31 marzo 2007

Ahora que os iréis de vacaciones y llegará una semana larga de vacío y silencio, os traspaso el enorme regalo de Efrén Hernández que me hizo Gerardo.

En esta terracita de la habitación del hotel de la playa de El Saler (Valencia), lo leí por fin. Quizá no sea mala idea que la imagen o el comentario sean tangenciales, no la obra o el autor, sino el dónde o el cómo.

(Fotos by "L")


[Del Cap. IV, pp.74-75 de la edición de 1984 para “Lecturas Mexicanas, F.C.E.]

Y Fulán, como tú y como yo, sino que muy largamente más, es ávido del espectáculo del mundo, se interesa por todo. Enumeremos: se interesa por la luz del sol, por los tácitos mensajes que recorren el mundo aprovechando los sueños de la noche, por los adelantos a que va ascendiendo la civilización, por los récords humanos, por el saber antiguo, por las teorías modernas, por lo que ocurre aquí, por lo que allá acaece, por la cercana fuente, por los lejanos pueblos, por el drama del átomo y por las ágiles, inconmensurables, serenas evoluciones del mundo entero. Oh, mundo, oh, mundo, oh maravilloso mundo. “Ni los ojos se cansan de ver, ni los oídos de oír”.

[p. 77]

Él no ganó su vida, la recibió de gracia.
Él no labró su cuerpo ni concibió su ser. Lo agarró la aventura.

EFRÉN HERNÁNDEZ (México, 1903-1958)
La paloma, el sótano y la torre (1949)

28 marzo 2007

Cortázar, publicista

Estamos madre e hijo en la cocina de nuestra casa charlando cuando de fondo, en la televisión, escuchamos una voz que nos llama la atención por familiar. Levantamos la vista y nos encontramos con un anuncio de coches [...]. ¡Es la inconfundible voz de Julio Cortázar leyendo su Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj! Vale que nos hayamos acostumbrado al apropiacionismo publicitario de míticas canciones con fines comerciales, pero que ahora se apropien, no sólo del texto, sino que también de la voz de Julio Cortázar para intentar vender un coche...

Florencia Pinto Cohen y Lucas Fernández-Barrutia Pinto

Fragmento de un carta publicada en El País el 25 de marzo, cuyos autores olvidaron afianzar sus argumentos con el caso de Bob Dylan, de quien vimos extraviada The Times They Are A-Changin´en un anuncio de hipotecas.

26 marzo 2007

ALICIA DESPOSADA

Era blanca la boda: un milagro
de espuma, de azahar y de nubes.
Cenicienta esperaba.
Las muchachas regaban cada día
los frágiles cristales de su himen.
Blancanieves dormía.
Al galope
un azul redentor doraba la espesura
y la Bella Durmiente erguía su mirada.
Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,
en las noches de invierno,
derramaban sus cuentos de guirnaldas,
de besos y de príncipes.
Era largo el cabello, eran frías las faldas
por las calles de hombres.
Las fotos de las bodas
irradiaban panales de violines
y era dulce ser cóncava
para el brazo tajante y musculoso.
La boda les cantaba por el cuerpo
como un mar de conjuros.
Y a la boda se fueron una tarde
con su mística plena. Y cambiaron
la hora de su brújula
por el final feliz de los cuentos de hadas.

Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945), de Cóncava mujer (1978)

25 marzo 2007

Robar

¿La cosa más rara que he robado en mi vida? Un muñeco de nieve.
Media noche. Era magnífico; un hombre mudo, alto y blanco
bajo la luna de invierno. Lo quería: un compañero
con una mente tan fría como la placa de hielo
de mi cerebro. Empecé por la cabeza.

Mejor morir que ceder, que no conseguir
lo que quieres. Pesaba un quintal; el torso,
rígido de hielo, apretado contra mi pecho, un fiero helor
punzándome el estómago. Parte de la emoción era saber
que los niños llorarían al día siguiente. La vida es dura.

A veces robo cosas que no necesito. Conduzco coches robados
a ninguna parte por placer, me meto en las casas sólo para mirar.
Soy un fantasma asqueroso, dejo todo enramblado, a veces
me llevo una cámara.
Me miro la mano enguantada girando el pomo.
El dormitorio de un extraño. Espejos. Suspiro así: Aah.

