26 noviembre 2010

El último encuentro (fragmentos)

Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. No importa lo que diga, no importa con qué palabras y con qué argumentos trate de defenderse. Al final, al final de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida: a las preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez. ¿Quién eres?¿Qué has querido de verdad?¿Qué has sabido de verdad?¿A qué has sido fiel o infiel?¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía? Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.

* * *


Son muy pocas las personas cuyas palabras concuerdan con su existencia. La gente acaba aprendiendo la verdad, adquiere experiencias, pero todo ello no sirve de nada, puesto que nadie puede cambiar de carácter. Quizá no se pueda hacer nada más que esto en la vida: adaptar a la realidad, con inteligencia y con atención, esa otra realidad irrevocable, el carácter personal. Y sin embargo, así tampoco seremos más sabios, ni estaremos más resguardados frente a las adversidades.

* * *

Quien sobrevive a algo no tiene derecho a levantar ninguna acusación. Quien sobrevive ha ganado su propio juicio, no tiene ningún derecho ni ninguna razón para levantar acusación alguna: ha sido el más fuerte, el más astuto, el más agresivo.


* * *


Ya no quedaba más que la espera y la venganza, y ahora que ha llegado el momento de la venganza y que la espera ha terminado, me doy cuenta con sorpresa de lo insignificante y vulgar que resulta todo lo que nos podemos contar, confesar o mentir: uno no puede sino aceptar la realidad. Yo ya he aceptado la realidad. Y el fuego purificador del tiempo ha extraído de mis recuerdos toda ira.


El último encuentro. Sándor Márai
Traducción de Judit Xantus Szarvas
Salamandra, 1999.

23 septiembre 2010

Raíz de rocío

Ahora soy menos yo
y los sueños
que he soñado tener
han despertado en otro lecho

Ojalá ocurriera
aquella muerte
de la que no se muere
y otro fruto
me ofreciera savia ascendente
porque he perdido la audacia
de mi propio destino
de desatado el ansia
de mi propio delirio
y ahora siento
todo lo que los otros sienten
sufro lo que no sufren
anochezco en su lejanía
y viviendo la vida
que de ellos ha desertado
ofrezco el mar
que en mí se abre
al viaje mil veces aplazado

De cuando en cuando
me pierdo
en la búsqueda de la raíz de rocío
y si conmigo discrepo
ha sido porque de todos los hombres
se han convertido todas las cosas
como si fueran
el eco de las manos
la casa de los gestos
como si todas las cosas
me contemplaran
con los ojos de todos los hombres

Así me asomo
a la ventana del poema
elijo mi propia tiniebla
y me permito escuchar
la leve respiración de los objetos
sepultados en silencio
e invento lo que escribo
escribo para inventarme
y todo me adormece
porque todo despierta
la secreta voz de la infancia

Me aman demasiado
las cosas que recuerdo
y me entrego
como si me negara
a la somnolienta caricia
del cuerpo que hago nacer
de los versos
a los que libremente me condeno

Agosto de 1982.

Mia Couto
(Beira, Mozambique, 1955)

De Raíz de rocío (Raiz de orvalho)
Publicado por CEDMA, 2009
Traducción de José Ángel Cilleruelo



16 julio 2010

CXVI


Un viaje a Citera*

Como un pájaro, alegre, mi feliz corazón
libremente volaba entre todo el cordaje;
y bogaba el navío bajo un cielo sin nubes,
como un ángel que el sol más radiante ha embriagado.

¿Y esta isla tan triste y tan negra? -Es Citera,
según dicen, famosa porque está en las canciones,
Eldorado trivial de quien no se ha casado.
Contempladla y veréis que es en todo vulgar.

-¡La de dulces secretos y de fiestas galantes!
El soberbio fantasma de la Venus antigua
flota como un perfume por encima del mar
y nos hace sentir languideces y amores.

Isla bella de mirtos verdes, llena de flores,
venerada por gentes de lugares remotos,
donde se oyen suspiros de los pechos extáticos
como incienso que envuelve los jardines de rosas.

o perennes arrullos de palomas torcaces.
-Era sólo Citera un lugar desolado,
un desierto que turban destemplados chillidos.
Entreveo, no obstante, algo que es singular.

