me decía que sería muy agradable dormir y soñar en la hierba. A medida que subíamos nos sentíamos más cansados, y ahora, como dos auténticos escaladores, ya no hablábamos ni teníamos que hablar, y estábamos alegres y de hecho, Japhy lo mencionó volviéndose hacia mí tras media hora de silencio:

- Así es como más me gusta, cuando no se tienen ganas ni de hablar, como si fuéramos animales que se comunican por una silenciosa telepatía.

Y así, entregados a nuestros propios pensamientos, seguimos subiendo; Japhy usando ese paso que ya he mencionado, y yo con mi propio paso, que era corto, lento y paciente, y me permitía subir montaña arriba kilómetro y medio a la hora; así que siempre iba unos treinta metros detrás de él y cuando se nos ocurría algún haiku ahora teníamos que gritárnoslo hacia atrás o hacia delante.

[…]

Con las playeras me resultaba facilísimo bailar ágilmente de piedra en piedra, pero al cabo de un rato noté que Japhy hacía lo mismo con mucha más gracia y que se movía sin esfuerzo de piedra en piedra, a veces bailando deliberadamente y cruzando las piedras de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, y yo traté de seguir sus pasos durante unos momentos, pero en seguida comprendí que era mejor que eligiera mis propias piedras y me dedicara a mi propia danza.

- El secreto de este modo de escalar – dijo Japhy – es como el zen. No hay que pensar. Hay que limitarse a bailar. Es la cosa más fácil del mundo. De hecho más fácil todavía que caminar por el terreno llano, que resulta tan monótono. Se presentan pequeños problemas a cada paso, y sin embargo, nunca dudas y te encuentras de repente encima de otra piedra que has elegido sin ningún motivo especial, justo como el zen. – Y así era.

Ya casi no hablábamos. Los músculos de las piernas se cansaban. Pasamos horas, quizá tres, subiendo por aquel valle tan largo. Por entonces llegó el atardecer y la luz se iba poniendo color ámbar y, eso, en lugar de asustarte, te proporcionaba una nueva sensación de inmortalidad.


Los vagabudos del Dharma (1958), de Jack Kerouac (Lowell, Massachussetts, 1922 - St. Petersburg, Florida, 1969)
Traducción de Mario Antolín Rato

21 diciembre 2007

Una confusión cotidiana

A tiene que concretar un negocio importante con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y en su hogar se enorgullece de esa velocidad.
Al día siguiente A vuelve a H, esa vez para cerrar el negocio. Sale temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Lo hace al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado por el camino. Le aconsejan que aguarde. A, sin embargo, impaciente por la concreción del negocio, se va inmediatamente y retorna a su casa. Esta vez, sin prestar mayor atención, hace el viaje en un rato. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir enseguida.
Pese a esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Ya había preguntado muchas veces si no había regresado todavía, pero continuaba aguardando aún en el cuarto de A. Contento de poder encontrarse con B y explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar, tropieza, se tuerce un tobillo y a punto de perder el conocimiento, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B —tal vez ya muy lejos, tal vez a su lado— que baja la escalera furioso y desaparece para siempre.
-
La construcción de la muralla china y otros relatos.
Franz Kafka (1883-1924)

16 diciembre 2007

Una a Una

Quita las medias una a una de las piernas de María,
sus ojos hurgan en su carne.
Son los ojos de la carne. Los ojos del espíritu están cerrados.
Si no estuvieran cerrados vería en María no el encanto
de una feminidad tardía, sino su imagen
llegando a la vejez, un higo seco y arrugado. Si abriera
los ojos del espíritu se apagaría el deseo de la carne.
Su pasión se convertiría en cenizas.


Se puede decir también así: trepa por un tortuoso sendero
de montaña, entre dos abismos. Su mirada está alerta
y despierta pero los ojos del espíritu están cerrados.
Si los abriera sólo un instante, sentiría vértigo y se caería.

Todo esto es viejo y conocido: los ojos de la carne desean,
el ojo del espíritu se consume, el que está aquí
eres tú sin tí y el que no está no está, y entonces
¿para qué amar a una mujer? ¿Para qué cruzar abismos?


El mismo mar

Amos Oz
Jerusalén, 1939

[Traducción de Raquel García Lozano]

11 diciembre 2007

Playas Nevadas

La historia de después te importa menos.
J.M. Caballero Bonald


Volveremos a ver playas nevadas.
Ahora tienes que irte
pero no importa mucho,
quiero decir
que nada de esta historia importa demasiado.
Venimos de las nubes,
no intentes comprenderlo. Sólo pido
poder verte marchar desde esta mesa,
vivir sin sobresaltos
uno de esos momentos
que se piensan cruciales en la vida.

La historia de después se irá escribiendo
y apenas si sabré lo que sucede.

Te digo: Volveremos a ver playas nevadas,
pero tú ya estás lejos y la nieve
se derrite formando barro sucio,
es lírica gris que todos pisan.


Javier Cánaves (Palma 1973)
El peso de los puentes

10 diciembre 2007

No conservo ninguna fotografía suya donde quedara un poco bien. Ni siquiera en mi imaginación soy capaz de reproducir su cara con todo detalle. Y sin embargo, el rostro extraño de cualquier extraño atisbado esta mañana entre la multitud puede presentarse ante mí con nítida perfección al cerrar los ojos por la noche. La explicación es bastante sencilla, creo yo. Los rostros de los seres a quien mejor hemos conocido, los hemos visto desde tantos ángulos, bajo tantas luces y dotados de tantas expresiones (paseando, durmiendo, riéndose, llorando, comiendo, hablando o pensando), que todas estas impresiones se nos enmarañan simultáneamente, dentro de la memoria y quedan confundidas en un simple borrón. Pero su voz está todavía viva. Su voz añorada que en el momento menos pensado me puede convertir en un niño que se echa a llorar.


Una pena en obsevación (A Grief Observed), 1961.
Clive Staples Lewis (Belfast, 1898 - Oxford, 1963).

(Versión de Carmen Martín Gaite)

07 diciembre 2007

Me encanta Dios

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.

Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida, sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang… Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

Jaime Sabines (México, 1926-1999). De Otros poemas sueltos (1973-1994)

04 diciembre 2007

descenderás con tus diez mil millones de células cerebrales, con tu pila eléctrica en la cabeza, plástico, mutable, a explorar, satisfacer tu curiosidad, proponerte fines, realizarlos con el menor esfuerzo, evitar las dificultades, prever, aprender, olvidar, recordar, unir ideas, reconocer formas, sumar grados al margen dejado libre por la necesidad, restar tu voluntad a las atracciones y rechazos del medio físico, buscar las condiciones favorables, medir la realidad con el criterio de lo mínimo, desear secretamente lo máximo, no exponerte, sin embargo, a la monotonía de la frustración:

acostumbrarte, amoldarte a las exigencias de la vida en común:

desear, desear que tu deseo y el objeto deseado sean la misma cosa; soñar en el cumplimiento, en la identificación sin separaciones del deseo y lo deseado:

reconocerte a ti mismo:

reconocer a los demás y dejar que ellos te reconozcan: y saber que te opones a cada individuo, porque cada individuo es un obstáculo más para alcanzar tu deseo:

elegirás, para sobrevivir elegirás, elegirás entre los espejos infinitos uno solo, uno solo que te reflejará irrevocablemente, que llenará de una sombra negra los demás espejos, los matarás antes de ofrecerte, una vez más, esos caminos infinitos para la elección:

decidirás, escogerás uno de los caminos, sacrificarás los demás: te sacrificarás al escoger, dejarás de ser todos los hombres que pudiste haber sido, querrás que otros hombres -otro- cumplan por ti la vida que mutilaste al elegir: al elegir sí, al elegir no, al permitir que no tu deseo, idéntico a la libertad, te señalara un laberinto, sino tu interés, tu miedo, tu orgullo:

temerás al amor, ese día:

pero podrás recuperarlo: reposarás con los ojos cerrados, pero no dejarás de ver, no dejarás de desear, porque así harás tuya la cosa deseada:

la memoria es el deseo satisfecho

hoy que tu vida y tu destino son la misma cosa.


La muerte de Artemio Cruz, 1962
Carlos Fuentes (1928, Ciudad de Panamá)


02 diciembre 2007

Todavía, la memoria alevosa


Aquel tiempo


que dejamos por muerto volvió en sí,


y me hirió mortalmente por la espalda.




Foto traída de arquitrave.com. Poema de Ángel González, del libro Deixis en fantasma.

