30 diciembre 2006

Bueno, aunque la verdad vengo aquí a darles a todos un abrazo cibernético de año nuevo, mandarles mis mejores deseos para el año que comenzará y decirles que ha sido un placer reencontrar aquí a viejos amigos y conocer a otros más nuevos pero igual de significativos, pongo un poema que no es muy festivo que digamos. Pero es hermosísimo (enfatizando el "sísimo", meollo del asunto como dice nuestro buen Nán). El poema ha estado en mi mente todo el día a raíz de una discusión sobre poetas políticos y políticos poéticos (que agarró otras buenas vertientes) en I Hate Music, uno de los foros de discusión que frecuento. Anyway, les dejo con el hermano peruano César Vallejo, de mi libro favorito suyo, Poemas Humanos:


Un hombre pasa con un pan al hombro

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de la cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

28 diciembre 2006

Dinner for one (Der 90. Geburtstag)
Hace poquito una persona muy especial para mi me presentó una curiosa tradición alemana para celebrar la llegada del Año Nuevo, una de las más conocidas y queridas por los germanos. Su curiosidad radica principalmente en que nada tiene que ver ni con Alemania ni con la Noche Vieja y aún así está presente en la mayoría de los hogares alemanes desde hace más de cuarenta años, tooodas tooodas las Navidades. Consiste en un sketch cortito, escrito para el teatro por el británico Lauri Wylie allá por los años 20 del siglo pasado. Interpretado por la pareja de cómicos británicos Freddie Frinton y May Warden en su lengua original, fue grabado en los estudios de la Norddeutscher Rundfunk en 1963. En 1988 se llevó el premio Guinness al programa televisivo más repetido de la historia de la “pequeña pantalla”, y se sigue llevando la palma en esa categoría- en el 2005 lo repitieron unas 230 veces entre Alemania, Austria, Suecia, Finlandia, Dinamarca y Suiza, donde se ha convertido en una pieza de culto, todo un clásico navideño. Enga, que lo disfrutéis, Szczesliwego Nowego Roku und ein Glueckliches Neues Jahr!


27 diciembre 2006

Como cuando, de niño, volvía al internado
tras el sueño feliz y libre del verano,
se despierta cansado, de mal humor, con ese
viejo regusto a estafa. Desayuna y enciende,
entre molestas toses, el primer cigarrillo
—le hace daño, lo sabe, lo tiene prohibido,
pero se dice de algo hay que morir—. Qué importa
un poco de veneno más, si la vida es corta,
por mucho que se estire, y está ya envenenada.
La vida, este inútil trabajo, esta batalla
a muerte y sin descanso, que le obliga a lanzarse
un día más, sin ganas ni ilusión, a la calle.

Ante sí, otra mañana, calcada, repetida,
agobiante y penosa como una cuesta arriba,
que hay que salvar. Lo mira con desdén la portera.
Un vecino lo esquiva..., mejor. Mientras espera
el autobús o un taxi, le asalta la pregunta
de siempre, inevitable: «¿qué hago aquí?». Sin duda,
nada, o apenas nada que merezca el esfuerzo.
—Por momentos, envidia esa paz de los muertos.—
Se eterniza el camino en múltiples atascos
que son como la imagen a escala del gran caos
de este final de siglo, febril y cambalache,
que oculta sus miserias con elegantes trajes
y juguetes de lujo. Con fingido entusiasmo,
lo recibe un colega al llegar al despacho.
Se acomoda y reanuda el trabajo pendiente.
«A las doce —le anuncian— reunión con el jefe.»
Redactar un proyecto, escribir unas cuñas
para un nuevo producto de belleza, que nunca
podrá lograr que nadie sea más bello por dentro
ni más feliz, por más que nos prometa sueños.
El tedio de mentir, el asco de saberse
cómplice de este burdo rey Midas que convierte
en mercancía todo lo que tocan sus manos.
Mas el banco no espera —se cobra lo prestado,
con usura y con creces—. La trampa es tan grosera
que sueña echarse al monte, pero ya no es quien era.