No era un templo escondido entre sombras boscosas,
cuya sacerdotisa, de las flores prendada,
con el cuerpo abrasado por secretos ardores,
entreabría su túnica a las brisas fugaces;

pero cuando la nave empezó a costear
asustando a los pájaros con su blanco velamen,
vimos que era una horca con tres palos, del cielo
destacándose en negro, como un negro ciprés.

Ferocísimas aves no soltaban su presa,
devorando rabiosas a un ahorcado de días,
y con picos inmundos se cebaban hurgando
los pedazos sangrientos de la horrible carroña;

eran huecos los ojos y del vientre rasgado
le colgaban las tripas por encima del muslo;
sus verdugos, ahítos de espantosas delicias,
con sus picos le habían totalmente castrado.

A sus pies, una turba de envidiosos cuadrúpedos,
levantando el hocico, daba vueltas en torno;
y en el centro una bestia aún mayor se agitaba,
como un fiero verdugo que dirige a sicarios.

Morador de Citera, bajo un cielo tan bello
en silencio sufrías todas esas injurias,
expiando tus cultos más infames, pecados
que te vedan por siempre descansar en la tumba.

¡Oh, ridículo ahorcado, tus dolores son míos!
Yo sentí al ver tus miembros que se hacían jirones
subir hasta mi boca una especie de arcada,
largo río de hiel de dolores antiguos;

ante ti, pobre diablo, de tan caro recuerdo,
sentí todos los picos y los dientes agudos
de los cuervos voraces, de las negras panteras
que antes tanto gustaron de morder en mi carne.

-Era hermoso aquel cielo, un espejo era el mar;
pero ya para mí noche y sangre era todo,
y sentía aquel símbolo, como espeso sudario,
que como una mortaja envolvía mi pecho.

Venus, sólo he encontrado en Citera un cadalso
a manera de emblema, con mi imagen colgada...
¡Ah, Señor! ¡Concédeme el valor de mirar
sin hastío mi cuerpo y el fatal corazón!


* Isla griega, entre el Peloponeso y Creta, con un famoso santuario a la diosa Afrodita. En lenguaje poético es la patria alegórica de los amores.

Charles Baudelaire, Las flores del mal, introducción, traducción en verso y notas de Carlos Pujol, Planeta, Barcelona, 1991, pp. 167-168.

02 junio 2010

Los almendros en flor



A Jaime Cussac y Gema García

Han irrumpido en medio de febrero
con su fiera blancura extemporánea,
y se han apoderado de la vida.
Han puesto cerco a mi emoción,
dolientes.

La flor de los almendros es un fruto
superior al fruto.
Es un país
de mórbidas fronteras insondables.
Empujan -quién lo entiende- hacia qué adentros
de nuestro yo recóndito.
Con su deflagración de levedad
me han arruinado,
en embriaguez, el día.

Su ley de asociaciones me conduce
a aquel instante en el Van Gogh Museum,
frente a la rama en flor de los almendros.

¿De qué dan testimonio nuestras lágrimas?
¿Qué acaba de morir cuando se vierten?
¿Por quién llora, atestado, nuestro llanto?

Esta mañana viene encinta de temores,
grávida de sus hondas certidumbres.

Sólo cuando nos duele es la belleza.
La belleza es verdad sólo si duele.


* Carlos Marzal, Ánima mía, Colección dirigida por Antoni Marí, Tusquets editores: Nuevos textos sagrados, Barcelona, 2009, p. 24-25.

30 mayo 2010

Juan Yanes me enreda

A Gemma


Enredados.- Pertenezco a un red de redes que utiliza modelos rizomáticos deleuzianos para interactuar virtualmente con un entramado de nódulos sociales, los cuales, a su vez, están insertos en una retícula que se expande sobre una malla de relaciones que tiende a +/- infinito y que promueve la transferencia del conocimiento y la comunicación en un proceso de construcción colectiva. O sea, estoy más solo que la una.