28 noviembre 2007

En el camino comprendí mi error: el pibe no era retrasado sino rolinga, que es una tribu urbana de Buenos Aires. De ahí la extraña forma de caminar y el aspecto de mogólico. Había llegado a Madrid hacía cuatro meses, pero tenía muy difícil el asunto de los papeles: padre desconocido y ascendencia italiana por parte de abuela materna, todo mal. Vivió sus primeros veinticuatro años en San Martín, y hace poco le robó la moto a su hermano, la vendió y se compró un pasaje.

Me llevó encañonado hasta el ServiCaixa de la calle Arenal y me hizo sacar quinientos euros con la tarjeta, que es el máximo permitido. Como me faltaba media hora para entrar a trabajar, nos fuimos a un bar de Sol a tomarnos unas cervezas que quiso pagar él (es un decir). Yo estaba en el posparto del terror, un estado idílico en donde cualquier cosa, menos la muerte, es una buena noticia.

Hablamos de fútbol, de música y de cocaína. Él tenía problemas muy graves con la cocaína, porque acá es malísima y no le pegaba. Me dijo que en San Martín tenía una banda y una novia, y que a veces le parecía que haberse venido para acá había sido un error. El tema de no tener papeles, en las dos acepciones, lo volvía loco. Y como no conseguía trabajo, me dijo, algunas noches salía a robar por la calle.

Yo estaba eufórico, y no me costó mucho emborracharme escuchando sus historias del Gran Buenos Aires. Cuando vivís en otra parte el tono nacional te transporta, redescubrís palabras olvidadas y casi cualquier discurso suena ingenioso y seductor. Además el rolinga me decía ‘vieja’, y eso, después de un tiempo largo de 'tío' y 'chavalote', es impagable.

Cuando nos apagaron las luces del bar, salimos a la calle los dos un poco estúpidos, abrazados para no tropezarnos. Yo tenía que entrar a la oficina (ya llevaba una hora de retraso) y me daba vueltas la cabeza. Él dijo que se iba a dormir.

—¿Querés que te deje diez mangos para desayunar? —me preguntó.

—No, todo bien. Un robo es un robo.

—Si hubiera sabido que eras argento no te choreaba —se disculpó por quinta vez en la noche—. Pero de verdad: portás cara de gallego.

—Me vas a hacer calentar.

—Posta, fiera: tenés los ojos juntos —y me puso otra vez la pistola en el entrecejo, pero esta vez sin maldad, con afán señalador.

Ahora el metal helado me resultaba amistoso, y me espanté el caño de la cara con la mano abierta, como si fuera una mosca de verano. Él guardó el arma y nos despedimos con un abrazo.

—¿Sabés el chiste de los dos argentinos que quieren entrar a un boliche en España? —le dije desde lejos.

Negó con la cabeza.

—Hay un guardia en la puerta. Un argentino le dice al otro: “¿Y si le avisamos que somos argentinos?”. Y el otro contesta: “No, dejá, que se joda”.

—¡Malísimo! —me gritó el rolinga con una sonrisa en la boca, y se metió en un taxi que le pagué yo. De onda.



Hernán Casciari, (Buenos Aires 1972), Primer asalto.

24 noviembre 2007

El Ministerio de la Verdad era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Se decía que el Ministerio de la Verdad tenía tres mil habitaciones sobre el nivel del suelo y las correspondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres sólo había otros tres edificios del mismo aspecto y tamaño. Éstos aplastaban de tal manera la arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria se podían distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro Ministerios entre los cuales se dividía todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a la noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden, y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondían los asuntos económicos. Sus nombres en neolengua: Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia.
El Ministerio del Amor era terrorífico. No tenía ventanas en absoluto. Winston nunca había estado en Minimor, ni siquiera se había acercado a medio kilómetro de él...
Fragmento de 1984, escrito en 1948 por Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell (1903-1950)

17 noviembre 2007

El artista es creador de belleza.

Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.

El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza. La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.

Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto. Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.

Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.

No existen libros morales o inmorales.

Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.

La aversión del siglo por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.

La aversión del siglo por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.

El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.

Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son, para el artista, instrumentos de su arte.

El vicio y la virtud son materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo arte es a la vez superficie y símbolo.

Quienes van más alla de la superficie, se exponen a las consecuencias.

Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.

Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.

A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.

Todo arte es completamente inútil.

[...]

"No existe aquello llamado buena influencia, señor Gray", sostuvo Lord Henry Wotton. "Todas las influencias son inmorales: inmorales desde el punto de vista científico".

"¿Por qué?", preguntó Dorian Gray.

"Porque influenciar a una persona es darle nuestra propia alma. Ésta no tendrá sus propios pensamientos, ni se incendiará con sus propias pasiones. Sus virtudes no serán reales, sus pecados, si existen los pecados, serán prestados. Se convierte en el eco de la música de otro, el actor de un papel que no ha sido escrito para él. El objetivo de la vida es el desarrollo de su propio yo. Encontrar una naturaleza apropiada, esto es por lo que cada uno de nosotros está aquí. El mundo tiene miedo de sí mismo, se han olvidado de la mayor de todas las obligaciones, la propia. Claro que son caritativos, alimentan al hambriento y visten a los mendigos. Pero su propio ser está famélico y desnudo. La valentía huyó de nuestra raza. Tal vez nunca la tuvimos. El terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión, estas son las dos cosas que nos gobiernan. Y sin embargo, creo que si un hombre viviera su vida completamente y hasta el límite, si le diera forma a cada sentimiento, expresión a cada pensamiento, realidad a cada sueño, el mundo alcanzaría un impulso tan fresco de alegría que olvidaríamos lo malo de la mediocridad, y regresaríamos a la época helénica ideal, a algo más dulce, más rico que el ideal helénico. Pero hasta el hombre más valiente tiene miedo de sí mismo. Se ha dicho que los mayores acontecimientos del mundo suceden en nuestra mente. Es en la mente, y sólo ahí, donde los grandes pecados del mundo suceden. Usted, señor Gray, usted mismo, con su sonrosada juventud y blanca adolescencia, ha tenido pasiones que le asustaron, pensamientos que le llenaron de terror, sueños estando despierto y dormido cuyos recuerdos podrían manchar sus mejillas de vergüenza."

Oscar Wilde (Dublín 1854 - París 1900), El retrato de Dorian Gray (1891)

13 noviembre 2007

No quiero esto o aquello de la vida, lo quiero todo, pero de manera perfecta y definitiva. Estoy resuelto a negarme a lo que ustedes, los adultos, aceptan y hasta desean. Yo soy de otra raza. Yo no quiero volver a empezar, nunca, ni esto ni aquello. Una cosa y otra, por turno, porque el turno es forzoso. Pero una sola vez cada cosa y para siempre. Sin la cobardía de tener las espaldas cubiertas, sin la sórdida, escondida seguridad de que son posibles nuevos ensayos, de que los juicios pueden modificarse. Me llamo Jorge Malabia. No sucedió nada antes del día de mi nacimiento; y, si yo fuera mortal, nada podría suceder después de mí.

Para una tumba sin nombre, 1959
Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-Madrid,1994)

05 noviembre 2007


Se acordó de cuando estuvo solo en Constantinopla, tras reñir con ella en París y marcharse. Había ido de putas sin parar, y cuando acabó, y vio que no conseguía matar la soledad, sino empeorarla, le escribió a ella, a la primera, a la que le dejó, una carta en la que le decía que nunca había sido capaz de matar la soledad... Que una vez creyó haberla visto delante del Regence y le vino un mareo y una náusea, y que cuando iba por el bulevar y veía a una mujer que se le parecía un poco se ponía a seguirla, temiendo descubrir que no era ella.


Ernest Hemingway, Las nieves del Kilimanjaro, Cuentos, Lumen, 2007. Traducción de Damián Alou.

19 octubre 2007

MI AMANTE SE PUDRE

Mi amante se pudre
de tornasol los senos
sus cabellos
huelen a mosquito
de sus ojos
gotea un nácar casi cieno
y hasta su piel
satén ayer hoy lienzo
se me derrama sobre las rodillas
me amortaja el sexo.

Su cuello
es una serpiente salvaje y gorda
incapaz de aceptar la muerte
entre mis dedos.


Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939 - Bangkok, 2003), A la sombra de las muchachas sin flor (Poemas del amor y del terror)

10 octubre 2007

“La Historia según Pao Cheng”
de Salvador Elizondo
(Ciudad de México, 1932 - 2006)

* * * * *



EN UN DÍA de verano, hace más de tres mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga. El calor y el murmullo del agua pronto hicieron, sin embargo, vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas del carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento.

“Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo.” Este era, más o menos, el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah! –exclamó- este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje en torno al que giran todas la humanidades que en él habitan.” Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la Historia. Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de la tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios. Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban un instante majestuosas y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones.

