27 diciembre 2006

Como cuando, de niño, volvía al internado
tras el sueño feliz y libre del verano,
se despierta cansado, de mal humor, con ese
viejo regusto a estafa. Desayuna y enciende,
entre molestas toses, el primer cigarrillo
—le hace daño, lo sabe, lo tiene prohibido,
pero se dice de algo hay que morir—. Qué importa
un poco de veneno más, si la vida es corta,
por mucho que se estire, y está ya envenenada.
La vida, este inútil trabajo, esta batalla
a muerte y sin descanso, que le obliga a lanzarse
un día más, sin ganas ni ilusión, a la calle.

Ante sí, otra mañana, calcada, repetida,
agobiante y penosa como una cuesta arriba,
que hay que salvar. Lo mira con desdén la portera.
Un vecino lo esquiva..., mejor. Mientras espera
el autobús o un taxi, le asalta la pregunta
de siempre, inevitable: «¿qué hago aquí?». Sin duda,
nada, o apenas nada que merezca el esfuerzo.
—Por momentos, envidia esa paz de los muertos.—
Se eterniza el camino en múltiples atascos
que son como la imagen a escala del gran caos
de este final de siglo, febril y cambalache,
que oculta sus miserias con elegantes trajes
y juguetes de lujo. Con fingido entusiasmo,
lo recibe un colega al llegar al despacho.
Se acomoda y reanuda el trabajo pendiente.
«A las doce —le anuncian— reunión con el jefe.»
Redactar un proyecto, escribir unas cuñas
para un nuevo producto de belleza, que nunca
podrá lograr que nadie sea más bello por dentro
ni más feliz, por más que nos prometa sueños.
El tedio de mentir, el asco de saberse
cómplice de este burdo rey Midas que convierte
en mercancía todo lo que tocan sus manos.
Mas el banco no espera —se cobra lo prestado,
con usura y con creces—. La trampa es tan grosera
que sueña echarse al monte, pero ya no es quien era.

Consulta su reloj. Entre una cosa y otra
—reuniones, proyectos— va llegando la hora
de comer. Se despide hasta luego. En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.

Le queda tiempo aún para estirar las piernas
antes de proseguir. Un canto de sirenas
lo llama desde un cutre salón recreativo
y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo.
Sólo para tentar su suerte o sentir algo,
un poco de emoción, como quien bebe un trago,
se deja seducir por una tragaperras
que, al cabo, le confirma que todo es una mierda.
En fin, otra razón de más, otro motivo
para pensar en serio en un remate digno,
pero la vida, astuta, sabe jugar sus cartas;
hacerle eso a su hijo sería una putada.
Hay que seguir. La tarde no ofrece nada nuevo:
proyectos, reuniones... En resumen, el tedio
de mentir, de saberse cómplice del mercado,
Polifemo insaciable que nos va devorando.
Sobre las nueve cierra su ordenador. Acaba,
hoy como ayer, un día idéntico a mañana.

Opta por desandar, paseando, el camino
de regreso. La noche lo tienta con sus brillos,
con sus archisabidas promesas, que desoye
porque, por experiencia, sabe ya lo que esconden.
Una atractiva joven se le acerca y le pide
fuego... Quizás podría..., pero no se decide
a dar el paso. No, no está para esos juegos
que exigen entusiasmo, dedicación y un cierto
grado de confianza en uno y en su hombría
—bastante quebrantada, sin moral, distraída
con otras obsesiones—. Cruza el centro, rumiando,
en soledad ruidosa, lo absurdo de su estado.
Mientras la juventud, en los bares de moda,
se agita y bulle, pasa pensando en otra época,
en noches de aventura y deseo, interminables;
sabía allí la vida a lo que ya no sabe.

Ensimismado y lejos de todo, con su exilio
interior, llega a casa, cansado. Ya su hijo
duerme. Le deja un beso en la frente y se queda
a su lado un instante. En el salón, lo espera
su mujer. Se saludan con frialdad. —Su rostro
presagia la tormenta; se masca mar de fondo.—
Sin apartar los ojos de su labor, pregunta,
seca: «¿Qué has hecho hoy?» En la tele se anuncia
la panacea de todos los males. Le responde:
«Trabajar.» Ella dice que eso ya lo supone,
«pero ¿en qué?». Demasiado... ¿Cómo contar la nada,
el tedio, la rutina, la relación forzada,
forzosa?... «¿No comprendes que me paso los días
sola, que necesito que llegues y me digas
que existo y que te importo?... Estoy sola, ¿lo entiendes?»
Lo entiende, pero ¿y ella? ¿Comprende que la gente
no acompaña?... Se lanzan mutuamente reproches,
como dos enemigos defienden posiciones
encontradas, se dicen lo que tal vez no sienten,
sólo por humillarse, sólo por defenderse.
Sin control, la tormenta va subiendo de tono,
gritan, se desesperan, se amenazan... Y todo
¿por qué?, se lo pregunta más tarde, cuando ella,
llorando, se retira a la cama. ¿No era
esto lo que esperaba todo el día, el momento
de regresar a casa, a su isla, a su centro,
olvidarse del mundo, de sus trampas y pompas,
cerrar la puerta a todo, al menos unas horas?