Juan Yanes, http://eloscuroborde.wordpress.com/

17 mayo 2010

Mi encuentro con Felisberto

(Para Nano)


Yo nunca tuve mucha confianza en mi cuerpo, ni siquiera mucho conocimiento de él. Mantenía con él algunas relaciones que tan pronto eran claras u oscuras; pero siempre con intermitencias que se manifestaban en largos olvidos o en atenciones súbitas. Lo conocían más los de mi familia. En casa lo habían criado como a un animalito, le tenían cariño y lo trataban con solicitud. Y cuando yo emprendía un viaje me encargaban que lo cuidara. Al principio yo iba con él como con un inocente y me era desagradable tener que hacerme responsable de su cuidado. Pero pronto me distraía y era feliz. En mi casa podía estar distraído mucho tiempo: ellos me cuidaban el cuerpo y yo podía enfrentarme a lo que me llegaba a los ojos: los ojos eran como una pequeña pantalla movible que caprichosamente recibía cualquier proyección del mundo. Y también podía entregarme a lo que me venía a la cabeza, que también eran recuerdos de los ojos o inventos de ellos. Esto lo podía hacer hasta cuando caminaba, porque si me dirigía adonde no debía, en mi casa se ponían delante o abrían los brazos y mi cuerpo se daba vuelta y se iba para otro lado. Estando lejos de mi casa mi cuerpo podía tirarse a un abismo y yo irme con él: lo he sentido siempre vivir bajo mis pensamientos. A veces mis pensamientos están reunidos en algún lugar de mi cabeza y deliberan a puertas cerradas: es entonces cuando se olvidan del cuerpo. A veces el cuerpo es prudente con ellos y nos los interrumpe: se limita a mandar noticias de su existencia cuando está cansado, cuando está triste o cuando le duele algo. Yo no sé quién lleva estas noticias ni qué caminos ha tomado para llegar a la cabeza. El recién llegado llama suavemente, empuja la puerta donde los pensamientos están reunidos, e inmediatamente el que va se transforma en otro pensamiento: este se entiende con los demás y da la noticia: allá lejos, en un pie, una uña está encarnada. Al principio los otros pensamientos no hacen caso al recién llegado, le dicen que espere un momento y hasta se enojan con él; pero el recién llegado insiste, y los otros tienen que suspender la reunión de mala gana y hacer otra cosa: tienen que volverse otros pensamientos y preocuparse del cuerpo. El cuerpo, a su vez, tiene que molestar a todas las demás regiones; entonces todo el cuerpo se levanta, va rengueando a calentar agua, la pone en una palangana y por último mete adentro la uña encarnada. Después vuelven los pensamientos a ser otros, a ser los que estaban reunidos a puerta cerrada y se olvidan del cuerpo y de la uña que ha quedado dentro de la palangana.

Felisberto Hernández (Montevideo, Uruguay, 1902-1964)
Extracto del cuento "Tierras de la memoria", recogido en este caso en Cuentos reunidos, editorial Eterna Cadencia, 2009.

05 mayo 2010

Alberto Manguel y la invisibilidad

«Cocteau en su diario: "Me parece que la invisibilidad es la condición esencial de la elegancia".

Jueves

Al final, dice Chateaubriand, nada perece: "Mi fidelidad a la memoria de mis antiguos amigos debería dar confianza a los amigos que me quedan: para mí, nada desciende a la tumba; todo lo que he conocido vive en torno a mí: según la doctrina india, la muerte, al tocarnos, no nos destruye, solo nos vuelve invisibles".»

Alberto Manguel, Diario de lecturas, Alianza Editorial, 2004; título original, A Reading Diary; traducción de José Luis López Muñoz.

17 abril 2010

Cartas

A Josefina Manresa

(Carta 227)