Una de estas ciudades entre todas las que existían en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían, como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona. Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles, levantando la vista azorado ante la grandeza de las construcciones y la belleza de los monumentos. Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que pronto se detuvo ante una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente. A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que lo atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo. Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspuso el reborde de la ventana que estaba abierta y por la que se colaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas, cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa. Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia. El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana, aspiraba un pequeño cilindro blanco y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y por las narices; luego volvía a escribir. Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas, su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa, el fondo de su cuerpo. ”Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo. Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas. “El cuento se llama La Historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y se puso a pensar en… ¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré…!”

El hombre, no bien había escrito sobre el papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo por la boca, su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió, en ese momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje era olvidado y moría, él, que no era más que un pensamiento de Pao Cheng, también desaparecería.

- Publicado originalmente en el libro "Narda o el verano" (Fondo de Cultura Económica, México, 1966).

09 octubre 2007

Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía,
y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único
en que el hombre estuvo solo.
Gustave Flaubert

Por aquel entonces empecé a sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y los animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos, que sacrificaba el sueño a cada revolución de los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la cálida presencia del amor. Mi fuerza, mi agilidad física o mental, se mantenían gracias a una cuidadosa gimnástica humana. Pero ¿qué puedo decir sino que todo aquello era vivido divinamente? Las azarosas experiencias de la juventud habían llegado a su fin, y también su urgencia por gozar del tiempo que pasa. A los cuarenta y cuatro años me sentía libre de impaciencia, seguro de mí, tan perfecto como mi naturaleza me lo permitía, eterno. Y entiende bien que se trata aquí de una concepción del intelecto; los delirios, si preciso es darles ese nombre, vinieron más tarde. Yo era dios, sencillamente, porque era hombre. Los títulos divinos que Grecia me concedió después no hicieron más que proclamar lo que había comprobado mucho antes por mí mismo. Creo que hubiera podido sentirme dios en las prisiones de Domiciano o en el pozo de una mina. Si tengo la audacia de pretenderlo se debe a que ese sentimiento apenas me parece extraordinario, y no tiene nada de único. Otros lo sintieron, o lo sentirán en el futuro.

Adriano al que será su sucesor, Marco Aurelio, en
Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar (seudónimo de Marguerite Cleenewerck de Crayencour, Bruselas 1903 - Mount Desert Island, Maine, EEUU, 1987)

Traducción de Julio Cortázar.

04 octubre 2007

79

El nómada toma por hogar una idea. Los grandes nómadas son personas de ideas inamovibles, en tanto van dejando atrás personas y ciudades. Michael Landon llegó cansado y muy tarde de los estudios de la Fox; la casa estaba fría, desordenada y desprovista de personalidad. Unos muebles regalados. El cubo de la basura desbordado. La grabación de los capítulos de la 5ª temporada de Autopista hacia el Cielo consumía toda su capacidad de nomadismo; ahora esta casa era el eventual refugio que todo viajero tarde o temprano necesita. Se sirvió un güisqui sin hielo y escogió al azar un vídeo porno de la estantería. Mientras la cinta giraba se calentó un sándwich que había traído del catering. Una mujer corría por un bosque perseguida por dos hombres, al final caía rendida debajo de un árbol y allí se dejaba penetrar. No atendió demasiado a la película. Se despertó cuando pasaban los créditos, según los cuales, los exteriores habían sido grabados en un bosque del Estado de Nevada, el mismo bosque en el que hacía 20 años él había localizado un capítulo de La casa de la pradera, 1972, recordó con nostalgia, la crisis del petróleo, Berkeley era un hervidero, Bertolucci estrenaba El último tango en París, en los Juegos Olímpicos de Munich un comando palestino secuestraba a 9 atletas israelíes y les daba muerte, Nixon era el primer presidente norteamericano en visitar China, Susan Sontang había publicado Contra la interpretación. Volvió a caer dormido en el sofá. Esa noche fue la más nómada de todas pues tomó como hogar la idea definitiva, la única involuntaria, la muerte.

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967),
Nocilla Dream (2006).

30 septiembre 2007

Versos de Joan Margarit

[Del poema Caminos]


Si un camino no lleva hasta la muerte,
es tan solo un camino sin salida.

[del poema Ideal]

He puesto rosas rojas en el umbral
de esta casa vacía donde he estado esperándote
con vestidos de fiesta en la penumbra
sin saber quién eres, ni si vendrás nunca.

[del poema Dilema]

Pronto estos años se clausurarán
y si no has aprendido a vivir como un monje
solo podrás hacerlo como un siervo.

[del poema Buena suerte]

El humo de la pira está en tus ojos:
Suerte tenga quien ame este silencio
de la palabra escrita y a una amiga
con unos ojos de color madera
para envejecer juntos.

[del poema La oscura melancolía de Robinson Crusoe]

Un muro de palabras, no otra cosa,
es lo que nos separa de la muerte
y, por tanto, escuchar, viejo Crusoe,
es un regalo lleno de penumbras
y de razones del anochecer.



Joan Margarit, poeta y arquitecto nacido en Sanaüja, comarca de La Segarra, en 1938. Versos extraídos de la versión epañola de El orden del tiempo (poemas de 1980-1986).

28 septiembre 2007

Para Rebeca, para Pablo.


Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad
también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik,
Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los
lectores…
Todos los gerentes de ventas…
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.



Roberto Bolaño, octubre de 1990.
(Santiago de Chile, 1953- 2003)

23 septiembre 2007

El escritor no se debe emocionar, sino buscar la emoción del lector.


Javier Marías (Madrid, 1951)

El País Semanal, 23 de septiembre de 2007

20 septiembre 2007



Melancolía, de Julio Alfredo Egea (Chirivel, Almería, 1926), de su libro Desde Alborán navego (2003).

18 septiembre 2007

Lo que no da miedo no es importante.





[p.31]
“Toca con partitura”, me había pedido mi madre. De ese modo ella iba a estar más tranquila. Toca con partitura, cásate y ten hijos.

[p. 38]
Si la vida tiene que ser esto. Que no sea.

[p. 101]
¿Tienes miedo? ¿Tienes miedo? ¿Estás asustada? ¿Cómo va a realizarse un acto importante sin miedo? Lo que no da miedo no es importante. Lo que no da miedo no es nada.

[p. 146]
Cuando nos encontramos estudiando una lengua extranjera, una lengua que no es la nuestra, nos vemos obligados a hacer prácticas con frases que jamás diríamos en la vida real, tales como soy bombero y tengo catorce hijos que lloran los domingos a las tres menos cuarto, por ejemplo, y también nos vemos compelidos a preguntar estupideces a nuestros compañeros de clase o a nuestra profesora, de tipo de qué color te gusta llevar los calcetines o cuántos vasos de agua bebes por día. Y otro tanto ocurre cuando nos encontramos viviendo la vida mientras nos cuestionamos si es de veras la nuestra, si realmente eso que estamos haciendo es lo que queremos o es un puro aprendizaje que por fin, en cierto impreciso momento, nos llevará a practicar la existencia con soltura, con fluidez, con naturalidad.


Flavia Company, (Buenos Aires, 1963, se nacionalizó española muy joven) vive en Barcelona, donde publicó La mitad sombría en DVD Ediciones, 2006. Ver una critica de la obra haciendo clic aquí.

12 septiembre 2007

La mayoría de los hombres se sienten muy orgullosos de su constancia, de la permanencia de sus propósitos. Son consecuentes como el acero de una brújula rota o enmohecida, y esto les parece una gran virtud.
Saben adónde van, de dónde vienen. Cada paso en el camino de la vida lo llevan contado y calculado. Si les escuchamos, nos dirán: «No nos detengamos a contemplar el mar o las estrellas; no hay que distraerse. El camino espera. Corremos el peligro de no llegar al fin».
¡El fin! ¡Qué ilusión! No hay fin en la vida. El fin es un punto en el espacio y en el tiempo, no más trascendental que el punto precedente o el siguiente.

Pío Baroja (San Sebastían, 1872 - Madrid, 1956)
Las inquietudes de Shanti Andía (1911)

28 agosto 2007

Progreso tecnológico


Les digo a mis hijos, tienen que aprender
A insinuarse al mundo
Tienen que saber trabajar
Sobre y acerca de él.

La molecularidad del ser, tienen que conocer
Cómo empujar con cuidado
Puñados de sí mismos, en los píxeles,
Campos de energía, curvas gaussianas, el salto.

Funciones de la vida,
tienen que entender sin lugar a dudas
El tonto baile de los neutrones y electrones
y aprender a navegar.

Avances en nuevos materiales: lásers azules
Ondas bifásicas, de estado sólido, de forma de épsilon
Computación cuántica, fabricación a escala nano
La predisposición de la densidad.