De mal humor, nervioso, enciende un cigarrillo,
el último. Se lava los dientes, cierra grifos
y cerrojos, se pone el pijama y se acuesta.
Ella nota su roce y se da media vuelta.
Bastaría decir perdona, mas ninguno
de los dos quiere dar por perdido ese pulso
—tendrían que sentirse culpables, para ello,
y no hay culpables, sólo víctimas del enredo—.
Como dos enemigos, con sus dos soledades
de espaldas, se vigilan por si acaso uno hace
un gesto que propicie el encuentro, el abrazo,
la paz que ambos desean..., pero esperan en vano.
Lo que llega es el sueño, como una dulce tregua
de libertad, el sueño, la muerte por entregas.



Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950)

de su libro Ulises
Pre-Textos, 1996, Valencia

11 comentarios:

Rober dijo...

Aprovecho con nocturnidad
y alevosía navideña
que estais engollipados
con mantecados y otras delicatessen
para aparecer por estas playas
(en otros días abarrotadas
y hoy por hoy desiertas).
He cumplido mi palabra.
Heme aquí.
rts

Lara dijo...

Yo estoy atragantada, sí, de familiaridades y cortes ingleses y repartos tradicionales de rupturas paternas y maternas, sí, pero me asomo hoy como por casualidad, y no sé hasta cuándo otra vez, y tanta alegría me da verte aquí, con Salvago incluido, tanta alegría, ya te puedes imaginar.

Gerardo dijo...

Brutal poema. Investigaré más.

¡Y bienvenido/a a esta la casa de mis amigos!

Anónimo dijo...

Aunque no sea de por aquí, también yo te doy la bienvenida a esta Sucursal de Iberia.

Aunque el texto no me ha gustado nada porque ya he leído decenas de veces ese tema con ese mismo tono; y porque ya estoy harto de pequeños mártires que están en este mundo demostrando que son demasiado buenos como para estar "con" este mundo. Y me entran ganas de pillarles por las solapas, agitarlos, incluso darles dos hostias, y decirles tu pequeña vida es tan pequeña como la nuestra, pero haz algo, joder, haz algo en lugar de machacarnos con esa csntinela de quejarte zumbón, métete caballo hostia, si hace falta para darte velocidad en la destrucción y de verdad no te importan los venenos, para que te muevas un centímetro, pero no seas tan ceativo, tan consciente de la mierda, para dedicarte a contarnos lo que ya nos han contado. ¡Haz algo, hostia!

Claro que es una opinión. Creo que poco fundamentada y ligeramente expresada. Y hasta puede que leyendo más del libro me guste. Esta mañana, desde luego, no le pillé el ritmo ni le vi la gracia.

Lo dicho, ¡un abrazo RT!

Rober dijo...

Querido nán. ¿No será, pues, que que esta mañana careces de humor, estás arrítmico y ciego para la poesía?
Con todo mi cariño y (como tú dices) es mi opnión, es mi opinión.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

No way of knowing
es el poema de Ashbery que me he leído en el metro viniendo
y tan rítmico estaba que me metí en un café a leerlo dos veces más, este ashberty me mata me mata.

pero ese Ulises... ¡por ser tú lo leeré otra vez esta noche! ¡A ver qué pasa!

por ciero, rts, tu blog y tus poemas, magníficos.

Ay,

Rober dijo...

Amigo nán, tú y yo tenemos que hablar con una copa delante de esto:

la del amor, la de la vida y la de la muerte.

Ni te imaginas las vueltas que le he dado

Anónimo dijo...

pues te juego lo que quieras a que entre tú y yo sale el amor (o sea, la muerte).

Abrazo, RT, y a ver si hacemos pronto lo de esas copas

MSalieri dijo...

Jau RTS, bienvenido a las playas. ¿Tienes toalla? Si te hace falta una coge, que hay de sobra a la entrada. Las duchas no funcionan, así es que probablemente cuando llegues a casa lleves algo de arena pegada, pero no es de esa que hace cric cric cuando la pisas. Esta se deshace hasta desparecer. Y si te metes en el agua, ten cuidado. Es muy salada, así que ponte gafas de bucear. Ah, y lo último: si te da por buscar tesoros en el fondo, pierdes el tiempo. Espera tumbado en la arena que las olas te los van trayendo.

Anónimo dijo...

He cumplido lo que dije. Lo he vuelto a leer, y no conecto.

No creo que pase nada, hay cosas que nos gustan y cosas que no. Normalmente por causa (no culpa) del que mira, ve, oye, huele, toca. O por algo más importante que llevamos dentro, por causa del ritmo.

Quizá tuvieras razón: estoy arrítmico. O al menos para este ritmo.

¿Vendrás a por una copa, a mi barrio (la tete estaría bien) a tamborileármelo con los dedos sobre la mesa? ¿Y me presentarás, esta vez, a la chica que te acompañaba?

Que Mig te haga de intermediario a direcciones y teléfono.

Abrazo

NáN dijo...

He intentado dejarte este comentario en tu blog, pero como no soy miembro de tu equipo no m'ajuntas y no me lo deja poner. Aquí te lo emplasto, pues,

(claro que te decía que habría comentarios adicionales y ahora veo que no los podré hacer)

un abrazo
nán


Curioso que el 19 de octubre Lara comió una paella (¿de pollo?) y dejó los restos mondos del plato exactamente en la misma posición que los tuyos.
Dos fotos casi idénticas en este mundo de posibilidades infinitas.

El contenido de tu entrada es demasiado grande (en todos los aspectos) para empezar a comentarlo ya, pero lo haré, y encantado.

Una curiosidad, ¿conoces a un tal "suponiendo ()"?