29 mayo 2007

Para mí es muy temprano, me fui a acostar de día, no consigo definir a aquel sujeto a través de la mirilla. Estoy atontado, no entiendo al sujeto allí parado con traje y corbata, con el rostro entumecido por la lente. Debe ser algo importante porque oí que el timbre sonó varias veces, una, camino de la puerta y por lo menos tres dentro del sueño. Voy adaptando la vista y empiezo a pensar que conozco aquel rostro de un tiempo distante y confuso. A no ser que llegara dormido a la mirilla y conozco aquel rostro de cuando aún pertenecía al sueño. Tiene barba. Puede ser que yo haya visto aquel rostro sin barba, pero la barba es tan consistente y áspera que parece anterior al rostro. El traje y la corbata también me incomodan. No conozco a mucha gente de traje y corbata, mucho menos con el cabello cayendo hasta los hombros. A las personas de traje y corbata que conozco las conozco detrás de una mesa, ventanilla, no son personas que vengan a llamarme a la puerta. Intento imaginar a aquel hombre bien afeitado y en mangas de camisa, no tengo en cuenta la deformación de la mirilla y sigue siendo alguien conocido pero muy difícil de reconocer. Y el rostro del sujeto así de frente y estático, enmaraña aún más mi juicio. No es propiamente un rostro, es más la identidad de un rostro, que difiere del rostro verdadero cuando más se conoce a esa persona. Aquella inmovilidad es su mejor disfraz, para mí.

Esta es, más vale tarde que nunca, la segunda entrega de escritos hechos por famosos no escritores.

Estorvo (1991), de Chico Buarque (Francisco Buarque de Hollanda, Río de Janeiro, 1944), cantante y compositor.
Traducción del portugués de Bethisa Benarif.

21 mayo 2007

La vida es dolorosa y decepcionante. Por lo tanto, es inútil escribir más novelas realistas. Ya sabemos a qué atenernos sobre la realidad en general; y pocas ganas nos quedan de saber algo más. La humanidad, tal cual es, ya sólo nos inspira una apagada curiosidad. Todas esas "observaciones" de una agudeza tan prodigiosa, esas "situaciones", esas anécdotas... Una vez cerrado el libro, no hacen más que confirmar una leve sensación de asco que ya alimenta bastante cuaquier día de "vida real".
Ahora escuchemos a Howard Phipillps Lovecraft: "Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada lobra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores".
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Necesitamos un antídoto supremo contra todas las formas de realismo.
Cuando uno ama la vida, no lee. Ni tampoco va mucho al cine.

Michel Houllebecq (Saint-Pierre, Isla de Reunión, 1958)
H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
Siruela, 2006
Traducción de Encarna Castejón


Poesía = belleza + ferocidad.

Subid el audio.

11 mayo 2007

Historia Natural

"...blocks of blackness..."
H. Melville

Para Marisol Robles.


Una espalda repentina, una sombra en
las ramas del árbol se confunde con sus
nidos. Juega la mano a que cruce el
viento por sus surcos, amarras de noche
en ausencia del velero. No el subra-
yado con que tu dedo índice acentúa el
aire, linde para ciegos entre una hoja y
otra, entre temblor y giro; no el asom-
bro de unas ruinas levantándose en lo
oscuro, la columna donde la transparen-
cia se permite la labor de una gresca sin
testigos.

.....El blanco aquí, en espera de la
flecha. Allá, las voces centro y pálpito,
punto de partida de tu reciente mirada.

.....Dime qué ves en la suposición
del árbol. Un sauce muestra cabellos
que se agitan desordenados ante su din-
tel que reverdece; el pino, un yelmo
triangular de luz que asciende para
nombrar al cielo "tierra firme".

....Secuoya, olmo, tule: árbol a secas,
sin vocales. Cinco colores se desaperci-
bidos mientras ves nacer una raíz, crecer
un tronco, morir un follaje como dicha
que busca la flor del eco que se abre.


- Hernán Bravo Varela (Ciudad de México, 1979).

04 mayo 2007

Un plato para el obispo, un plato triturado y amargo,
un plato con restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,
un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato para el obispo, un plato de sangre de
Almería.

Un plato para el banquero, un plato con mejillas
de niños del Sur feliz, un plato
con detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,
un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato negro, un plato de sangre de Almería.

Cada mañana, cada mañana turbia de vuestra vida
lo tendréis humeante y ardiente en vuestra mesa:
lo apartaréis un poco con vuestras suaves manos
para no verlo, para no digerirlo tantas veces:
lo apartaréis un poco entre el pan y las uvas,
a este plato de sangre silenciosa
que estará allí cada mañana, cada
mañana.

Un plato para el Coronel y la esposa del Coronel,
en una fiesta de la guarnición, en cada fiesta,
sobre los juramentos y los escupos, con la luz de vino de la madrugada
para que lo veáis temblando y frío sobre el mundo.

Sí, un plato para todos vosotros, ricos de aquí y de allá,
embajadores, ministros, comensales atroces,
señoras de confortable té y asiento:
un plato destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,
para cada mañana, para cada semana, para siempre jamás,
un plato de sangre de Almería, ante vosotros, siempre.


Almería, de Pablo Neruda (1904, Parral, Chile - 1973, Santiago de Chile) de su libro España en el corazón - Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1938).

01 mayo 2007


LOS ESCOLLOS DE POLIFEMO

De lejos, la línea de la isla se asemejaba a las playas de la nada, inmersa como estaba en las tinieblas. Sin luna, sin estrellas, sin que siquiera una ola rompiera blanco contra los escollos. Más valiera no haber atracado en aquella noche silenciosa, en aquella noche que vio la muerte de los dioses y el nacimiento de la ambigüedad del Lógos. Sólo que él, el capitán, no era gente corriente. Hacía poco había asolado con sus solas fuerzas una ciudad inexpugnable y ahora que estaba de vuelta tenía tiempo para pensar en sí mismo y en sus deseos de visitar lo desconocido. Dejó una parte de la tripulación guardando el barco y con el resto de los compañeros bajó a la playa de esa isla que parecía haber nacido antes del mundo.
No había campos cultivados ni casas: ni rastro de ciudad en aquel lugar, semejante al corazón de la nada. No fue difícil la subida, salvo por el peso del enorme odre lleno de vino rojo purísimo, que fatigaba el andar. Se palpaba el miedo, y sin embargo una chispa extraña brillaba en los negros ojos del capitán, convertidos en mirada desafiante al hacerse visibles las enormes curvas, abismos nocturnos horadando la roca. Para una mente sedienta, ¿qué mayor atractivo que lo ignoto? «Veamos quién habita esas cavernas», dijo el capitán a la turbada tripulación. Al entrar, la vista fue espantosa. Un lecho enorme, un penetrante olor a muerte, el tufo del ganado y, esparcidos por aquí y por allá, restos de seres un tiempo vivos. Por un breve espacio de tiempo, mientras esperaban sin saber qué, se dieron al reposo. Súbitamente apareció el Ser, monstruoso, guiando su rebaño. Gigantesco, inconcebible y con un solo ojo. Y es que el Dios, en el origen, es Ojo omnividente mensurador de todo espacio; Ojo que, viendo, sabe del último y del primer horizonte. Los vio. No se preguntó quiénes eran aquellas insignificantes criaturas. Los vio y habló. Al Capitán, le preguntó quién era y por qué había llegado hasta la gruta del dios.
Decir el nombre es revelar la esencia, resolver el enigma de la Identidad. Por eso, el Capitán no dijo su nombre. «Somos hombres perdidos en su camino de vuelta. Acoge empero nuestros hospitalarios dones y respeta a quien visita tu casa divina». No tuvo tiempo de continuar, pues el horror que vio y oyó le cortó la respiración. El Dios de un solo ojo cogió como si de hierba se tratase a dos compañeros y los devoró con sus monstruosas mandíbulas. Ni siquiera un grito, sólo el ruido de huesos triturados y de almas perdidas. El Capitán comprendió que tenía delante al Dos del origen, al alma antigua de lo divino, que come y mata, que ama destruir al hombre, y comprendió que todo estaba perdido a menos que sucediera algo nuevo, algo completamente humano, incomprensible para el dios. Pero, ¿cómo abatir la potencia originaria de dios? Se encontraban prisioneros, la enorme roca había cerrado la salida y las vías de la luz, solos contra una energía físicamente invencible.
Pero el Capitán no tenía miedo. Guardaba en su mente, siempre activa, un poder más fuerte que el poder divino, un arma más devastadora aún que la Naturaleza. En él estaba el Lógos, el cuchillo de doble filo de la palabra. Había llegado el momento de demostrar que la doblez del Lógos era más fuerte que la compacta seguridad del Nombre. La hora del desafío final, del Lógos contra el nombre; en juego, la propia muerte de los dioses: «Me has preguntado antes el nombre, ¡oh criatura terrible y obscena! Ninguno es mi nombre, así me llaman el padre y la madre y los compañeros». Sonrió el primer dios, sin saber que era la sonrisa de su muerte, y respondió —sin saber que aquella respuesta señalaba el ocaso de todos los dioses y su caída del cielo—: «Entonces a ninguno me comeré el último» ¿Cómo podía entender el gigante del solo ojo que su frase significaba separar para siempre el Nombre de la esencia?, ¿que, privado de la esencia, el nombre no era nada, y que en nada se convierten los dioses sin la certeza del nombre? Porque esa respuesta significaba dos verdades, a saber: que a Ninguno se comería el último, y que nunca más devoraría a ninguno. Se abrió, pues, el terrible abismo de la Ambigüedad, y la palabra que significa siempre dos cosas comenzó su obra de demolición del Nombre que se limita a significar una cosa. El Lógos inventó la Diferencia, y en la vorágine de la diferencia fueron engullidos todos los dioses.
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Este hermoso, literariamente, texto que inicia el artículo, tiene además un sentido profundo que quizá explique el por qué y el cómo fue el origen de la Literatura que tanto nos interesa a los que por aquí andamos. O dicho de otra manera más humilde, solamente una explicación más del mito.

Nº 20 de la revista Sileno, de Abada Ediciones, artículo Sicilia Anima Mundi, lugares figuras e imágenes de la Isla-Mito, de Salvatore Lo Bue, Profesor de Poética y Retórica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Palermo. Traducción de Mercedes Sarabia.