Oh sí, maravillosas cosas
Más allá de mi comprensión,
es hora para que su padre caiga
Detrás de la curva. Y no olviden

Amad.



Teoría de supercuerdas



Restos de convulsos
argumentos de diez dimensiones
con tres expuestos, y los siete restantes
Envueltos sobre sí mismos

Con el tamaño no más grande
Que diez a menos treinta y tres
requieren veinte millones más
De la energía que puede producir
cualquiera de aquellas partículas que chocan

Sólo para ver

Si las fuerzas están amarradas en el núcleo
o pueden unirse
Relajo las suposiciones un poco
De pronto, todo tiene sentido

La débil fuerza
Se une con la gravedad
Las flores se abren
Los profesores danzan.


Arthur J. Stewart, de Rough Ascension and Other Poems of Science (2003).
Traducido por Miguel Esquirol Ríos.

27 agosto 2007

El viernes desperté y, como el universo está en expansión, tardé más de lo habitual en encontrar mi bata. Por este motivo salí con retraso para ir al trabajo y, como el concepto de arriba y abajo es relativo, el ascensor en el que entré subió a la azotea, donde fue muy difícil parar un taxi. No olvidemos que un hombre que viajara en un cohete casi a la velocidad de la luz sin duda habría podido llegar a tiempo al trabajo, o quizás incluso un poco antes, y sin duda mejor vestido. Cuando por fin llegué a la oficina y fui hacia mi jefe, el señor Muchnik, para explicar la demora, mi masa aumentó conforme aceleraba para acercarme a él, lo que él interpretó como señal de insubordinación. Tras cruzar unas palabras enconadas, me aseguró que me descontaría ese tiempo del sueldo, que, en comparación con la velocidad de la luz, es de todos modos muy pequeño. La verdad es que si tomamos como referencia la cantidad de átomos de la galaxia Andrómeda, en realidad gano poquísimo. Intenté decírselo al señor Muchnik, quien me contestó que yo pasaba por alto que el tiempo y el espacio eran la misma cosa. Y juró que si esa situación cambiaba, me concedería un aumento. Señalé que si tenemos en cuenta que el tiempo y el espacio son una misma cosa, y que se tarda tres horas en hacer algo que resulta tener menos de 15 centímetros de longitud, ese algo no puede venderse por más de cinco dólares. Lo bueno de que el espacio sea lo mismo que el tiempo es que, si viajas a los confines del universo y el trayecto dura tres mil años terrestres, cuando vuelvas tus amigos habrán muerto, pero no necesitarás Botox.

Fragmento del cuento Tirar demasiado de la cuerda, del próximo libro, Pura Anarquía, de Woody Allen.

19 agosto 2007

Pero nada era comparable, en alegría, en euritmia, en gracia de impulsos, a los juegos de las toninas, lanzadas fuera del agua, por dos, por tres, por veinte, o definiendo el arabesco de la ola al subrayarlo con la forma disparada. Por dos, por tres, por veinte, las toninas, en giro concertado, se integraban en la existencia de la ola, viviendo sus movimientos, con tal identidad de descansos, saltos, caídas, aplacamientos que parecían llevarla sobre sus cuerpos, imprimiéndole un tiempo y una medida, un compás y una secuencia. Y era luego un perderse y un esfumarse, en busca de nuevas aventuras, hasta que el encuentro con un barco volviera a alborotar aquellos danzantes del mar, que sólo parecían saber de piruetas y tritonadas, en ilustración de sus propios mitos… Alguna vez se hacía un gran silencio sobre las aguas, presentíase el Acontecimiento y aparecía, enorme, tardo, desusado, un pez de otras épocas, de cara mal ubicada en un extremo de la masa, encerrado en un eterno miedo de su propia lentitud, con el pellejo cubierto de vegetaciones y parásitos, como casco sin carenar, que sacaba el vasto lomo en un hervor de rémoras, con solemnidad de galeón rescatado, de patriarca abisal, de Leviatán traído a la luz, largando espuma a mares en una salida a flote que acaso fuera la segunda desde que el astrolabio llegara a estos parajes. Abría el monstruo sus ojillos de paquidermo, y, al saber que cerca le bogaba un desclavado cayuco sardinero, se hundía nuevamente, angustiado y medroso, hacia la soledad de sus trasfondos, a esperar algún otro siglo para regresar a un mundo colmado de peligros. Terminado el Acontecimiento, volvía el mar a sus quehaceres. Encallaban los hipocampos en las arenas cubiertas de erizos vaciados, despojados de sus púas, que al secarse se transformaban en pomas geométricas de una tan admirable ordenación que hubiesen podido inscribirse en alguna Melancolía de Durero; encendíanse las luminarias del pez-loro, en tanto que el pez-ángel y el pez-diablo, el pez-gallo y el pez-de-San-Pedro, sumaban sus entidades de auto sacramental al Gran Teatro de la Universal Decoración, donde todos eran comidos por todos, consustanciados, imbricados de antemano, dentro de la unicidad de lo fluido… Como las islas, a veces, eran angostas, Esteban, para olvidarse de la época, marchaba solo, a la otra banda, donde se sentía dueño de todo: suyas eran las caracolas y sus músicas de pleamar; suyos los careyes, acorazados de topacios, que ocultaban sus huevos en agujeros que luego rellenaban y barrían con las escamosas patas; suyas las esplendorosas piedras azules que rebrillaban sobre la arena virgen de la restinga jamás hollada por una planta humana. Suyos eran también los alcatraces, poco temerosos del hombre por conocerlo poco, que volaban en el regazo de las olas con engreído empaque de mejillas y papada, antes de elevarse de pronto para caer casi verticalmente, con el pico impulsado por todo el peso del cuerpo, de alas apretadas para caer más pronto. Alzaba el ave su cabeza en triunfante alarde, pasábale por el cuello el bulto de la presa, y era entonces un alegre sacudimiento de las plumas caudales, en testimonio de satisfacción, de acción de gracia, antes de alzar un vuelo bajo y ondulante, tan paralelo al movimiento del mar como lo era, bajo la superficie, el vertiginoso nadar de las toninas. Echado sobre una arena tan leve que el menor insecto dibujaba en ella la huella de sus pasos, Esteban, desnudo, solo en el mundo, miraba las nubes, luminosas, inmóviles, tan lentas en cambiar de forma que no les bastaba el día entero, a veces, para desdibujar un arco de triunfo o una cabeza de profeta. Dicha total, sin ubicación ni época. Tedéum… O bien con la barbilla reclinada en el frescor de una hoja de uvero, abismábase en la contemplación de un caracol —de uno solo— erguido como monumento que le tapara el horizonte, a la altura del entrecejo. El caracol era el Mediador entre lo evanescente, lo escurrido, la fluidez sin ley ni medida y la tierra de las cristalizaciones, estructuras y aternancias, donde todo era asible y ponderable. De la Mar sometida a ciclos lunares, tornadiza, abierta o furiosa, ovillada o destejida, por siempre ajena al módulo, el teorema y la ecuación , surgían esos sorprendentes carapachos, símbolos en cifras y proporciones de lo que precisamente faltaba a la Madre. Fijación de desarrollos lineales, volutas legisladas, arquitecturas cónicas de una maravillosa precisión, equilibrios de volúmenes, arabescos tangibles que intuían todos los barroquismos por venir. Contemplando un caracol —uno solo— pensaba Esteban en la presencia de la Espiral durante milenios y milenios, ante la cotidiana mirada de pueblos pescadores, aún incapaces de entenderla ni de percibir, siquiera, la realidad de su presencia. Meditaba acerca de la poma del erizo, la hélice del muergo, las estrías de la venera jacobita, asombrándose ante aquella Ciencia de las Formas desplegada durante tantísimo tiempo frente a una humanidad aún sin ojos para pensarla. ¿Qué habrá en torno mío que esté ya definido, inscrito, presente, y que aún no pueda entender? ¿Qué signo, qué mensaje, qué advertencia, en los rizos de la achicoria, el alfabeto de los musgos, la geometría de la pomarrosa? Mirar un caracol. Uno solo. Tedéum.