Penal de Ocaña, 27 de febrero de 1941

Mi querida esposa: Magdalenas, pan de higo, carta y fotografía están conmigo, lo que puedes estar, que lo demás se ha ido por donde se habría de ir. Las magdalenas, superiores, y los roscos, me recuerdan a aquel pan que hacías cuando nos juntábamos en la otra casa. La fotografía, aunque es mala, no la rompo. Con ella me hago idea de cómo estáis mi hijo y tú. Se ve muy bien que Manolillo está fuerte y hermoso y alto. Tiene una cabeza muy bonita, redonda, con tus ojos y tu boca, y tus orejas, y sigue pareciéndose menos en la forma de la cara, que es mía. Me gusta, me alegra verte así, veo que le cuidas y, en cambio, tú te descuidas por completo. A ti te encuentro bastante cambiada, Josefina. Se te ha ido aquella expresión de chiquilla que tenías y se nota en todos tus rasgos un gesto de mujer madura. Estos años últimos te han hecho mujer a fuerza de combatirte. Además, estás más delgada. Hay que reponerse, hija. Supongo ya no podrás llevar en brazos a ese cachalote de niño, que pesará ya más de 15 kilos. Y si no te repones llegará pronto el día en el que haya él de llevarte a ti, si yo no voy antes. Nena, no creo marche tu negocio de harinas tan bien que permita enviar con frecuencia paquetes como los dos que me has enviado. Faltan hacen, pero más a ti que a mí. Si Vergara te hubiera enviado el dinero, menos mal. Pero con tan poca cosa como son 25 duros y lo que tú ganas, que no será mucho, no debes enviarme nada. Y mira, nena, que te lo digo con todo el dolor de mi cucharón, porque las magdalenas me han gustado, pero los roscos más. Además, las magdalenas son artículo de lujo para estos tiempos y el estómago, cuando se le da un bocado fino, protesta, sobre todo cuando está acostumbrado a la zanahoria y la berza cocidas. Cuando recibas otra vez dinero de Madrid, me harás otra vez roscos, pero pruébalos y manda uno a medio comer por mi niño y por ti. Y me gustará más que los otros. Sabrás he escrito a Vicente y también le digo que la solicitud está en el Consejo Superior de Justicia Militar. Ya te he dicho que los juguetes los llevará la tía. De salir no hablemos por ahora. Tengo esperanzas, las de todos y algunas más, pero nada concreto. Ya te diré cuando sepa algo, Josefina. De diversiones anda esto mal. Los libros son la única diversión posible. Y los libros me aburren a ratos. No espero divertirme más que cuando estemos mi hijo, tú y yo juntos. Me distraigo fumando cuando tengo tabaco y paseando por el patio con los compañeros cuando hace buen tiempo, que no lo hace nunca. El pelo, que me ha crecido un poco, voy a seguir dejándole crecer hasta ver si vienes esta primavera. Si no, ya sabes: al rape otra vez. Hasta que no agote todas las posibilidades que encuentre para que vengas a Madrid, no me doy por vencido, Josefina. Os abraza y quiere FernandoJosefina Manolillo, JosefinaMiguel y MIGUEL.




Última carta de Miguel Hernández desde el Reformatorio de adultos de Alicante (sin fecha)



Miguel Hernández
OBRAS COMPLETAS
Poesía/Prosa/Teatro/Correspondencia
Edición de 2010. Espasa
Año del centenario de su nacimiento.

08 marzo 2010

La Universidad Desconocida

MI CARRERA LITERARIA

Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad
también Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik,
Seix Barral, Destino... Todas las editoriales... Todos los lectores...
Todos los gerentes de ventas...
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.

Octubre de 1990

*****


Esperas que desaparezca la angustia
Mientras llueve sobre la extraña carretera
En donde te encuentras

Lluvia: sólo espero
Que desaparezca la angustia
Estoy poniéndolo todo de mi parte


La Universidad Desconocida, Roberto Bolaño, Anagrama.

10 febrero 2010

Bienvenido, Bob


Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra "mi señora"; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.

Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre.

No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables.

Bienvenido, Bob. Juan Carlos Onetti.

02 febrero 2010

El pez plátano

Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó hacia delante. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer.
Cuando el flotador estuvo nuevamente inmóvil, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó:
-Acabo de ver uno.
-¿Un qué, amor mío?
-Un pez plátano.
-¡No, por Dios!-dijo el joven-. ¿Tenía algún plátano en la boca?
-Sí -dijo Sybil-. Seis.
De pronto, el joven tomó uno de los mojados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta.
-¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volviéndose.
-¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te has divertido bastante?
-¡No!
-Lo siento -dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo.
-Adiós -dijo Sybil, y salió corriendo hacia el hotel.
El joven se puso el albornoz, cruzó bien las solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaladizo y se lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.
En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia- entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada.
-Veo que me está mirando los pies -dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha.
-¿Cómo dice? -dijo la mujer.
-Dije que veo que me está mirando los pies.
-Perdone, pero casualmente estaba mirando el suelo -dijo la muier, y se volvió hacia las puertas del ascensor.
-Si quiere mirarme los pies, dígalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.
-Déjeme salir, por favor -dijo rápidamente la mujer a la ascensorista.
Cuando se abrieron las puertas, la mujer salió sin mirar hacia atrás.
-Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso, por favor.
Sacó la llave de la habitación del bolsillo de su albornoz.
Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha.
"Un día perfecto para el pez plátano", Nueve cuentos, Alianza Editorial, J. D. Salinger.

29 enero 2010

Tardes de Barcelona

En el centro del texto
está la lepra.