Consulta su reloj. Entre una cosa y otra
—reuniones, proyectos— va llegando la hora
de comer. Se despide hasta luego. En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.

Le queda tiempo aún para estirar las piernas
antes de proseguir. Un canto de sirenas
lo llama desde un cutre salón recreativo
y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo.
Sólo para tentar su suerte o sentir algo,
un poco de emoción, como quien bebe un trago,
se deja seducir por una tragaperras
que, al cabo, le confirma que todo es una mierda.
En fin, otra razón de más, otro motivo
para pensar en serio en un remate digno,
pero la vida, astuta, sabe jugar sus cartas;
hacerle eso a su hijo sería una putada.
Hay que seguir. La tarde no ofrece nada nuevo:
proyectos, reuniones... En resumen, el tedio
de mentir, de saberse cómplice del mercado,
Polifemo insaciable que nos va devorando.
Sobre las nueve cierra su ordenador. Acaba,
hoy como ayer, un día idéntico a mañana.

Opta por desandar, paseando, el camino
de regreso. La noche lo tienta con sus brillos,
con sus archisabidas promesas, que desoye
porque, por experiencia, sabe ya lo que esconden.
Una atractiva joven se le acerca y le pide
fuego... Quizás podría..., pero no se decide
a dar el paso. No, no está para esos juegos
que exigen entusiasmo, dedicación y un cierto
grado de confianza en uno y en su hombría
—bastante quebrantada, sin moral, distraída
con otras obsesiones—. Cruza el centro, rumiando,
en soledad ruidosa, lo absurdo de su estado.
Mientras la juventud, en los bares de moda,
se agita y bulle, pasa pensando en otra época,
en noches de aventura y deseo, interminables;
sabía allí la vida a lo que ya no sabe.

Ensimismado y lejos de todo, con su exilio
interior, llega a casa, cansado. Ya su hijo
duerme. Le deja un beso en la frente y se queda
a su lado un instante. En el salón, lo espera
su mujer. Se saludan con frialdad. —Su rostro
presagia la tormenta; se masca mar de fondo.—
Sin apartar los ojos de su labor, pregunta,
seca: «¿Qué has hecho hoy?» En la tele se anuncia
la panacea de todos los males. Le responde:
«Trabajar.» Ella dice que eso ya lo supone,
«pero ¿en qué?». Demasiado... ¿Cómo contar la nada,
el tedio, la rutina, la relación forzada,
forzosa?... «¿No comprendes que me paso los días
sola, que necesito que llegues y me digas
que existo y que te importo?... Estoy sola, ¿lo entiendes?»
Lo entiende, pero ¿y ella? ¿Comprende que la gente
no acompaña?... Se lanzan mutuamente reproches,
como dos enemigos defienden posiciones
encontradas, se dicen lo que tal vez no sienten,
sólo por humillarse, sólo por defenderse.
Sin control, la tormenta va subiendo de tono,
gritan, se desesperan, se amenazan... Y todo
¿por qué?, se lo pregunta más tarde, cuando ella,
llorando, se retira a la cama. ¿No era
esto lo que esperaba todo el día, el momento
de regresar a casa, a su isla, a su centro,
olvidarse del mundo, de sus trampas y pompas,
cerrar la puerta a todo, al menos unas horas?

De mal humor, nervioso, enciende un cigarrillo,
el último. Se lava los dientes, cierra grifos
y cerrojos, se pone el pijama y se acuesta.
Ella nota su roce y se da media vuelta.
Bastaría decir perdona, mas ninguno
de los dos quiere dar por perdido ese pulso
—tendrían que sentirse culpables, para ello,
y no hay culpables, sólo víctimas del enredo—.
Como dos enemigos, con sus dos soledades
de espaldas, se vigilan por si acaso uno hace
un gesto que propicie el encuentro, el abrazo,
la paz que ambos desean..., pero esperan en vano.
Lo que llega es el sueño, como una dulce tregua
de libertad, el sueño, la muerte por entregas.



Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950)

de su libro Ulises
Pre-Textos, 1996, Valencia

21 diciembre 2006

Desde entonces la tierra se quedó baldía y como en ruinas. Daba pena verla llenándose de achaques con tanta plaga que la invadió en cuanto la dejaron sola. De allá para acá se consumió la gente; se desbandaron los hombres en busca de otros "bebederos". Recuerdo días en que Comala se llenó de "adioses" y hasta nos parecía cosa alegre ir a despedir a los que se iban. Y es que se iban con intenciones de volver. Nos dejaban encargadas sus cosas y su familia. Luego algunos mandaban por la familia aunque no por sus cosas, y después parecieron olvidarse del pueblo y de nosotros, y hasta de sus cosas. Yo me quedé porque no tenía adonde ir. Otros se quedaron esperando que Pedro Páramo muriera, pues según decían les había prometido heredarles sus bienes, y con esa esperanza vivieron todavía algunos. Pero pasaron años y años y él seguía vivo, siempre allí, como un espantapájaros frente a las tierras de la Media Luna.

Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo (Sayula, Jalisco 1917 - Ciudad de México, 1986).

18 diciembre 2006

Pero permítame que me presente: Jean-Baptise Clamence, para servir a usted. Encantado de conocerlo. Pobablemente es usted un hombre de negocios, ¿no es así? ¿Más o menos? ¡Excelente respuesta! Y también muy cuerda, pues en todo somos siempre más o menos. Veamos, permítame hacer un poco el papel de pesquisante. Tiene usted más o menos mi edad, el ojo avezado de los cuarentones que, más o menos, están todos ya de vuelta. Va usted más o menos bien vestido, es decir, como lo hacemos en Francia, y tiene las manos suaves. ¡De manera que es más o menos un burgués! Pero ¡un burgués refinado! Que le choquen los pretéritos imperfectos de subjuntivo prueba doblemente su cultura. Primero, porque los reconoce, y luego porque le irritan los nervios. Por último veo que le divierto, lo cual, sin vanidad, supone en usted cierta amplitud de espíritu. De modo que, más o menos es usted..., pero ¿qué importancia tiene? Las profesiones me interesan menos que las sectas. Permítame que le haga dos preguntas y respóndalas únicamente en el caso de que no las juzgue indiscretas. ¿Tiene usted bienes de fortuna? ¿Algunos? Bien. ¿Lo compartió con los pobres? No. Entonces es lo que yo llamo un saduceo. Si no practicó las Escrituras, hay que reconocer que no ha progresado usted gran cosa. ¿No? Entonces, ¿conoce usted las Escrituras? Decididamente usted me interesa.


La caída (1956), de Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913; Le Petit-Villeblevin, Francia, 1960).
Traducción de
Alberto Luis Bixio.

15 diciembre 2006

EL OFICIO DEL POETA

Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.
Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.

La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.

José Agustín Goytisolo (Barcelona 1928 - 1999)

14 diciembre 2006

Gerardo y Cristina anoche en Yucatán.

Antes que nada, una buena cena mexicana (carnitas michoacanas de surtido y maciza, memelas de pastor y de bistec):














Cristina con su memela de pastor:














Tomando las cervezas en Slavia (de mis bares favoritos):














Cristina en Slavia:














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Nán, muchas gracias por el libro de Vila-Matas y la revista sobre tu bar! Excelente el dibujo en el que sales tú.

Miguel y Lara, gracias por el libro! Lara, Miguel me acaba de informar del incendio del almacén así que me siento honrado de tener una copia. Lo leeré con gusto!

Y gracias igual a Cristina por los libros de Javier Marías, y la visita corta pero intensa!

13 diciembre 2006


Walking Around

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Residencia en la tierra, de Pablo Neruda.