Del capítulo tercero de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier (Lausana, Suiza, 1904 - París, 1980)

03 agosto 2007

SOBRE LOS CELOS

Naturalmente, en cierto sentido me “recuperé”. Trabajé. Conocí a Clement Makin y me dejé secuestrar por ella. Le conté toda la historia, creo que en cuanto nos conocimos. A mis padres no se lo conté, y creo que nunca lo supieron. Eran personas muy simples, poco desconfiadas y que jamás veían a nadie. Clement me consoló, curó mis celos, que durante un tiempo fueron un gran tema para nosotros. Ella casi gozaba de ello; tenía la sensación de que me curaba, y yo se lo dejé creer así, pero se equivocaba. La herida era demasiado profunda, y ahora estaba infectada por la tremenda amargura de los celos. Esa lepra atroz entró en mi vida cuando leí la carta del señor McDowell, y desde entonces jamás me ha abandonado. “Ella no te quiere y ama a otro”. Cuando andaba en su busca me aturdía la esperanza. Una y otra vez la perdonaba en mi corazón, y este acto de perdón constantemente renovado me consolaba. Sentía que ella, de algún modo, debía conocer mis sufrimientos, que mi pensamiento era capaz de alcanzarla. Pero siempre la había imaginado sola. Cuando supe sin la menor duda que se había casado no la odié, pero el demonio de los celos contaminó el pasado y no dejó a mi mente un lugar donde descansar. Quizá los celos son la más involuntaria de todas las emociones. Se adueñan de la conciencia, su raíz es más profunda que el pensamiento. Están siempre presentes, como una mota en el ojo, que corrompe el color del mundo.

El mar, el mar, Iris Murdoch (Dublín, 1919 - 1999).
Traducción de M. Guastavino

21 julio 2007

PEREZOSA

He estado mirándote mientras dormías. He querido ver en tus párpados cerrados algún suceso inexplicable, un prado sembrado de flores amarillas, la violencia del amor cuando desaparece. Te he mirado muy de cerca, acercando mi nariz a tu rostro, y he podido sentir tu respiración llena de vértigo. Sé que estabas atrapada. A ti el sueño te consume. Noto un brillo extraño en tu frente, no puedes despertar. Andas a tientas, olvidándote del desparpajo que tiene tu cuerpo cuando camina frente al mar, o cuando sale de la ducha. Ahora vas así, con pasos de miedo, por un sitio demasiado profundo, con las piernas enterradas hasta las rodillas y los pies descalzos, y sé que quieres salir de ahí, del campo lleno de fresas mustias donde te has metido, de esa casa con pasillos eternos que es una recopilación de todas las casas donde nunca has estado, y sé que en cada habitación por la que pasas te encuentras con personas que ya no están en tu mundo, que ya han salido de él (a hurtadillas, dejándote anegada y mutilada). Sé que en la habitación número cuatro has visto (y no has podido gritar, porque en los sueños no se grita) cómo tu abuela desaparecía dentro de las sábanas de una cama enorme, cómo unos niños mordían lubinas recién pescadas, cómo esa mujer que no conoces (y con quien tantas veces sueñas), besa apasionadamente la boca donde estuviste encerrada durante tantos años. Tu boca. Su boca. Esa mujer besa tu casa, que ahora es su casa. Sé que tu corazón está agitado, pero en el fondo no quieres volver a la superficie. Te gusta dormir. Te gusta tanto dormir. Yo no me preocupo, porque cuando despiertes no recordarás nada; tú ya sabes pasear por los sueños durante horas sin traerte los fantasmas (con máscaras de carnaval, con trajes de antiguos, con reproches) a la vida. Nadas en profundidades que te pertenecen, te das la vuelta en la cama. Pero no despiertas. Ahora no te apetece salir. Allá dentro no está oscuro, lo sé, huele a tabaco y a sal, se pone el sol por la playa a la hora que quieres. Veo en tu nuca el espigón que corta el horizonte de tu infancia. Toco tu boca, con tus propios dedos toco tus labios, te escribo buenos días, buenas tardes, buenas noches, porque duermes durante horas, profundamente duermes y te olvidas de que el mundo existe, de que te estoy esperando para vivir, de que siempre se te hace tarde para todo. Beso tus párpados. Ahora sé que sueñas conmigo. Y me despierto.

Lara Moreno (nacida en el Sur, hace muy poco), texto incluido en Mujeres que sueñan; uno de los treinta y tantos textos. Colección Puerta del Mar, 93. Málaga, MMVII

17 julio 2007

Más Cumpián


No te fíes

hubo
una vaga excusa
un meteoro
un cántico funesto
un aleteo


Sábado de difuntos

Bajo la lluvia de noviembre
crisantemos castañas asadas lucecitas
y la gente que corre ajetreada
los tirones los cines y las citas

Sábado de difuntos por la tarde
la cerveza bajando y el canuto
compañero fogoso que fenece

Maribel entra y sale con visillos
los libros y las fotos los pinceles
el verso patizambo los recuerdos

Y en mi mente instalada dictadora
la duda que no deja de incitarme
a buscar más allá de mis confines

Sábado de difuntos muy calmado
soñando con un sueño repetido
los amigos que fueron y se fueron
la lluvia en los cristales golpeando

De Interior con manzanas (1983)


No he de decir del mundo
duele hondo
aquello que te toca como hermano

La vida es otra cosa
a veces tan tremenda
pero otras
el milagro
las luces
la alegría

No he de decir del mundo
pues no sé
si acaso esa pregunta es necesaria

El tiempo pasa
florecen los almendros
y yo no puedo verlos desde aquí


De Habitación final (2000)


Versos heridos

I.

La soledad del canto de las grullas
La soledad de Berna
de la ciudad de Berna
La risa y el silencio de Bárbara
Y la imposible cordura
del circo trashumante
los tigres enjaulados
los besos

Mentiras
las eternas mentiras
para sobrevivir
se yerguen
y ordenan el mundo a su manera

Ésa es la guerra
la forma de matar
ya hemos llegado

IV

(Sueño)

Se me aparece
una mujer en la noche
es agresiva y obscena
y me acusa
de lo que ella es

De Para Laura y otros poemas (2006)

16 julio 2007

Nos salvó la distancia
ese conjuro
a la cotidianidad


De Vulgar parodia (1989)
Sacado a su vez de La esquina dorada. Poesía 1983.2006 (2007)
Francisco Cumpián (Antequera, Málaga, 1951)

08 julio 2007

notations casi musicais à propos de la göttliche superbia del translator che non se stanca de tropezar

El traductor aprende las lenguas en desorden
renuncia al orden alfabético
se acerca con recelo a los diccionarios
(los bilingües son anoréxicos)
se enfrenta a la excitante (lo difícil excita) tarea de recrear atmósferas
husmea en los estantes de la biblioteca y de su imaginación
con la memoria escarba en la infancia de las palabras
(memoria biológica, afectiva, mental, psíquica, se lee en Giacinto Scelsi)
rompe amarras aunque sea siervo libre de amor del texto que traduce

incide con buril de grabador
representa
reproduce un texto escrito y escribe un nuevo original
lee rememora entrelinea incorpora ronda merodea
tiene manías esquizoides
es el otro es el texto soñado por el otro es él quien sueña al otro y lo traslada
lo acuesta en la cuna lo mece
lo abriga le hace mimos lo adopta
(o lo pare, o lo pare, fuera de género)
lo pone momentáneamente fuera de la ley
se convierte él mismo en legislador del texto ya escrito
descifrar es arte próximo a la obsesión
contiene la epilepsia la locura divina
y entonces escribe desde el flechazo del texto leído
se enamora se muere de amor se sacude
las convulsiones están formadas de palabras en desorden
el caos viene se regodea en el caos altérase
pecaminoso altera el orden natural de las cosas
lee ajeno al dogma abandona el dogma se derrite se erige en
lector de nuevo lector al fin legislador
no hay moral que lo arredre
a no ser la moral que dicta el texto

(esa estética de lo bendito, de lo bien dicho, de la construcción, de las vigas, del soporte
bienhechor de las palabras)

el traductor es un gerundio
el traductor se llama Traduciendo
el yendo de aquí para allá
el trajinando
el tropezando que escribe
y hay que encontrar lo que no hay en la frase escrita en ese Idioma cualquiera
idear el idioma
tiene bemoles la cosa

sea el texto monocorde, dodecafónico, polifónico, vía de un solo sentido, contramano,
velocidad moderada, au rebours, vértigo andante y alegretto

Traduciendo musica (primera conjugación, tercera persona)
oscila entre lo melódico y lo melancólico
entre lo apelativo y lo peliagudo
se impregna entrando en la página como si fuese una partitura
tararea canturrea solfea (su voz peligra pero cantando aprende)

especialista en mudanzas, artista de la metáfora que es una furgoneta que traslada los
baúles (hay palabras que son baúles) los muebles los vestidos de la retórica la coloración de
las paredes los cristales empañados (también se los lleva, también) junto con las palabras dibujadas con el dedo en el cristal

cargando además con la fe de erratas donde dice debería decir, algunas notas por si las
moscas (musicales críticas etimológicas históricas amables colmadas)

porque Traduciendo asimismo dibuja (no a sí mismo, a lo otro, al otro), artífice fijador
de lo real que es ficción cuando no hay realidad posible ni ficción ajena, lo que dice el texto
es otra verdad que contiene otra verdad que se sale de la norma de la verdad fingida

norma horma, no la horma de su zapato, la horma en la que se unen extrañamente las
hormas de los pasos que en el mundo han sido pero que, aun así, al final, atando cabos y
cordones, preserva su número de calzado:

1) los zapatitos me aprietan
2) lucha con los borceguíes, como en Esperando a Godot o
3) como Alicia, cuyo pie aumenta según o disminuye según
4) en fin, que no hay tienda que lo entienda a Traduciendo

y al final pone en escena el texto dibujo, el texto escritura, el texto musicado, y cuando
lo monta (ni tanto ni tan poco) dirige una pieza de teatro representable en la mente del
lector anónimo que dirá “qué bien escribe esta tía (¿o es tío?), cómo enlaza las frases, cómo
suena”, y habrá muchos que afirmarán “qué bien traduce esta editorial” y otro “léete este libro, amigo, lo han traducido en la imprenta de Rodrigo”, y no faltará el que babeando exclame
“¡qué ritmo, qué fluidez, qué llevadero!” acerca de un libro escrito por un quechua
(los quechuas, ya se sabe, escriben en la lengua que les impongan) o un checo (los checos,
además del eslovaco, conocen al dedillo el diccionario de la Real Academia Española)

una vez la escena puesta en marcha, el traductor, que es esencialmente soberbio y se ha
pasado horas, se ha destajado eligiendo músicas, líneas, zonas claras, zonas oscuras, pasos,
desplazamientos en el tablado de las páginas, gestos de nombre inasible, el traductor, o sea
Traduciendo, que además de soberbio padece de algún desorden mental que le hace tirar los
diccionarios por la ventana so pena (sí, Sopena) de olvidar todas las palabras de su lengua,
que ha hecho de lector, de crítico literario, de ratón de biblioteca, de ratita presumida, se da
cuenta, al salir a la calle, que todavía hay quien se atribuye el éxito de su empresa y no sólo
eso: le pide a Traduciendo que tenga paciencia, que ya le hará una transferencia.

Anda, traduce “transferencia” a todos los idiomas del mundo. Éxito de ventas: la editorial
Fulana Mengana ha traducido la primera novela escrita en tupí-guaraní. El tupí es muy
fácil: cuando dice “do” quiere decir “dónde va a parar”. Tupi or not tupi, (se) debatían los escritores antropófagos brasileños. Cómprate un diccionario. Eso sí: bilingüe.

Mario Merlino (Buenos Aires, 1948), Vasos Comunicantes (Revista de ACE Traductores), nº 35, 2006

05 julio 2007

MALOS TIEMPOS

Ándate con cuidado.
Que no se enteren que lo pasas bien,
que tu vida funciona
y eres feliz a ratos.

Hay gente que es capaz
de cualquier cosa,
cuando ve una sonrisa.



Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959- )

04 julio 2007

El niño, el poeta, la nodriza, el mar y el mundo conectado

[...] El niño se sentaba con su nodriza al pie de aquella higuera a mediodía, cuando el mar murmuraba con desmayo; callaban.
—Yo seré poeta —dijo él un día, levantando la vista y ladeando la cabeza.
Contemplaba el mar, su cabello rubio ondeaba en el viento cálido, tras las pestañas medio cerradas miraba la lejanía. La nodriza lo abrazó, atrayendo la cabeza hacia sus senos, y le respondió:
—¡Qué va! ¡Tú serás soldado!
—¿Como mi padre? —preguntó el niño, meneando la cabeza—. Mi padre también es poeta, ¿no lo sabías? Siempre está pensando en otra cosa.
—Es verdad —observó la nodriza, suspirando—. No salgas al sol, cielo mío. Te dolerá la cabeza.
Estuvieron largo rato sentados así al pie de la higuera. Escuchaban el mar: su rumor les era conocido. Murmuraba como murmuran los bosques en su patria. El niño y la nodriza pensaron que todo está conectado en el mundo.

[unos 65 años después de la escena de la higuera y el mar]

—¿Qué quieres de ese hombre? —preguntó de repente la nodriza.
—La verdad —respondió el general.
—Conoces muy bien la verdad.
—No la conozco [...] La verdad es precisamente lo que no conozco.
—Pero conoces la realidad —observó la nodriza, con un tono agudo, casi agresivo.
—La realidad no es lo mismo que la verdad —respondió el general—. La realidad son solo detalles. Ni siquiera Krisztina la conocía. Quizás la sepa Konrad. Ahora se la quitaré.

Sándor Marái (1900, Kassa, Hungría – 1989, San Diego, California, EE.UU.). El último encuentro. Narrativa Salamandra.Traducción de Judit Xantus Szarvas.

27 junio 2007

Le está corrompiendo el alma la doctrina del Arte por el Arte, que, por muy francesa que sea, es una doctrina reaccionaria. El Arte, o sirve al progreso o no sirve para nada. ¿Por qué pierde el tiempo en inventar sufrimientos de amor y ponerlos en verso, si sus amores sólo a usted le conciernen? Aparte, amigo mío, de que uno de los daños peores que pueden inflingirse a las generaciones futuras es mantenerlas en la creencia de que el amor es cosa cuasidivina. Al amor hay que desacralizarlo, y a los jóvenes hay que imbuirlos en la idea de que eso que hasta ahora se llamó Amor, con A mayúscula, no es más que el despliegue coaccionado, cuando no impedido, de la sexualidad, actividad natural que los hombres nos hemos empeñado en mixtificar por el procedimiento de hacerla difícil o imposible. Si usted, en vez de abstenerse de todo contacto con hembras en nombre de la fidelidad a una mujer que no existe, participase de las metódicas, casi diría en las científicas orgías a que, en fechas fijas y con sincronismo gimnástico, nos entregamos sus amigos, comprobaría que eso que llama Amor no es otra cosa que el resultado de las perturbaciones causadas por la acumulación de semen en las vesículas de Graaf, las cuales, una vez vacías, dejan de enviar venenos al cerebro hasta que vuelven a llenarse. No niego que el ejercicio del sexo sea una actividad placentera, pero también lo es merendarse una empanada de lambreas, y no por eso se nos ocurre inventar una metafísica de la merienda, menos aún considerar que la secrección de jugos gástricos, la masticación, la deglución, la digestión y la defecación sean operaciones trascendentales y misteriosas que unas veces conducen al hombre a la ataraxia y otras a la tragedia. No, amigo mío, no hay que desquiciar las cosas, ni como vulgarmente se dice, mear fuera del caldero. El Amor no existe, existe el sexo. Y el sexo ocupa un lugar importante dentro de las actividades normales del hombre natural, pero de las meramente fisiológicas. Lo que llamamos Amor podría muy bien denominarse una compilación artificial añadida por cientos de generaciones de cerebros ociosos a la cosa más natural del mundo. Y cuento entre ellos, ante todo, a los poetas, que se han apoderado del sexo como de cosa exclusiva, han causado con ello a los hombres un daño irreparable y han pretendido, por ello mismo, constituirse en ciudadanos excepcionales, en intérpretes del Misterio Universal, en los mensajeros de la Divinidad.


La saga/fuga de J. B. (1972)
Gonzalo Torrente Ballester (La Coruña, 1910-Salamanca, 1999).

15 junio 2007

Acabo de recordar que era el juego favorito de Lisa. Después de una gran nevada, íbamos a un patio con algunos amigos. La nieve formaba una capa compacta, virgen. Bertha era la encargada. Nos cogía de las manos mientras giraba sobre sus talones, dábamos vueltas alrededor de ella sin tocar el suelo con los pies. Entonces nos soltaba y cada uno caía con una postura distinta en la nieve. Teníamos que quedarnos en la posición en la que nos habíamos caído. Cuando todos estábamos así, tirados en la nieve fresca, empezaba la parte más bonita del juego. Había que levantarse cuidadosamente, para no estropear la huella de la nieve. Las comparábamos. Por supuesto todos habíamos intentado caer en la postura más inverosímil, con los brazos y las piernas por todos lados. Entonces, nos íbamos y allí se quedaban las marcas blancas de esas flores y los tallos eran nuestros pasos.

(última página)

The favorite game
(1963), de Leonard Cohen (Montreal, 1934).
Traducción del francés de Rebeca Pulgar, alias Reb.

10 junio 2007



EL LIBRO INFINITO DE BORGES POR LANDERO


[...] el hombre (o, para ser más exactos, la burguesía) ha creado un laberinto ante el cual las ocho maravillas juntas son un juego de niños. Ese laberinto, claro está, es de papel. McLuhan lo llamó galaxia Gutemberg. Desde cierto punto de vista intelectual, el mundo es una enorme biblioteca. Los libros se aluden unos a otros: se invocan, se refutan, se amplían, tienden entre sí puentes invisibles, hay pasadizos que comunican los libros de tu casa con los que tu amante o tu enemigo tienen en las suyas, y también hay pasadizos en el tiempo que unen nuestros libros con los que tuvieron y frecuentaron Goethe o Galdós. Todo eso ha creado una urdimbre de afinidades intelectuales, de sobrentendidos, de querellas..., en fin, un repertorio inagotable de vínculos y agravios afectivos. Es más, Manuel tiene la convicción de que a Berta, la hija que tuvo Emma Bovary, y de la que apenas se habla en la novela, la volvemos a encontrar años más tarde convertida en Nora, la heroína de Casa de muñecas de Ibsen, la cual a su vez tuvo otra hija, que fue Greta Garbo. Greta Garbo, siguiendo el ejemplo de su abuela y de su madre, viste pantalones y camisas holgadas, fuma con solvencia viril, se corta el pelo a lo garçon, disimula los senos y las caderas y atenta así contra la imagen exclusivamente maternal de la mujer. A Emma y a Nora les hubiese gustado ser Greta, y sus rebeldías más o menos frustradas las viene a cumplir su descendiente mucho tiempo después, cuando esa rebeldía es históricamente posible. Y También Manuel reconoce a Edipo por la inconfundible fatalidad con que, cegado esta vez por el sol, comete un crimen en una playa solitaria de Argel, convertido en Mersault, el héroe de Camus. Los libros, todos juntos, parecen formar un único libro infinito, como quería Borges.

[...]

Y ahora Manuel recuerda que, cuando su abuela le contaba los cuentos, él la interrumpía a veces para preguntarle detalles no previstos en el relato. ¿Y Juan Soldado fue también a la escuela como yo? ¿Y qué hace ahora que es viejo? Y la obligaba a dar saltos en el tiempo y a contar como Faulkner. ¿Y qué es lo que pensó exactamente el príncipe cuando entró en la cueva del dragón? Y la obligaba a explorar las sensaciones más sutiles de la memoria y la conciencia, como si fuese Proust. A veces Manuel piensa que su abuela y él, años antes de Tiempo de silencio y de Benet y de Juan Goytisolo, renovaron a su modo la narrativa española.
Y es que los dos vivían ya entonces, sin saberlo, dentro del laberinto de papel.


Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), Entre líneas: el cuento o la vida; Tusquets, 2001

29 mayo 2007

Para mí es muy temprano, me fui a acostar de día, no consigo definir a aquel sujeto a través de la mirilla. Estoy atontado, no entiendo al sujeto allí parado con traje y corbata, con el rostro entumecido por la lente. Debe ser algo importante porque oí que el timbre sonó varias veces, una, camino de la puerta y por lo menos tres dentro del sueño. Voy adaptando la vista y empiezo a pensar que conozco aquel rostro de un tiempo distante y confuso. A no ser que llegara dormido a la mirilla y conozco aquel rostro de cuando aún pertenecía al sueño. Tiene barba. Puede ser que yo haya visto aquel rostro sin barba, pero la barba es tan consistente y áspera que parece anterior al rostro. El traje y la corbata también me incomodan. No conozco a mucha gente de traje y corbata, mucho menos con el cabello cayendo hasta los hombros. A las personas de traje y corbata que conozco las conozco detrás de una mesa, ventanilla, no son personas que vengan a llamarme a la puerta. Intento imaginar a aquel hombre bien afeitado y en mangas de camisa, no tengo en cuenta la deformación de la mirilla y sigue siendo alguien conocido pero muy difícil de reconocer. Y el rostro del sujeto así de frente y estático, enmaraña aún más mi juicio. No es propiamente un rostro, es más la identidad de un rostro, que difiere del rostro verdadero cuando más se conoce a esa persona. Aquella inmovilidad es su mejor disfraz, para mí.

Esta es, más vale tarde que nunca, la segunda entrega de escritos hechos por famosos no escritores.

Estorvo (1991), de Chico Buarque (Francisco Buarque de Hollanda, Río de Janeiro, 1944), cantante y compositor.
Traducción del portugués de Bethisa Benarif.

21 mayo 2007

La vida es dolorosa y decepcionante. Por lo tanto, es inútil escribir más novelas realistas. Ya sabemos a qué atenernos sobre la realidad en general; y pocas ganas nos quedan de saber algo más. La humanidad, tal cual es, ya sólo nos inspira una apagada curiosidad. Todas esas "observaciones" de una agudeza tan prodigiosa, esas "situaciones", esas anécdotas... Una vez cerrado el libro, no hacen más que confirmar una leve sensación de asco que ya alimenta bastante cuaquier día de "vida real".
Ahora escuchemos a Howard Phipillps Lovecraft: "Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada lobra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores".
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Necesitamos un antídoto supremo contra todas las formas de realismo.
Cuando uno ama la vida, no lee. Ni tampoco va mucho al cine.

Michel Houllebecq (Saint-Pierre, Isla de Reunión, 1958)
H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
Siruela, 2006
Traducción de Encarna Castejón


Poesía = belleza + ferocidad.

Subid el audio.

11 mayo 2007

Historia Natural

"...blocks of blackness..."
H. Melville

Para Marisol Robles.


Una espalda repentina, una sombra en
las ramas del árbol se confunde con sus
nidos. Juega la mano a que cruce el
viento por sus surcos, amarras de noche
en ausencia del velero. No el subra-
yado con que tu dedo índice acentúa el
aire, linde para ciegos entre una hoja y
otra, entre temblor y giro; no el asom-
bro de unas ruinas levantándose en lo
oscuro, la columna donde la transparen-
cia se permite la labor de una gresca sin
testigos.

.....El blanco aquí, en espera de la
flecha. Allá, las voces centro y pálpito,
punto de partida de tu reciente mirada.

.....Dime qué ves en la suposición
del árbol. Un sauce muestra cabellos
que se agitan desordenados ante su din-
tel que reverdece; el pino, un yelmo
triangular de luz que asciende para
nombrar al cielo "tierra firme".

....Secuoya, olmo, tule: árbol a secas,
sin vocales. Cinco colores se desaperci-
bidos mientras ves nacer una raíz, crecer
un tronco, morir un follaje como dicha
que busca la flor del eco que se abre.


- Hernán Bravo Varela (Ciudad de México, 1979).

04 mayo 2007

Un plato para el obispo, un plato triturado y amargo,
un plato con restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,
un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato para el obispo, un plato de sangre de
Almería.

Un plato para el banquero, un plato con mejillas
de niños del Sur feliz, un plato
con detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,
un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato negro, un plato de sangre de Almería.

Cada mañana, cada mañana turbia de vuestra vida
lo tendréis humeante y ardiente en vuestra mesa:
lo apartaréis un poco con vuestras suaves manos
para no verlo, para no digerirlo tantas veces:
lo apartaréis un poco entre el pan y las uvas,
a este plato de sangre silenciosa
que estará allí cada mañana, cada
mañana.

Un plato para el Coronel y la esposa del Coronel,
en una fiesta de la guarnición, en cada fiesta,
sobre los juramentos y los escupos, con la luz de vino de la madrugada
para que lo veáis temblando y frío sobre el mundo.

Sí, un plato para todos vosotros, ricos de aquí y de allá,
embajadores, ministros, comensales atroces,
señoras de confortable té y asiento:
un plato destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,
para cada mañana, para cada semana, para siempre jamás,
un plato de sangre de Almería, ante vosotros, siempre.


Almería, de Pablo Neruda (1904, Parral, Chile - 1973, Santiago de Chile) de su libro España en el corazón - Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1938).

