25 marzo 2007

Robar

¿La cosa más rara que he robado en mi vida? Un muñeco de nieve.
Media noche. Era magnífico; un hombre mudo, alto y blanco
bajo la luna de invierno. Lo quería: un compañero
con una mente tan fría como la placa de hielo
de mi cerebro. Empecé por la cabeza.

Mejor morir que ceder, que no conseguir
lo que quieres. Pesaba un quintal; el torso,
rígido de hielo, apretado contra mi pecho, un fiero helor
punzándome el estómago. Parte de la emoción era saber
que los niños llorarían al día siguiente. La vida es dura.

A veces robo cosas que no necesito. Conduzco coches robados
a ninguna parte por placer, me meto en las casas sólo para mirar.
Soy un fantasma asqueroso, dejo todo enramblado, a veces
me llevo una cámara.
Me miro la mano enguantada girando el pomo.
El dormitorio de un extraño. Espejos. Suspiro así: Aah.

Me llevó un rato. Lo volví a montar en el jardín,
no parecía el mismo. Cogí carrerilla
y le pegué una patada. Y otra. Y otra. Se me deshizo
el aliento en harapos. Ahora tiene un aspecto estúpido. Así me quedé
solo entre montones de nieve, harto del mundo.

Aburrimiento. Básicamente, estoy tan aburrido que podría comerme a mí mismo.
Una vez, robé una guitarra y pensé
que podría aprender a tocar. Otra vez mangué un busto de Shakespeare
para darle latigazos, pero el muñeco de nieve ha sido lo más raro de todo.
¿No entiendes una palabra de lo que estoy diciendo, verdad?



Extranjero

Imagina vivir en una ciudad extraña y oscura durante veinte años.
En la zona este hay algunas viviendas lúgubres
y una de ellas es la tuya. Desde el descansillo oyes
el eco de tu acento extranjero, escaleras abajo. Piensas
en tu propio idioma y hablas en el de ellos.

Después, escribes una carta a casa. La voz de tu cabeza
recita la carta en un dialecto local; detrás
está el sonido de tu madre cantándote,
hace todo ese tiempo, y ahora no sabes
por qué tus ojos se humedecen y cómo se dice
eso.

Usas el transporte público. Trabajas. Duermes. Imagina que una
noche
viste tu nombre pintado en espray rojo
sobre un muro de ladrillo. Un nombre de odio. Rojo como la sangre.
Nieva en las calles, bajo las luces de neón,
como si este lugar se estuviera cayendo a pedazos ante tus ojos.

Y en la tienda de delicatessen, a veces, las monedas
no se quieren traducir en la palma de tu mano. Balbuciente,
porque ésta no es tu casa, señalas la fruta. Imagina
que uno de vosotros dice Yo no sabe qué dice estas personas.
Parece todo el día van a cama y soñar.
Imagínatelo.

CAROL ANN DUFFY (Glasgow, 1955)
Vender Manhattan (1987)
Traducción de Miguel Marqués

6 comentarios:

NáN dijo...

Paralelo 49 y tú me dais la bienvenida rompiendo ese hielo que se me forma en los viajes alrededor de los ojos.

Tendría que haber un millón de poetas en el mundo: un millón de poetas pensando por nosotros, diciendo las cosas a riesgo de sucumbir, de sucumbir ellos para que nosotros no.

Carol Ann, ¿no? ¡¡fiuu!!

Esta joven señora Duffy es muy buena y muy directa y me enternece. (Uno de los hielos que se me había formado con la punta hacia dentro y me estaba haciendo daño creo que se está derritiendo).

Y del traductor, ¿qué voy a decir, si formamos un mismo equipo? ¿Acaso pensáis que elijo a cualquiera?

Lara dijo...

¡Me alegro de que te guste, Nán!

Yo leí anoche varios poemas de ella traducidos por Miguel, y quedé muy sorprendida, incluso se hicieron comparaciones que ya comentaremos.

No sabía cuáles poner. De los pocos que conozco, tengo varios preferidos.

¿Cómo van las gotitas de ese hielo que se derrite?

Anónimo dijo...

¡Ah, gracias por preguntar por el hielo! (de gotas hay conversación abierta donde Reb).

Pues Miguel va a tener que ir enseñando más, ¿no te parece? El del robo es de los que estás apapuchao y te cambia la onda. De verdad, no bromeaba al decir que nos hacen falta tantos poetas, de diversos estilos, fanfarronerías, metafísicas, lenguajes...

Anónimo dijo...

Leyendo "Robo" recordé a Boris, un personaje de Los caminos de la libertad de Sartre.

Cito: Hasta ese momento, no había obtenido ningún provecho material de sus empresas: no contaba para nada el poseer diecisiete cepillos de dientes, una veintena de ceniceros, una brújula, un encendedor y un huevo de coser medias. Lo que tomaba en consideración en cada caso era la dificultad técnica. Valía más como la semana precedente, robar una cajita de regaliz Blackoid bajo los ojos del farmacéutico, que una cartera de marroquí en una tienda desierta. El provecho del robo era completamente moral; en este punto Boris se sentía completamente de acuerdo con los antiguos espartanos: era una ascesis.

Anónimo dijo...

¡Aysssssss! Quise escribir "Robar" y escribí "Robo".

Anoto CAROL ANN DUFFY.
Gracias, Lara.

Lara dijo...

¡Gracias a vosotros! ¡Y a Miguel, sobretodo!