Me llevó un rato. Lo volví a montar en el jardín,
no parecía el mismo. Cogí carrerilla
y le pegué una patada. Y otra. Y otra. Se me deshizo
el aliento en harapos. Ahora tiene un aspecto estúpido. Así me quedé
solo entre montones de nieve, harto del mundo.

Aburrimiento. Básicamente, estoy tan aburrido que podría comerme a mí mismo.
Una vez, robé una guitarra y pensé
que podría aprender a tocar. Otra vez mangué un busto de Shakespeare
para darle latigazos, pero el muñeco de nieve ha sido lo más raro de todo.
¿No entiendes una palabra de lo que estoy diciendo, verdad?



Extranjero

Imagina vivir en una ciudad extraña y oscura durante veinte años.
En la zona este hay algunas viviendas lúgubres
y una de ellas es la tuya. Desde el descansillo oyes
el eco de tu acento extranjero, escaleras abajo. Piensas
en tu propio idioma y hablas en el de ellos.

Después, escribes una carta a casa. La voz de tu cabeza
recita la carta en un dialecto local; detrás
está el sonido de tu madre cantándote,
hace todo ese tiempo, y ahora no sabes
por qué tus ojos se humedecen y cómo se dice
eso.

Usas el transporte público. Trabajas. Duermes. Imagina que una
noche
viste tu nombre pintado en espray rojo
sobre un muro de ladrillo. Un nombre de odio. Rojo como la sangre.
Nieva en las calles, bajo las luces de neón,
como si este lugar se estuviera cayendo a pedazos ante tus ojos.

Y en la tienda de delicatessen, a veces, las monedas
no se quieren traducir en la palma de tu mano. Balbuciente,
porque ésta no es tu casa, señalas la fruta. Imagina
que uno de vosotros dice Yo no sabe qué dice estas personas.
Parece todo el día van a cama y soñar.
Imagínatelo.

CAROL ANN DUFFY (Glasgow, 1955)
Vender Manhattan (1987)
Traducción de Miguel Marqués

18 marzo 2007

213 – 218

Cambia tus modos, corazón, tomando
el color que convenga a cada amigo,
haciéndote al sentir de cada cual.
Ten el estar del pulpo ensortijado
que es uno con la piedra en la que para.
Acomódate ahora a unas maneras,
pero luce una piel distinta luego.
Más puede el diestro que el intransigente.

309 – 312

Entre los comensales uno ha de ser prudente,
hacer que todo pasa como si no estuviera,
decir alguna gracia; mas ya en la puerta, grave,
salir sabiendo el modo de ser de cada uno.

467 – 496

No retengas a nadie, si no está en él quedarse,
ni lleves a la puerta a quien marchar no quiere
ni al dormido despiertes, Simónides, si el sueño
prendió dulce en alguno bien cargado de vino,
ni mandes a dormir por fuerza al desvelado;
Pues toda cosa impuesta viene a ser enojosa.
Llenen, llenen las copas de los que beber quieran,
que no todas las noches uno está de regalo.
Yo, que del dulce vino mi medida ya tengo,
traeré yéndome a casa al sueño espantamales.
Llegaré como más gusta haberlo bebido
pues que ni sobrio estoy ni estoy de más borracho.
El que alcanza su cuánto de bebida y lo pasa
no es señor de su lengua ni de su voluntad:
le cuelgan las palabras –para un sobrio indecentes--
y nada le avergüenza en su tal melopea;
él que sensato antes, es ya un necio.
Por eso --ya lo sabes-- procura no excederte con el vino:
o levántate antes de emborracharte (mira
que no te obligue el vientre a trabajos forzosos)
o, si te estás, no bebas.
Que ese "venga otra" tonto
es la sola razón de tu borrachería:
una por la amistad, otra para abrir juego,
y otra aún por los dioses, y otra más que aún hay manos…
No sabes decir no, mas sabe que el que gana
es quien, bebiendo mucho, no dice tonterías.
Charlad tranquilamente con un buen jarro al lado
procurando no abrir disputa entre vosotros.
Hablando en alto a todos y al tiempo a cada uno:
así es como un banquete no está de gracia falto.

817 – 818

No se puede esquivar, Cirno, --no hay modo--
la parte del sufrir que a uno le toca;
Y esa parte que toca del sufrir
ningún miedo me da --créeme-- sufrirla.

1029 – 1036

Aguanta, corazón, en la desgracia
aunque has sufrido ya lo inaguantable;
fino es, sí, del cobarde el corazón.
Y por las cosas tú que no alcanzaste
no rabies, no te aflijas añadiendo dolor a tu dolor,
no des disgusto al que es tu amigo y gusto al enemigo.
De eso que del destino traen los dioses
el hombre moridero huir no puede;
ni hollando de la mar su rojo fondo,
ni a las nieblas del Tártaro prendido.

1229 – 1230

Ídi gàr me kéklyke thalássios oíkade nekrós,
tethnikòs zoó ftheggómenos stómati.

Que a mi casa me ha llamado un cadáver del mar:
muerto y todo, da gritos desde su boca viva.


Elegías, Teognis de Mégara (s. VI a.C.)
[Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, 1962)]

17 marzo 2007

Con Goytisolo y Barral, muy jóvenes los tres



AMISTAD A LO LARGO


Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
...........................Mirad:
somos nosotros.
Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.
Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.


Ay el tiempo! Ya todo se comprende.


Amistad a lo largo
Jaime Gil de Biedma, Barcelona 1929-1990

16 marzo 2007



Después del crepúsculo, en las terrazas del palacio real, Marco Polo exponía al soberano los resultados de sus embajadas. Habitualmente el Gran Jan terminaba las noches saboreando con los ojos entrecerrados estos relatos hasta que su primer bostezo daba al séquito de pajes la señal de encender las antorchas para guiar al soberano hasta el Pabellón del Augusto Sueño. Pero esta vez Kublai no parecía dispuesto a ceder a la fatiga.
—Dime una ciudad más— insistía.
—Desde allí el hombre parte y cabalga tres jornadas entre norte y levante...—
seguía diciendo Marco, y enumeraba nombres y costumbres y comercios de gran número de tierras. Su repertorio podía considerarse inagotable, pero ahora le toco a él rendirse. Era el
alba cuando dijo: Sire, ya te he hablado de todas las ciudades que conozco.
—Queda una de la que no hablas jamás.
Marco Polo inclinó la cabeza.
—Venecia— dijo el Jan.
Marco sonrió. —¿Y de qué otra cosa crees que te hablaba?
El emperador no pestañeó.—Sin embargo, no te he oído nunca pronunciar su nombre.
Y Polo: —Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia.
—Cuando te pregunto por otras ciudades, quiero oírte hablar de ellas. Y de Venecia cuando te pregunto por Venecia.
—Para distinguir las cualidades de las otras, debo partir de una primera ciudad que permanece implícita. Para mí es Venecia.
—Entonces deberías empezar cada relato de tus viajes por el lugar de partida, describiendo Venecia tal como es, toda entera, sin omitir nada de lo que recuerdes de ella.
El agua del lago estaba encrespada apenas; el reflejo cobrizo del antiguo palacio de los Sung se desmenuzaba en reverberaciones centelleantes como hojas que flotan.
—Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran —dijo Polo—. Quizá tengo miedo de perder a Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizá
hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco.

Las Ciudades Invisibles, 1972
Italo Calvino ( Santiago de Cuba, 1923 - Siena, 1985)
Traducción de Aurora Bernández

15 marzo 2007

CAMARADAS DE ÍCARO (I)

El frescor de aluminio de los mares,
el humo denso y verde de los prados,
la ciudad reducida a cuentas de ámbar
sobre un fondo oscurísimo,
las nieve nebulosas, los silencios,
la ebriedad del vacío perforado.

- No fabriqué con cera mis alas clandestinas.
Fueron otras sustancias. Puse los embriones
del tiempo detenido,
la minúscula arena de oro que mojaba
las horas placenteras,
la avaricia que supo custodiar
el olor de los cuerpos entregados
y el jugo de las noches,
briznas de los asombros de la infancia,
palabras sacudidas por latidos
o palabras huyendo de sí mismas
con su erosión a solas
-esas cosas que archivan los poetas.
Pregunté a mis deseos sus rutas favoritas,
dejé que preparan su equipaje.
Gastar en otra luz
aunque pase la vida, vigilante,
su factura de abismo. Conocer la región
en que los laberintos se destejen,
donde pueda el Deseo
firmar un alto el fuego con la Muerte.

Aurora Luque (Almería, 1962) Camaradas de Ícaro (2003)

14 marzo 2007

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929-1990), Poemas póstumos (1968)

12 marzo 2007

El poeta y los mitos


Bien temprano en la vida, antes que leyeses versos algunos, cayó en tus manos un libro de mitología. Aquellas páginas te revelaron un mundo donde la poesía, vivificándolo como la llama al leño, transmutaba lo real. Qué triste te pareció entonces tu propia religión. Tú no discutías ésta, ni la ponías en duda, cosa difícil para un niño; mas en tus creencias hondas y arraigadas se insinuó, si no una objeción racional, el presentimiento de una alegría ausente. ¿Por qué se te enseñaba a doblegar la cabeza ante el sufrimiento divinizado, cuando en otro tiempo los hombres fueron tan felices como para adorar, en su plenitud trágica, la hermosura?
Que tú no comprendieras entonces la causalidad profunda que une ciertos mitos con ciertas formas intemporales de la vida, poco importa: cualquier aspiración que haya en ti hacia la poesía, aquellos mitos helénicos fueron quienes la provocaron y la orientaron. Aunque al lado no tuvieses alguien para advertirte del riesgo que así corrías, guiando la vida, instintivamente, conforme a una realidad invisible para la mayoría, y a la nostalgia de una armonía espiritual y corpórea rota y desterrada siglos atrás de entre las gentes.


Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - México, 1963)

Ocnos (1942)

08 marzo 2007

-Quítese eso, María, voy a ponerle un linimento estupendo.
-¿En mi cocina? -dijo María molesta.
-En su cocina, claro.
La criada, por pudor, colocó una tapadera encima de la leche. Luego, con la mano libre, desenrolló su vendaje con solemne lentitud, y tendió a Alice su antebrazo como si hiciera entrega de las llaves de una ciudad rendida.
-¡Oh! -exclamó Alice-. ¿Fue agua hirviendo, o el borde de la plancha de la cocina?
-Nada de eso, señora. El atizador.
-¿El atizador? ¿Cómo el atizador?
Se miraron y María explicó risueñamente:
-Se trata de una adivinanza. ¿La señora no adivina quién me ha hecho esta ampolla tan grande?
Señaló con la barbilla, por la ventana abierta, el huerto y los bancales de legumbres.
-Ha sido aquel gordinflón. El imbécil. Ese de las nalgas gordas. El mandria.
-¿Su marido? ¿Qué le pasa?
-Se venga.
-¿De qué?
-De que es mi marido y yo soy su mujer. Con eso basta. ¿La señora no lo cree?

Dúo, 1934
Sidonie-Gabrielle Colette (Yonne, 1873 - París, 1954)
Traducción de E. Piñas

05 marzo 2007

En el principio fue la lluvia. Llevaba lloviendo ya unos días y cerca de la Iglesia de los Resurrectos el agua había esculpido canales por los que fluían desde el bosque toda suerte de ramitas, briznas de hierba y piñas diminutas. Me gustaba quedarme parado en aquel lugar. El agua bullía sobre el lecho de piedras arrastradas desde el camino, los arroyos se unían en un torrente decidido que seguía bajando por la calle de Gomólka, atravesando la de Chrzanowski para, finalmente, desparramarse en grandes charcos a ambos lados de la carretera. La colina detrás de la iglesia se veía envuelta en la niebla. De las ramas de pinos y abetos caían pesadas gotas de lluvia y todo, también los tejados de las casas y el campanario de madera, estaba sumergido en un monótono susurro.

Todos los años el olor del verano llegaba por el mar. La suave brisa traía consigo el aroma de las redes tendidas al sol y el sabor de la sal que se podía sentir en los labios. Pero esta vez el verano mostraba su otra cara, una cara diferente, oculta hasta ahora. El aroma del moho, los hongos, la resina y de distintas hierbas aromáticas se elevaba por encima de los charcos en un caldo espeso, y volvía con cada olaeada de lluvia colmando jardines y calles, mientras el verdor fulminante parecía reventar los húmedos muros de las casas, que, año tras año, perdían sucesivas capas de pintura, descubriendo a veces fragmentos de frases indescifrables.


Paweł Huelle (Gdańsk, Polonia, 1957), Cuentos para tiempos de mudanza


04 marzo 2007


Dos seres libres: uno nos mira y el otro se desentiende.



EUGENESIA

Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas.

Dadas estas razones, los cronopios acuden a los famas para que fecunden a sus mujeres, cosas que los famas están siempre dispuestos a hacer por tratarse de seres libidonosos. Creen además que en esta forma irán minando la superioridad de los cronopios, pero se equivocan torpemente, pues los cronopios educan a sus hijos a su manera y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas.


Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, 1972