01 mayo 2007


LOS ESCOLLOS DE POLIFEMO

De lejos, la línea de la isla se asemejaba a las playas de la nada, inmersa como estaba en las tinieblas. Sin luna, sin estrellas, sin que siquiera una ola rompiera blanco contra los escollos. Más valiera no haber atracado en aquella noche silenciosa, en aquella noche que vio la muerte de los dioses y el nacimiento de la ambigüedad del Lógos. Sólo que él, el capitán, no era gente corriente. Hacía poco había asolado con sus solas fuerzas una ciudad inexpugnable y ahora que estaba de vuelta tenía tiempo para pensar en sí mismo y en sus deseos de visitar lo desconocido. Dejó una parte de la tripulación guardando el barco y con el resto de los compañeros bajó a la playa de esa isla que parecía haber nacido antes del mundo.
No había campos cultivados ni casas: ni rastro de ciudad en aquel lugar, semejante al corazón de la nada. No fue difícil la subida, salvo por el peso del enorme odre lleno de vino rojo purísimo, que fatigaba el andar. Se palpaba el miedo, y sin embargo una chispa extraña brillaba en los negros ojos del capitán, convertidos en mirada desafiante al hacerse visibles las enormes curvas, abismos nocturnos horadando la roca. Para una mente sedienta, ¿qué mayor atractivo que lo ignoto? «Veamos quién habita esas cavernas», dijo el capitán a la turbada tripulación. Al entrar, la vista fue espantosa. Un lecho enorme, un penetrante olor a muerte, el tufo del ganado y, esparcidos por aquí y por allá, restos de seres un tiempo vivos. Por un breve espacio de tiempo, mientras esperaban sin saber qué, se dieron al reposo. Súbitamente apareció el Ser, monstruoso, guiando su rebaño. Gigantesco, inconcebible y con un solo ojo. Y es que el Dios, en el origen, es Ojo omnividente mensurador de todo espacio; Ojo que, viendo, sabe del último y del primer horizonte. Los vio. No se preguntó quiénes eran aquellas insignificantes criaturas. Los vio y habló. Al Capitán, le preguntó quién era y por qué había llegado hasta la gruta del dios.
Decir el nombre es revelar la esencia, resolver el enigma de la Identidad. Por eso, el Capitán no dijo su nombre. «Somos hombres perdidos en su camino de vuelta. Acoge empero nuestros hospitalarios dones y respeta a quien visita tu casa divina». No tuvo tiempo de continuar, pues el horror que vio y oyó le cortó la respiración. El Dios de un solo ojo cogió como si de hierba se tratase a dos compañeros y los devoró con sus monstruosas mandíbulas. Ni siquiera un grito, sólo el ruido de huesos triturados y de almas perdidas. El Capitán comprendió que tenía delante al Dos del origen, al alma antigua de lo divino, que come y mata, que ama destruir al hombre, y comprendió que todo estaba perdido a menos que sucediera algo nuevo, algo completamente humano, incomprensible para el dios. Pero, ¿cómo abatir la potencia originaria de dios? Se encontraban prisioneros, la enorme roca había cerrado la salida y las vías de la luz, solos contra una energía físicamente invencible.
Pero el Capitán no tenía miedo. Guardaba en su mente, siempre activa, un poder más fuerte que el poder divino, un arma más devastadora aún que la Naturaleza. En él estaba el Lógos, el cuchillo de doble filo de la palabra. Había llegado el momento de demostrar que la doblez del Lógos era más fuerte que la compacta seguridad del Nombre. La hora del desafío final, del Lógos contra el nombre; en juego, la propia muerte de los dioses: «Me has preguntado antes el nombre, ¡oh criatura terrible y obscena! Ninguno es mi nombre, así me llaman el padre y la madre y los compañeros». Sonrió el primer dios, sin saber que era la sonrisa de su muerte, y respondió —sin saber que aquella respuesta señalaba el ocaso de todos los dioses y su caída del cielo—: «Entonces a ninguno me comeré el último» ¿Cómo podía entender el gigante del solo ojo que su frase significaba separar para siempre el Nombre de la esencia?, ¿que, privado de la esencia, el nombre no era nada, y que en nada se convierten los dioses sin la certeza del nombre? Porque esa respuesta significaba dos verdades, a saber: que a Ninguno se comería el último, y que nunca más devoraría a ninguno. Se abrió, pues, el terrible abismo de la Ambigüedad, y la palabra que significa siempre dos cosas comenzó su obra de demolición del Nombre que se limita a significar una cosa. El Lógos inventó la Diferencia, y en la vorágine de la diferencia fueron engullidos todos los dioses.
[ ... ]




Este hermoso, literariamente, texto que inicia el artículo, tiene además un sentido profundo que quizá explique el por qué y el cómo fue el origen de la Literatura que tanto nos interesa a los que por aquí andamos. O dicho de otra manera más humilde, solamente una explicación más del mito.

Nº 20 de la revista Sileno, de Abada Ediciones, artículo Sicilia Anima Mundi, lugares figuras e imágenes de la Isla-Mito, de Salvatore Lo Bue, Profesor de Poética y Retórica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Palermo. Traducción de Mercedes Sarabia.

25 abril 2007

IV

Anduvo por las calles, buscando inconscientemente las más oscuras, feliz de estar solo y de sentir el aire nocturno en la cara. Las calles estaban atestadas. Las gentes lo empujaban al pasar, lo miraban desde umbrales y ventanas, hacían francos comentarios sobre él -por la cara no se podía adivinar si inspiraba simpatía o no- y a veces se detenían para observarlo.
"¿Hasta qué punto son amistosos? Sus caras son máscaras. Todos parecen tener mil años. La poca energía que poseen se reduce al ciego, masivo deseo de vivir, porque ninguno de ellos come lo suficiente para tener fuerzas propias. ¿Qué piensan de mí? Probablemente nada. ¿Me ayudaría alguien si tuviera un accidente? ¿O me dejarían tendido en la calle hasta que la policía me encontrara? ¿Qué motivo tendría alguno de ellos para ayudarme? No les queda religión. Saben lo que es el dinero y cuando lo consiguen lo único que quieren es comer. ¿Y qué tiene eso de malo? ¿Por qué me pongo así con ellos? ¿Sentimiento de culpa por estar sano y bien alimentado? Sin embargo, el sufrimiento se distribuye por partes iguales entre los hombres: cada uno ha de aguntar el mismo fardo..." Algo le decía que esta idea era falsa, pero en aquel momento era una creencia necesaria: no siempre es fácil soportar las miradas de los hambrientos. Con esas ideas podía seguir caminando por las calles. Era como si él o los otros no existieran. Ambas suposiciones eran posibles. La criada española del hotel le había dicho ese mediodía: La vida es pena. "Así es", contestó, sintiéndose en falso, preguntándose si un norteamericano puede, sin mentir, aceptar una deficinión de la vida como sinónimo de sufrimiento. Pero en ese momento aprobó el sentir de la mujer porque era vieja, reseca, tan visiblemente pueblo.

El cielo protector (1949)
Paul Bowles (Nueva York, 1910, Tánger, 1999)
Traducción de Aurora Bernárdez

18 abril 2007

Un autor descubre, leyendo un libro ajeno, una palabra que le seduce. Es una palabra hermosa, eufónica, como lucífaga, precisa como canchal, o anacrónica como tabardo. Le gusta, y querría emplearla en algún texto propio. Así que la guarda a la espera de tener oportunidad para ello. La anota en su cuaderno (los autores suelen llevar encima un cuadernito de notas; un Moleskine los más esnobs, un simple bloc de papelería los más humildes), y ahí la tiene, calentita, impaciente por ser colocada en una página. Ahí está ese canchal, aburrido de esperar en el cuaderno desde que fue leído por primera vez en alguna enciclopedia (hay autores que leen enciclopedias para enriquecer vocabulario, y así les salen novelas que tiene la música monótona de una enciclopledia. Ahí está ese tabardo de saco, leído en alguna novela social de los cincuenta, y que cuelga en el armario del autor, con bolas de naftalina para protegerlo de las polillas, y a la espera de que algún personaje antiguo tenga frío y sea pobre como para envolverlo en un tabardo de saco. Y ahí está esa condición lucífaga, acaso sorprendida en un poema decimonónico, y que el autor conserva en un cuarto oscuro (pues si le da la luz pierde cualidades) hasta que tenga oportunidad de ponerle el adjetivo, como camiseta, a algún personaje de hábitos sombríos. En definitiva, se trata de un recurso literario por el que el autor no busca una palabra para describir una situación, sino que busca (y crea) una situación para colocarle una palabra previa. El órgano que crea la función, y no al revés. Suponemos que el autor tendrá su cuaderno (¿Moleskine?) lleno de palabras elegidas, y que algunas irán cayendo por la novela. Seguramente, como la mayor parte de jóvenes novelistas, guarda un samovar leído en alguna novela rusa, algo de terminología satánica aprendida en Baudelaire, y unas cuantas flores raras de manual de botánica, aunque nos tememos que no sea ésta la novela adecuada para que los personajes beban té en el samovar, imprequen invocando mitologías del averno, o siembren en los campos andaluces extrañas (pero de hermoso nombre) plantas. La eufonía, esta tentación de los autores. Quién sabe, quizá yo mismo tenía en mi Moleskine apuntada la palabra "eufonía", y he escrito esta nota sólo para plicarla.

¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!
Isaac Rosa (Sevilla, 1974)
Seix Barral, 2007