25 julio 2008

A los chicos del Bremen, incluso a los más escépticos

No creíamos en el arte. Pero creíamos en la eficacia de la palabra, en el poder del signo. El poema o el cuadro eran exorcismos, conjuros contra el desierto, conjuros contra el ruido, la nada, el bostezo, el claxon, la bomba. Escribir era defenderse, defender a la vida. La poesía era un acto legítimo de defensa. Escribir: arrancar chispas a la piedra, provocar la lluvia, ahuyentar a los fantasmas del miedo, el poder y la mentira. Había trampas en todas las esquinas. La trampa del éxito, la del "arte comprometido", la de la falsa pureza. El grito, la prédica, el silencio: tres deserciones. Contra las tres, el canto.
En aquellos días todos cantamos.


Octavio Paz (1914-1998)
Fragmento del prólogo que escribió para el libro Ese puerto existe, de Blanca Varela.

12 julio 2008

El canto y la ceniza

EN VEZ DE PRÓLOGO

Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer –los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre, salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):
-¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
-Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.



Leningrado, 1 de Abril de 1957


Réquiem, Anna Ajmátova (Rusia, 1889-1966)


Así empieza la antología poética que reúne a Anna Ajmátova y Marina Tsvetái, una con Requiem y Poema sin héroe y otra con Poema del fin. Las dos poetas hablan de un dolor mudo de Rusia bajo el régimen stalinista. Un lamento a dos voces que resistió al exilio y al silencio más de 30 años para convertirse en memoria de su pueblo.


Las dos poetas fueron vejadas, calumniadas y maltratadas por el comunismo. Ajmátova lo soportó y, tras la muerte de Stalin, en 1953, fue rehabilitada, como otras miles de personas que habían sido perseguidas y encarceladas por motivos políticos. Fue incluso agasajada con premios y honores, especialmente en el extranjero; por ejemplo, en Oxford, en 1965, recibió el doctorado honoris causa, y volvió a encontrarse, después de veinte años, con su amigo Isaiah Berlin, ya convertido en uno los más grandes pensadores liberales de nuestra época.

Su obra, sin embargo, seguía estando oculta para millones de rusos. Nadie olvide que su grandioso Requiem no pudo ser publicado en Rusia hasta 1989, o sea, casi hasta la caída del Muro de Berlín. Resistió y algo ganó, quizá silencio y soledad; pero los verdaderos ganadores fuimos sus lectores, porque alcanzó a mostrarnos que también el sueño es tan poderoso como la primavera.

Imposible domesticar a la mítica Ajmátova. Poeta hasta el final. Poeta poderosa, porque pudo contar ética y estéticamente la terrible miseria material y moral que produjo el comunismo en el pueblo ruso. No quiso ampararse en "ningún cielo extranjero" para poder contar ese sufrimiento.

Marina Tsvetáieva, sin embargo, no pudo aguantar tanta miseria. Fusilaron a su marido, y su hija mayor fue enviada a un campo de concentración. Ella y su hijo fueron deportados, en 1941, a un lejanísimo pueblo tártaro. No lo soportó. Su gesto no podía ser más humano. Se suicidó.

El encuentro con su admirada Ajmátova queda muy bien reflejado en este libro. El 'Poema del fin', su principal obra, es un regalo de dioses, la más profunda confesión poética que yo conozco sobre el amor y el desamor en el siglo XX. Dos versos son la prueba:

Sin desmesura verbal,
el amor es sutura.


Poemario de amor. Poemario de muerte. Poemario civil. Poesía en su grado mínimo de abstracción. Poesía para sobrevivir con dignidad. Lean.

Yo estoy disfrutando. Y tanto.

10 julio 2008

[De la primera parte, Nadie se va a reír]


El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido.

Aquella noche pensé que estaba brindando por mis éxitos, sin tener la menor sospecha de que estaba celebrando la inauguración de mis fracasos.


Milan Kundera
El libro de los amores ridículos (1968)

(Traducción de Fernando de Valenzuela)