11 diciembre 2006

“De camino a Babadag", Andrzej Stasiuk
Sí, no es más que ese miedo, esa búsqueda, las huellas, las historias, que han de disimular la inalcanzable línea del horizonte. Una vez más se ha hecho de noche y todo se aleja, desaparece cubierto por el cielo negro. Estoy solo y me obligo a recordar todo lo sucedido, porque me atormenta el miedo al infinito. El alma se disuelve en el espacio como lo haría una gota en las profundidades del oceáno, y yo soy demasiado cobarde para creerlo, muy viejo ya para afrontar la pérdida, y creo que sólo a través de lo palpable es posible alcanzar el consuelo, que mi cuerpo no encontrará refugio mas que en el cuerpo del mundo. Deseo ser enterrado en todos aquellos lugares que visité y que aún me quedan por visitar. La cabeza entre las verdes colinas de Zemplén, el corazón en Transilvania, la mano derecha en Czarnohora, la izquierda en Spisska Bela, la vista en Bucovina, el olfato en Rãsinari, los pensamientos puede que por aquí... Así es como me lo imagino ahora, de noche, mientras el eco del torrente retumba en la oscuridad y el deshielo limpia las manchas que dejó la nieve. Recuerdo los viejos tiempos, cuando tantos y tantos se ponían en camino pronunciando nombres de ciudades lejanas, que sonaban a hechizos: París, Londres, Nueva York, Berlin, Sydney... Para mí sólo existían como marcas en el mapa, puntos rojos y negros perdidos entre los inmensos espacios verdes y celestes. No era capaz de sentir deseo por simples sonidos. Las historias atadas a ellos no eran más que ficción. Llenaban los huecos del tiempo, mataban el aburrimiento. En aquellos tiempos lejanos cualquier viaje se asemejaba a la huida. Olía a histeria y desesperación. (...)

Guisantes, “Casa de día, casa de noche”, de Olga Tokarczuk
No hace falta salir de casa para conocer el mundo- dijo Marta de pronto mientras pelábamos los guisantes en el escalón de su casa. Pregunté: ¿cómo?. Pensé que igual se refería a que bastaba con leer libros, ver el telediario, escuchar la radio Nowa Ruda, vagar por internet, ojear periódicos o participar en los cuchicheos de la tienda. Pero ella hablaba de lo vano de los viajes.

En los viajes te tienes que ocupar de ti mismo para poder salir adelante, tienes que observarte y comprobar si encajas en el mundo. Estás centrado en ti mismo, piensas en ti, cuidas de ti. En los viajes, antes o después, te topas contigo, como si fueses tú su objetivo. En tu propia casa simplemente eres, no tienes que luchar contra nada, ni intentar conquistar nada. No tienes que prestar atención a las conexiones ferroviarias ni a los horarios, puedes prescindir de las exaltaciones y de las decepciones. Te puedes colgar en una percha y es entonces cuando más puedes ver.

Dijo algo así y se quedó callada, Sus palabras me sorprendieron, porque Marta no conocía viajes más largos que hasta Wambierzyce, Nowa Ruda o Walbrzych.



Fragmento de El desencanto (1976), de Jaime Chávarri (Madrid, 1943), devastador documental sobre la vida, obra y decadencia de la saga Panero.

09 diciembre 2006

Sueños

La primera noche tuve un sueño inmóvil. Soñé que soy puro mirar, ver puro sin cuerpo ni nombre. Estoy suspendida muy por encima del valle, en un punto indefinido, desde el cual puedo verlo todo, o casi todo. Me desplazo en ese mirar, pero sigo en el mismo lugar. Es más bien el mundo que veo el que se rinde a mis ojos, se mueve, se aleja, para que pueda abarcarlo entero o fijarme sólo en los detalles. Así veo el valle, y la casa que se halla en su centro, pero no es mía la casa, ni tampoco el valle, porque a mi nada me pertenece, porque ni yo misma me pertenezco, porque ni siquiera existe un yo. Veo la ondulada linea del horizonte, que abraza el valle, veo el torrente agitado, turbio, que fluye entre sus colinas. Veo árboles anclados al suelo como si fueran animales unípedos, e inmóviles. La inercia de lo que veo es aparente. Si lo deseo, puedo atravesar las apariencias. Entonces veré, bajo la corteza, arroyos de agua y de jugos vitales, que circulan de un lado para otro, hacia arriba y hacia abajo. Bajo las tejas veré cuerpos de gente dormida, su inercia también es aparente- sus corazones palpitan con suavidad, susurra la sangre, sus sueños no son reales, porque puedo ver que no son más que trozos de imágenes palpitantes. Ninguno de esos cuerpos dormidos me es más cercano, ninguno me es más lejano. Simplemente los observo y me veo reflejada en la confusión de sus pensamientos oníricos- es entonces cuando descubro esa singular verdad. Que no soy más que una mirada, sin reflexión, juicio, ni pasiones. Y me doy cuenta de algo más- que puedo ver también a través del tiempo, que así como cambio mi punto de vista en el espacio, lo puedo hacer en el tiempo, como un cursor que recorre la pantalla por sí solo o ajeno a la existencia de la mano que lo guía. Sueño así una eternidad, o al menos eso me parece. No existe el antes ni el después, no espero tampoco la llegada de nada nuevo, porque nada puedo adquirir, nada puedo perder. La noche no acaba nunca. Nada ocurre. Ni siquiera el tiempo puede alterar lo que veo. Miro y no reconozco nada nuevo, ni tampoco olvido lo que ya he visto.

Así empieza el ecléctico libro "Casa de día, casa de noche" de Olga Tokarczuk, escritora en cuyos mundos me encanta habitar. Os recomiendo "Un lugar llamado Antaño", que es lo poco que podéis encontrar en español, aunque quizá esto no sea un club de lectura y me haya equivocado, por tanto, de táctica... hmmm...


08 diciembre 2006

Dos monos de Bruegel

Así es mi gran sueño del exámen de graduación:
Dos monos encadenados, sentados en una ventana.
Tras ella revolotea el cielo,
Chapotea el mar.

Me examino de historia de las personas.
Titubeo, vacilo,
Y sigo adelante.

Un mono clava en mí su mirada, escucha, irónico, mis respuestas
El otro dormita, o eso parece-
Mas cuando a la pregunta le sigue el silencio
Me secunda con el suave tintineo de sus cadenas.
Wislawa Szymborska (Kórnik, 1923)

05 diciembre 2006

Dos poemas para gente a la que le duele el corazón.

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El primero, dramático como el tango (aunque la poeta no sea argentina):

"Ya no"

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré donde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

-- Idea Vilariño, poeta uruguaya.

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Y el segundo, triste e irónico, justo como el Día de Muertos:

"Para los que llegan a las fiestas"

Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
pues uno no sabe bailar, y es triste;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de enterados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las noches se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados,
lo que no tendrán, los que puedan escucharme;
para los que están armados, escribo.

-- de Rubén Bonifaz Nuño, mexicano, del libro "Los trabajos y los días" (1956).

01 diciembre 2006

[...]

Una luna de navajazo escoltaba una caravana de nubes en fuga y de la ciudad subía la excitación de las noches de fiesta, cuando aún las mejillas de los hombres no raspan, las mujeres conservan su perfume y en el aire navegan las promesas de la noche como aviones haciendo cola para aterrizar.

[...]

"¿Adónde vamos?", quiso saber Marina, que aún sentía su mano esquiando sobre su cuerpo. Y Bernard le dio la única respuesta a la que ningún viajero se puede resistir: "Ya verás".

[...]

Ni siquiera supo en qué momento él le había cambiado al chófer la dirección. Aunque recordaba muy bien la ruta del aeropuerto -- el viajero se fija en lo que deja porque ya presiente la nostalgia --, nunca la había hecho pegada a la boca de un hombre. Ni que hubiese sido la última boca, el último hombre.

[...]

Tardaría en desmigajar toda esa primera vez, pero a cambio pudo ponerle un nombre a ese otro olor de Bernard que había estado echando de menos, y que al fin pudo nombrar como si fuese la última pieza de un rompecabezas de perfumes. Era el mismo olor de las sombras sobre la Sabana y el del fondo de los ojos del piloto, y lo dejaba a uno sin saber ni dónde estaba el sur. Resultaba difícil de reconocer, el olor del viaje, porque además cambia las cosas a su paso.

Ya verás, de Pedro Sorela (Bogotá, 1951)