Estoy bien.Escribo
mucho. Te
quiero mucho.


Roberto Bolaño, La Universidad desconocida, Anagrama, Barcelona, 2007

08 enero 2010

El Circus-Circus

El Circus-Circus es donde iría la gente maja la noche del sábado si hubieran ganado la guerra los nazis. Es como el Sexto Reich. La planta principal está llena de mesas de juego, como en casi todos los casinos... pero este local tiene unas cuatro plantas, al estilo de una carpa de circo, y en este espacio se desarrollan toda clase de extrañas locuras en un híbrido de feria rural y carnaval polaco. Justo encima de las mesas, los Cuarenta Hermanos Voladores Carazito ejecutan un número en el trapecio, con cuatro glotones norteamericanos provistos de bozal y las Seis Hermanas Nymphet de San Diego... así que estás allí abajo en la planta principal jugando al blackjack, y la apuesta es alta, y de pronto se te ocurre mirar para arriba y justo encima de tu cabeza hay una chica de catorce años semidesnuda a la que persigue por el aire un gruñente glotón, que se enzarza de pronto en una pelea a muerte con dos polacos pintados de color plata que se lanzan desde puntos opuestos y se encuentran en medio del aire sobre el cuello del glotón... los dos polacos agarran al animal mientras caen a plomo hacia las mesas de dados... pero saltan fuera de la red; se separan y vuelven a saltar hacia el techo en tres direcciones distintas, y cuando están a punto de caer otra vez, los agarran en el aire tres Gatitos Coreanos y van en trapecio hacia una de las barandas.

Esta locura sigue y sigue, pero nadie parece darse cuenta. El juego dura veinticuatro horas al dia en la planta principal, y el circo nunca para. Entretanto, en todas las galerías de arriba se acosa a los clientes con todo tipo imaginable de extrañas chorradas. Cabinas tipo sala de atracciones de todas clases. Quítale de un tiro los cubrepezones a una machorra de más de tres metros de altura y gana una cabra de caramelo de algodón. Plántate delante de esta máquina fantástica, amigo mío, y por sólo noventa y nueve centavos aparecerá en una pantalla tu efigie, de setenta metros de altura, sobre el centro de Las Vegas. Por otros noventa y nueve centavos se puede enviar un mensaje. «Di lo que quieras, amigo, te oirán, de eso no te preocupes. Recuerda que tendrás setenta metros de altura.»

Santo cielo. Ya veía que me tumbaría en la cama del Hotel Mint, medio dormido, miraría por casualidad por la ventana y aparecería, allí de repente, un nazi malvado de setenta metros de altura en el cielo de la medianoche, gritando incoherencias al mundo: «¡Woodstock Über Alles!»

Esta noche correremos las cortinas. Una cosa así puede hacer que un tipo drogado se ponga a dar saltos en la habitación como una pelota de ping-pong. Ya son bastante malas las alucinaciones. Claro que al cabo de un rato aprendes a soportar cosas como ver a tu abuela muerta subirte por la pierna arriba con un cuchillo entre los dientes. La mayoría de la gente del ácido sabe manejar este tipo de cosas.

Pero nadie puede manejar ese otro viaje: la posibilidad de que cualquier chiflado con un dolar noventa y ocho pueda entrar en el Circus-Circus y aparecer de pronto en el cielo de Las Vegas a tamaño doce veces el de Dios, aullando lo que se le pase por la cabeza. No, ésta no es una ciudad buena para las drogas psicodélicas. La propia realidad está ya demasiado pasada.




Miedo y Asco en Las Vegas, Hunter S. Thompson, en una edición de Anagrama del año catapún (con catapún = 2000, misteriosamente reciente). 

06 enero 2010

A vueltas con Wislawa Szymborska

ELLA FITZGERALD EN EL CIELO

Le rezaba a Dios,

le rezaba ardientemente,

para que hiciera de ella

una feliz chiquilla blanca.

Y si ya es tarde para esos cambios,

pues al menos, Mi Señor, mira cuánto peso

y quita de aquí como poco la mitad.

Pero el misericordioso Dios dijo No.

Simplemente puso la mano en su corazón,

le miró la garganta, le acarició la cabeza.

Y cuando todo haya pasado -añadió-,

me llenarás de júbilo viniendo a mí,

mi alegría negra, mi tonel cantarín.


Aquí, Wislawa Szymborska, Bartleby Editores, 2009. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano