30 mayo 2010

Juan Yanes me enreda

A Gemma


Enredados.- Pertenezco a un red de redes que utiliza modelos rizomáticos deleuzianos para interactuar virtualmente con un entramado de nódulos sociales, los cuales, a su vez, están insertos en una retícula que se expande sobre una malla de relaciones que tiende a +/- infinito y que promueve la transferencia del conocimiento y la comunicación en un proceso de construcción colectiva. O sea, estoy más solo que la una.

Juan Yanes, http://eloscuroborde.wordpress.com/

17 mayo 2010

Mi encuentro con Felisberto

(Para Nano)


Yo nunca tuve mucha confianza en mi cuerpo, ni siquiera mucho conocimiento de él. Mantenía con él algunas relaciones que tan pronto eran claras u oscuras; pero siempre con intermitencias que se manifestaban en largos olvidos o en atenciones súbitas. Lo conocían más los de mi familia. En casa lo habían criado como a un animalito, le tenían cariño y lo trataban con solicitud. Y cuando yo emprendía un viaje me encargaban que lo cuidara. Al principio yo iba con él como con un inocente y me era desagradable tener que hacerme responsable de su cuidado. Pero pronto me distraía y era feliz. En mi casa podía estar distraído mucho tiempo: ellos me cuidaban el cuerpo y yo podía enfrentarme a lo que me llegaba a los ojos: los ojos eran como una pequeña pantalla movible que caprichosamente recibía cualquier proyección del mundo. Y también podía entregarme a lo que me venía a la cabeza, que también eran recuerdos de los ojos o inventos de ellos. Esto lo podía hacer hasta cuando caminaba, porque si me dirigía adonde no debía, en mi casa se ponían delante o abrían los brazos y mi cuerpo se daba vuelta y se iba para otro lado. Estando lejos de mi casa mi cuerpo podía tirarse a un abismo y yo irme con él: lo he sentido siempre vivir bajo mis pensamientos. A veces mis pensamientos están reunidos en algún lugar de mi cabeza y deliberan a puertas cerradas: es entonces cuando se olvidan del cuerpo. A veces el cuerpo es prudente con ellos y nos los interrumpe: se limita a mandar noticias de su existencia cuando está cansado, cuando está triste o cuando le duele algo. Yo no sé quién lleva estas noticias ni qué caminos ha tomado para llegar a la cabeza. El recién llegado llama suavemente, empuja la puerta donde los pensamientos están reunidos, e inmediatamente el que va se transforma en otro pensamiento: este se entiende con los demás y da la noticia: allá lejos, en un pie, una uña está encarnada. Al principio los otros pensamientos no hacen caso al recién llegado, le dicen que espere un momento y hasta se enojan con él; pero el recién llegado insiste, y los otros tienen que suspender la reunión de mala gana y hacer otra cosa: tienen que volverse otros pensamientos y preocuparse del cuerpo. El cuerpo, a su vez, tiene que molestar a todas las demás regiones; entonces todo el cuerpo se levanta, va rengueando a calentar agua, la pone en una palangana y por último mete adentro la uña encarnada. Después vuelven los pensamientos a ser otros, a ser los que estaban reunidos a puerta cerrada y se olvidan del cuerpo y de la uña que ha quedado dentro de la palangana.

Felisberto Hernández (Montevideo, Uruguay, 1902-1964)
Extracto del cuento "Tierras de la memoria", recogido en este caso en Cuentos reunidos, editorial Eterna Cadencia, 2009.

05 mayo 2010

Alberto Manguel y la invisibilidad

«Cocteau en su diario: "Me parece que la invisibilidad es la condición esencial de la elegancia".

Jueves

Al final, dice Chateaubriand, nada perece: "Mi fidelidad a la memoria de mis antiguos amigos debería dar confianza a los amigos que me quedan: para mí, nada desciende a la tumba; todo lo que he conocido vive en torno a mí: según la doctrina india, la muerte, al tocarnos, no nos destruye, solo nos vuelve invisibles".»

Alberto Manguel, Diario de lecturas, Alianza Editorial, 2004; título original, A Reading Diary; traducción de José Luis López Muñoz.

17 abril 2010

Cartas

A Josefina Manresa

(Carta 227)

Penal de Ocaña, 27 de febrero de 1941

Mi querida esposa: Magdalenas, pan de higo, carta y fotografía están conmigo, lo que puedes estar, que lo demás se ha ido por donde se habría de ir. Las magdalenas, superiores, y los roscos, me recuerdan a aquel pan que hacías cuando nos juntábamos en la otra casa. La fotografía, aunque es mala, no la rompo. Con ella me hago idea de cómo estáis mi hijo y tú. Se ve muy bien que Manolillo está fuerte y hermoso y alto. Tiene una cabeza muy bonita, redonda, con tus ojos y tu boca, y tus orejas, y sigue pareciéndose menos en la forma de la cara, que es mía. Me gusta, me alegra verte así, veo que le cuidas y, en cambio, tú te descuidas por completo. A ti te encuentro bastante cambiada, Josefina. Se te ha ido aquella expresión de chiquilla que tenías y se nota en todos tus rasgos un gesto de mujer madura. Estos años últimos te han hecho mujer a fuerza de combatirte. Además, estás más delgada. Hay que reponerse, hija. Supongo ya no podrás llevar en brazos a ese cachalote de niño, que pesará ya más de 15 kilos. Y si no te repones llegará pronto el día en el que haya él de llevarte a ti, si yo no voy antes. Nena, no creo marche tu negocio de harinas tan bien que permita enviar con frecuencia paquetes como los dos que me has enviado. Faltan hacen, pero más a ti que a mí. Si Vergara te hubiera enviado el dinero, menos mal. Pero con tan poca cosa como son 25 duros y lo que tú ganas, que no será mucho, no debes enviarme nada. Y mira, nena, que te lo digo con todo el dolor de mi cucharón, porque las magdalenas me han gustado, pero los roscos más. Además, las magdalenas son artículo de lujo para estos tiempos y el estómago, cuando se le da un bocado fino, protesta, sobre todo cuando está acostumbrado a la zanahoria y la berza cocidas. Cuando recibas otra vez dinero de Madrid, me harás otra vez roscos, pero pruébalos y manda uno a medio comer por mi niño y por ti. Y me gustará más que los otros. Sabrás he escrito a Vicente y también le digo que la solicitud está en el Consejo Superior de Justicia Militar. Ya te he dicho que los juguetes los llevará la tía. De salir no hablemos por ahora. Tengo esperanzas, las de todos y algunas más, pero nada concreto. Ya te diré cuando sepa algo, Josefina. De diversiones anda esto mal. Los libros son la única diversión posible. Y los libros me aburren a ratos. No espero divertirme más que cuando estemos mi hijo, tú y yo juntos. Me distraigo fumando cuando tengo tabaco y paseando por el patio con los compañeros cuando hace buen tiempo, que no lo hace nunca. El pelo, que me ha crecido un poco, voy a seguir dejándole crecer hasta ver si vienes esta primavera. Si no, ya sabes: al rape otra vez. Hasta que no agote todas las posibilidades que encuentre para que vengas a Madrid, no me doy por vencido, Josefina. Os abraza y quiere FernandoJosefina Manolillo, JosefinaMiguel y MIGUEL.




Última carta de Miguel Hernández desde el Reformatorio de adultos de Alicante (sin fecha)



Miguel Hernández
OBRAS COMPLETAS
Poesía/Prosa/Teatro/Correspondencia
Edición de 2010. Espasa
Año del centenario de su nacimiento.

08 marzo 2010

La Universidad Desconocida

MI CARRERA LITERARIA

Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad
también Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik,
Seix Barral, Destino... Todas las editoriales... Todos los lectores...
Todos los gerentes de ventas...
Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro
para verme a mí mismo:
como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.
Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.
Escribiendo con mi hijo en las rodillas.
Escribiendo hasta que cae la noche
con un estruendo de los mil demonios.
Los demonios que han de llevarme al infierno,
pero escribiendo.

Octubre de 1990

*****


Esperas que desaparezca la angustia
Mientras llueve sobre la extraña carretera
En donde te encuentras

Lluvia: sólo espero
Que desaparezca la angustia
Estoy poniéndolo todo de mi parte


La Universidad Desconocida, Roberto Bolaño, Anagrama.

10 febrero 2010

Bienvenido, Bob


Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra "mi señora"; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.

Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre.

No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables.

Bienvenido, Bob. Juan Carlos Onetti.

02 febrero 2010

El pez plátano

Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó hacia delante. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer.
Cuando el flotador estuvo nuevamente inmóvil, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó:
-Acabo de ver uno.
-¿Un qué, amor mío?
-Un pez plátano.
-¡No, por Dios!-dijo el joven-. ¿Tenía algún plátano en la boca?
-Sí -dijo Sybil-. Seis.
De pronto, el joven tomó uno de los mojados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta.
-¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volviéndose.
-¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te has divertido bastante?
-¡No!
-Lo siento -dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo.
-Adiós -dijo Sybil, y salió corriendo hacia el hotel.
El joven se puso el albornoz, cruzó bien las solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaladizo y se lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.
En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia- entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada.
-Veo que me está mirando los pies -dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha.
-¿Cómo dice? -dijo la mujer.
-Dije que veo que me está mirando los pies.
-Perdone, pero casualmente estaba mirando el suelo -dijo la muier, y se volvió hacia las puertas del ascensor.
-Si quiere mirarme los pies, dígalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.
-Déjeme salir, por favor -dijo rápidamente la mujer a la ascensorista.
Cuando se abrieron las puertas, la mujer salió sin mirar hacia atrás.
-Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso, por favor.
Sacó la llave de la habitación del bolsillo de su albornoz.
Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha.
"Un día perfecto para el pez plátano", Nueve cuentos, Alianza Editorial, J. D. Salinger.