25 enero 2008

¡Es asombrosa la perfección en la entrega de algunas mujeres inteligentes, porque ellas solas saben anular la inteligencia y meterla en la carne en el momento preciso!


Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999)
Quizá nos lleve el viento al infinito (1984)

22 enero 2008

Los lazos conyugales (1)

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Sigues conmigo porque ya no queda nadie más que yo que recuerde tu belleza. Sólo yo tengo en mis ojos viejos tus ojos jóvenes.

Carlos Fuentes (Panamá, 1928)
Todas las familias felices, 2006
Alfaguara

18 enero 2008

MI PLANTA DE NARANJA-LIMA

- Mira, tío, cuando yo era pequeñito pensaba que tenía un pajarito aquí adentro y que cantaba. Era él quien cantaba.
-Ajá! Es una maravilla que tengas un pajarito así.
- No entendiste. Pasa que ahora ando medio desconfiado de ese pajarito. ¿Y cuando hablo y veo por dentro?
Entendió y se rió de mi confusión.
- Voy a explicarte, Zezé. ¿Sabes lo que es eso? Eso significa que estás creciendo. Y creciendo, esa cosa que dices que habla y ve se llama pensamiento. El pensamiento es lo que hace aquello que una vez yo dije que tendrías muy pronto...
- ¿La edad de la razón?
- Es muy bueno que te acuerdes. Entonces sucede una maravilla. El pensamiento crece, crece y toma por su cuenta toda nuestra cabeza y nuestro corazón. Viven en nuestros ojos y en todos los momentos de nuestra vida.


Mi planta de naranja-lima, José Mauro de Vasconcelos. Editorial El Ateneo, 2005 (45ª edición)

11 enero 2008

¿He mencionado que, cuando tenía quince años, me la saqué de la bragueta y empecé a masturbarme en el autobús 107 de Nueva York?
Había sido obsequiado con un día perfecto por mi hermana y Morty Feibish, su novio, seguido después por una cena de mariscos en Sheepshead Bay. Un día exquisito. Hanah y Morty se quedaban a pasar la noche en Flatbush, con la familia de Morty, así que me metieron en el metro hasta Manhattan a eso de las diez, y allí subí al autobús para New Jersey, una vez en el cual tomé en mis manos no sólo el pene sino toda mi vida, cuando piensa uno en ello. La mayoría de los pasajeros estaban dormitando antes de que saliéramos del túnel Lincoln, ncluyendo la muchacha que ocupaba el asiento de al lado del mío, los pliegues de cuya falda de tartán había empezado yo a apretar con la pana de las perneras de mis pantalones, y para cuando empezamos a subir por la Pulaski Skyway yo tenía ya la verga sacada y agarrada con el puño.
Philip Roth (New Jersey, 1933), El lamento de Portnoy.

08 enero 2008

La literatura: oral y real

Santiago Alba Rico vivía en El Cairo cuando nació en 1992 su hija Lucía. En una de estas sesiones interminables de gritos, el padre primerizo tomó al bebé en una mano y en la otra la Divina Comedia y, a grandes zancadas, comenzó a desgranar en voz alta los versos de Dante: «La combinación tuvo un efecto ansiolítico inmediato, para ella y para mí, y pocos minutos después pude seguir leyendo sentado al lado de la cuna», cuenta el filósofo en Leer con niños (Caballo de Troya). A partir de entonces, utilizó para tranquilizar a la niña la lectura, «la más dura de las drogas». Cuando nació su segundo hijo, la lectura en voz alta se había extendido a los viajes, las siestas frustradas de las vacaciones o las salas de espera del dentista. Los mitos griegos, personajes creados para ellos y obras indispensables que van desde Herodoto a Carson McCullers, cayeron y siguen cayendo en esas lecturas familiares. Ahora la familia vive en Túnez y anda enfrascada con Kafka.

«No hay peligro en tomarse en serio las novelas porque cuando uno se toma en serio la ficción esa seriedad se proyecta a otras cosas. El peligro es cuando no se toma en serio la realidad y todo se convierte en pasatiempo, como el hecho de estar viendo una información sin distinguir entre las torturas en Abu Ghraib y la Pasarela Cibeles».

[En el reportaje-entrevista realizado por Amelia Castilla a Santiago Alba Rico aparecido en el número 841 de Babelia, El País, sábado 5 de enero de 2008].

04 enero 2008

Crucé el pasillo. Pensaba: ¿Y si encontrase mi libro ahí, en su mesa de trabajo? Entonces, de pronto, me di cuenta de lo extraño de la situación: yo con su chaqueta, mi libro en su mesa. Él con mis ojos, yo con sus zapatillas.

Lo único que quería era una prueba de que él lo había leído.

Me senté en su silla, ante la máquina de escribir. La casa estaba fría. Me ceñí su chaqueta. Me pareció oír una risa, pero me dije que era sólo el bote que crujía con la tormenta. Me pareció oír pasos en el tejado, pero me dije que era sólo algún animal en busca de comida. Hice oscilar el cuerpo, como hacía mi padre cuando rezaba. Mi padre me dijo una vez: "Cuando un judío reza hace a Dios una pregunta que nunca se acaba".

Caía la tarde. Caía la lluvia.

No pregunté a mi padre: ¿qué pregunta?

Y ahora ya es tarde. Porque te perdí, tateh. Un día de primavera de 1939, un día de lluvia que dejó paso a un claro en las nubes, te perdí. Habías salido a recoger especímenes para una teoría que estabas urdiendo acerca de la lluvia, el instinto y las mariposas. Y entonces te fuiste. Te encontramos tumbado bajo un árbol, con la cara salpicada de barro. Comprendimos que ya eras libre, libre del pesar de unos resultados decepcionantes. Y te enterramos en el cementerio en que estaba enterrado tu padre, y su padre, a la sombra de un castaño. Tres años después perdí a mameth. La última vez que la vi llevaba un delantal amarillo. Metía cosas en una maleta, la casa estaba revuelta. Me dijo que fuese al bosque. Me dio un paquete de comida y me dijo que me pusiera el abrigo, a pesar de que estábamos en julio. "Vete", me dijo. Yo ya era muy mayor para obedecer sin rechistar, pero obedecí como un niño. Me dijo que ella iría al día siguiente. Quedamos en encontrarnos en un lugar del bosque que conocíamos los dos. El nogal gigante que tanto le gustaba a tateh, porque decía que tenía cualidades humanas. Me fui sin despedirme. Quería creer que así era más fácil. Estuve esperándola. Pero. Ella no vino. Desde entonces he vivido con el remordimiento de haber comprendido, cuando ya era tarde, que ella pensaba que sería una carga para mí. Perdí a Fritzy. Estaba estudiando el Vilna, tateh... alguien que conocía a alguien que conocía a alguien me dijo que lo habían visto por última vez en un tren. Perdí a Sari y Hanna por los perros. Perdí a Herschel por la lluvia. Perdí a Josef por una grieta del tiempo. Perdí el sonido de la risa. Perdí unos zapatos que me quité para dormir, los zapatos que me había dado Herschel habían desaparecido cuando desperté, anduve descalzo varios días hasta que me rendí y robé los zapatos a otro. Perdí a la única mujer a la que quise amar en mi vida. Perdí años. Perdí libros. Perdí la casa en que nací. Y perdí a Isaac. Así pues, ¿quién me asegura que, por el camino, sin darme cuenta, no he perdido también la razón?



La historia del amor (2.005), de Nicole Krauss (EEUU, 1.974)

02 enero 2008

Últimas notas de Thomas F. para la humanidad

(foto de Tom Sandberg, incluida en la solapa)

[de La Aglomeración]

El mundo está lleno de insensatez y confusión, la falta de libertad tiene profundas raíces, la esperanza de igualdad está disminuyendo, la fuerza superior es demasiado grande, eso parece. Tenemos que estar contentos con lo bien que vivimos, dice la gente, la mayoría vive peor. Y luego toman pastillas contra el insomnio. O contra la depresión. O contra la vida.


[de En la Peluquería]

De modo que me vestí y salí a la calle. No había exagerado, tardé mucho; jamás he oído hablar de nadie que ande tan despacio como yo, es una lata, hubiera preferido ser sordomudo. Porque ¿qué hay que merezca ser escuchado?, y ¿por qué hablar?, ¿quién escucha?, y ¿hay algo más que decir? Si, hay más que decir, pero ¿quién escucha?


Kjell Askildsen (Mandal, Noruega, nacido en 1929)
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad
Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo
Editorial Lengua de Trapo